Viejos Recuerdos en los campos petroleros

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Viejos Recuerdos en los campos petroleros

Ramón Rivas A.
Viejos recuerdos que animan  el espíritu de un mortal  que declina inexorablemente  hacia  la nada. El tiempo  acecha desde de la  eternidad. El tiempo en una mirada fugaz. Allá, en los campos petroleros, el estado  Zulia, el resplandor del relámpago del Catatumbo, en millonésima de segundo,  recorriendo el universo. Un fenómeno natural,  de tanta belleza,  magia y misterio,  en el  ánima de un joven  que todo  le asombraba.   El relámpago,   que tanto cautivaba y fascinaba  al filósofo griego Heráclito.  El  fuego, la razón, el  logos, demiurgo del  eterno universo.  Una sorpresa  que en tiempos  de lluvias y truenos,  de la boca del agujero negro  brotaba una luz que  arropaba todo cuanto existía  en las inmensidades.  Un rayo, un haz lumínico  en el rostro de un  mortal que tuvo la dicha de  disfrutar  con intensidad  la vida cotidiana   en aquel mundo, el mundo  del oro negro, con sus mechurríos y sus  gigantes bocanadas de fuego, en aquellos atardeceres, cuando el astro solar  se ocultaba en el ocaso  para iluminar las tiernas y cálidas  aguas del lago. Los balancines, cerca del hogar, en las comunidades petroleras, en un lento y silencioso ritmo pendular. Los oleoductos y los gasoductos, con  su petróleo  y su gas, con su ruido peculiar, llenaban  los barcos petroleros  para alimentar  el  aparato industrial de las grandes naciones  de Occidente.   Los atardeceres, en el lago,    la luz y el fuego eterno de sus mechurríos. El artificio lumínico del oro negro.  El andar por el muro  de  Lagunillas,  una delicia en  el torbellino de  las brisas de las aguas del lago. Entre el oro  negro y las aguas  del lago,  el paraíso  para un  joven que permaneció por más de un  décadas, en las tierras   del estiércol del diablo. El ruido  de las lanchas  que salían del puerto de Lagunillas,  en las madrugadas,  desaparecían   en el ocaso  con  la sensación   de ir más allá del universo.  Los camiones y las gándolas, con su estela de ruido, picoteando la carretera de asfalto en la intercomunal Lagunillas- Cabimas. En esos días  de tanta belleza, misterio y magia, mi ánima se  fascinaba con  las imágenes del cacho  y del taladro  como en la vieja Texas. La televisión, el canal 13,   Ondas del lago,  sus programas  una hechura espiritual del vasto imperio  americano.  Disfrutamos   todo tipo  de imagen televisiva: desde los comic hasta las  célebres películas del oeste, de Tarzán,  Superman  y las policiacas. Programas musicales con los clásicos  del Rockarroll. Shiden, el de mayor audiencia juvenil,  que enloquecía a los jóvenes  soñadores de utopía. La televisión provocaba un ruido  con unas  características  no clásica  en la mecánica de los sonidos, que parecían provenir de tiempos remotos. Las emisoras de los campos petroleros, cautivaban como tesoro musical del alma zuliana  las hermosas  gaitas que revelaban  con sus notas musicales la tradición y la vida  del mundo petrolero. Una de esas emisoras,  fue  para mi gusto,   la de mayor preferencia. La Voz de la Fe. Una emisora religiosa, con unos programas  musicales que entonaban las orquestas clásicas  más prestigiosas del mundo. Una de mi predilección, una de las más populares  de aquel entonces: la orquesta de Glen Miller. Bogie Bogie, la más popular  que enloqueció  la vida cotidiana de hombres y mujeres,  en el torbellino  de la más espantosa guerra que se haya producido en la historia de la humanidad. De igual modo, Tommy Dorsey  y Benny Gooman, sus canciones  elevaban  el espíritu de aquellos hombres, en   plena faena bélica,  defendiendo la libertad  contra el totalitarismo que puso en pleno  peligro los fundamentos de la Civilización Occidental.  En esos días del vergel del paraíso,  jugábamos  al deporte  más popular del mundo: el béisbol. En el interior  de las comunidades petroleras, había  hermosas  sabanas de intenso color verdoso,  donde  nos divertíamos con ese deporte,   el alma de la cultura americana. Allí,  los valores de la amistad y la competencia,  en un ámbito de convivencia y respeto. Las  noches, en esos entornos naturales y humanos, con la impronta del oro negro, con el sonido melodioso de las ranas, entre charcas, oscuros y sombrías,  disfrutábamos las melodías del momento que  impregnaba nuestro espíritu idealista y romántico. Rafael,  con su guitarra,  con sus partituras,  aquellas  baladas  que  tocaban  nuestras fantasías amorosas por las bellas musas. Los hermanos Peley, de origen holandés,  los acompañantes,  con sus timbales y saxofón. Gloria,  la morena de ojos  verdes, el encanto de aquel  edén que no dejaba de iluminar los cielos zulianos  con   el fuego  que se desprendían de los inmensos mechurríos. El cine  y las fiestas, en los campos petroleros,  que se realizaban en los  Clubes de las compañías, eran parte vital de la vida cultural  que creaba el  sentido de