Los enciclopedistas y la ilustración: legado universal

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Los enciclopedistas y la ilustración: legado universal

             

Ramón Rivas Aguilar

 

 

El Reseteo Global el más peligroso manifiesto intelectual que haya producido  el espíritu humano  en la historia de la humanidad. Pretenden  unos arrogantes, soberbios y  fanáticos, de inmensas fortunas, y de un  poder sobre los medios  más sofisticados  del mundo digital y virtual,  convertir  al hombre  en  un artificio cuántico sin cuerpo y sin alma.  Un humanoide  entre  circuitos  y vibraciones cuánticas. Así, perdería el  hombre su condición de especie biológica y espiritual.  Una locura histórica que reviven los demonios ancestrales  de los fanatismos del nazismo. La hoz y el martillo con el símbolo  del paraíso vergel.  Los revolucionarios  del tercer mundo  con el ícono del buen salvaje y del buen revolucionario.  Los hombres del desierto con el edén  y   los bellos camellos  y los frutales dátiles. Según,  ellos,  los nuevos amos del mundo vislumbran el paraíso  digital y virtual  con  una nueva frase   cuántica: La singularidad. La máquina  humana más  allá   de lo humano como especie y como espíritu. Matrix. Así, el hombre cuántico dejaría ser vida  y  muerte.  Ante esta nueva fórmula intelectual, el reseteo global,  aceptamos al hombre   como  drama;   como  angustia; como juego,  nada, más. Es mortal.  Su destino vital en la impronta  del misterioso y bello  ritmo del tiempo.  Somos finitos.  Somos mortales.  Para que tanta vanidad   y soberbia de hacernos  inmortales.  Vivir en un mundo cuántico  es la cosa más estúpida  que al hombre se  le haya ocurrido  realizar.  

Vivir en libertad, es  una aventura vital, hermosísima faena,  en la que  nuestro  quehacer vital es toda una posibilidad de miradas y perspectiva  para develar nuestro sendero vital. Vivir  entre máquinas  y pos verdades, es quitarle  entusiasmo y belleza a la  vida. El hombre, el de carne  y hueso, no lo pueden reducir  a un engranaje digital y virtual. No. El hombre  vive en este  mundo de lágrimas y   juego; entre  lo divino y lo infernal. De allí, la grandeza  y la belleza intelectual  y espiritual   del renacimiento, del enciclopedismo y la ilustración. Los enciclopedistas le arrebataron a la Iglesia y al dogma, al hombre enclaustrado en la bóveda  celestial y lo colocaron en el mundo terrenal.

Allí, está  la vida,  la sociedad, el universo,  tu destino vital. Te moverás entre los cielos y los infiernos. Eres hombre libre para  escoger  tu sendero vital, es tu responsabilidad.  Tus decisiones y acciones dependen única y exclusivamente de ti.  Estos míseros  cuánticos,  engullidos  de los agujeros negros, con la digitalización y virtualización  hacernos  unos humanoides  sin el mundo celestial y terrenal. Ángeles   vibrando y merodeando entre  el mundo de las cuerdas. La estupidez humana  no tiene  límites.

 

La revolución intelectual que produjeron los enciclopedistas fue uno de los  acontecimientos históricos que marcó el destino de la Europa moderna. Socavó las bases del absolutismo y  la teoría del derecho divino de los reyes.  Al mismo tiempo,  promovió la instauración de una sociedad libre para que hombres y mujeres asumieran su destino vital sin estar sujetos  a los mandatos del Rey y a las voces  de los campanarios celestiales. Ellos, Diderot, Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Turgot, Quesnay y otros, con sus reflexiones políticas, económicas y filosóficas abrieron los caminos hacia  la libertad política,  hacia la libertad  económica, hacia  la tolerancia y hacia la búsqueda del saber y la verdad sin la soberbia y el fanatismo que había caracterizado al antiguo régimen. Era el camino de la luz para apoderarse del universo mediante una explicación racional y científica. Delinearon los principios básicos que han perdurado hasta el día de hoy, y que revelan la grandeza de la civilización occidental: libertad, igualdad, solidaridad y justicia. El viejo Kant, un osado caminante del amanecer, vio con simpatía la belleza de este movimiento intelectual que le arrebató al régimen feudal el monopolio del saber y lo puso al servicio del pueblo: “Para esta ilustración no se requiere más que una cosa, libertad. Y la más inocente entre todas las que llevan ese nombre, a saber: libertad de hacer uso público de su razón íntegramente” (1979, p.28).  Aún cuando el irracionalismo se apoderó de unas mentes febriles que pusieron en peligro la cultura universal, nuestra civilización resistió los embates de esa animalidad que desató los demonios de la soberbia y la vanidad y así preservar la dignidad humana. Bien, recordaba Voltaire a Rousseau, por allá en 1750, que él no era partidario de la búsqueda de la felicidad en unos bosques en que la oscuridad y la sombra se movía en cuatro patas. No, amigo Rousseau, mi mundo es este mundo de alegría, de sonrisa, de dolor y de tristeza, el mundo que no puede separar el demonio de lo divino.

Sólo que la tolerancia y la comprensión de estos estados complejos del hombre nos harán más humanos y más civilizados. Hoy, de nuevo la arrogancia de los mesianismos, de los fundamentalismos parecieran recurrir a aquellas fuerzas ocultas de la prehistoria para socavar lo único que se debe preservar en este bello universo: la vida y el ser digno de si mismo ante la intolerancia, la barbarie y la agresividad del leve mortal. Por tanto, volver a los enciclopedistas y a la ilustración es volver a encontrar un atajo para que nuestro espíritu se abra hacia el diálogo, la sabiduría, la tolerancia, el respecto por los otros y la posibilidad de convertir nuestra animalidad en un bello camino de convivencia humana.

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