permanencia. Todos sentían la responsabilidad  de  un proyecto común  de que se estaba fortaleciendo y consolidando la nacionalidad. El cine, en la vieja lagunilla, el encuentro con el viejo oeste  y la magia y el misterio de la figura estelar del espionaje británico J.Bond. De  la vieja cultura milenaria de la China de Confucio,  las delicias de la gastronomía exótica. Como no recordar en los pasajes de la antigua Lagunilla de agua, las deliciosas chichas que tanto gusto daban al paladar del efímero, en aquellas tierras de altas temperaturas,  como en los antiguos desiertos del Medio Oriente. De igual modo,   En  Las escuelas y los liceos  de las compañías petroleras en el camino de la formación de los valores nacionales. En esa dimensión, las  publicaciones  de las Compañías petroleras  no solo se escribían sobre  la historia  de sus hombres y mujeres, en  esa faena   derivada del oro negro, sino que también estaban en función de fortalecer la cultura nacional. El teatro  una de las actividades culturales más importantes que se cultivaba  en el ánima  de niños y adolescentes. Por otro lado,  la seguridad industrial era   vital para el buen funcionamiento de las empresas.  La salud de sus  empleados y trabajadores,  era de  una calidad  extraordinaria.  Los comisariatos, el almacén de los alimentos y los víveres, calidad y precios  alcance de los ingresos de sus  empleados y trabajadores. La formación técnica y científica  de sus trabajadores  era prioritaria. El aporte editorial  de las compañías  a  los valores  de la cultura nacional,   fue importante  y respondió al espíritu  de la venezolanidad. De igual modo, el apoyo educativo y técnico   a los agricultores e industriales,   fue parte del proceso  de modernización que exigía la nación. Una de las cosas más interesante  que yo recuerde,  era  la técnica y la calidad para el desarrollo directo e indirecto de la vialidad que impulsó  las compañías  petroleras a lo largo y ancho  del territorio nacional.  Tuve la dicha de ver como se construyó  la intercomunal Lagunillas-Cabimas. Sin embargo, lo que más me cautivó en los campos petroleros, fueron  las hermosas    navidades decembrinas.  Los pesebres  y los arbolitos de navidad en todas las casas y áreas de las comunidades petroleras. La luminosidad  arropaba  toda  la geografía del oro negro. Los conjuntos de gaitas,  en todas  las esquinas  de las comunidades petroleras.  Cerca de la casa de nuestros padres,  se encontraba el maestro de las gaitas Rafael Rincón Morales. El poeta de las gaitas. El primero en introducir el piano  en  la tradición del conjunto de gaitas. Una delicia en esas noches decembrinas, que despertaba en nuestras  animas   el resplandor divino. Cascabel y Noche de paz, eran las  partituras musicales que se  escuchaban   a cada instante  en esos días  decembrinos, en la Iglesia Santa Rosa de Lima, cerca de la casa, reflejaban  el alborozo divino  de toda una muchachada. Tiempos divinos. Uno de  los sitios   que ´más visitábamos en los campos petroleros,  era Burro Negro,   un lugar edénico,  en la que nuestras familias, los fines de semana y en vacación,  al goce  de las aguas  de un rio que iban a dar  a los viejos continentes.  Era el mundo  salvaje,  en unos breves y deliciosos segundos. Luego, vuelta al mundo moderno. El Menito,  hoy plataforma de Petróleos de Venezuela, un lugar del juego, del azar y de la lujuria. Todas  las culturas y mestizajes  sin  ningún tipo de discriminación  en  la faena  del disfrute  de la actividad más antigua de la historia humana: el harén.  Allí, moría los célebres discursos de  los grandes imperios,  devoradores de nuestra     riqueza, que tanto vociferaba la izquierda venezolana. Los manglares y los célebres kilómetros, entre la caza y la pesca,  en aquellos   atardeceres cuando el sol radiante  emigraba a otros horizontes.  Imágenes  que  persisten   con tanto entusiasmo, en el recuerdo de un mortal,  que no  deja  de mirar aquellos días      el fausto  fuego   que encandecía el oro negro. Los oleoductos, un pasatiempo de jóvenes,  que nos permitía  caminar  a lo largo de tantos atajos  hasta alcanzar  la mirada de las grandes embarcaciones petroleras,  que cruzaban  los océanos  para abastecer de tan precioso líquido al mundo industrial. La laguna   de San Lorenzo  iluminaba sus aguas con  la antigua refinería,  hasta dar con su haz de luz a lo lejos del universo. Sorprende cómo y de qué manera tradición y modernidad   en el espíritu de las tierras zulianas. El cacho y las torres petroleras, en convivencia mutua, como en la vieja Texas. Los viejos  izquierdistas venezolanos,  en ese afán  de retornar  al vergel del paraíso sin comprender   esa relación compleja entre el mundo de la tradición y el mundo moderno. Una mezcla cultural entre encuentros y encuentros, con un sentido de equilibrio  y armonía. El espíritu religioso y cultural  en el ánima  del zuliano,  es  extraordinario  y gigantesco. Es uno de los estados más  religiosos y regionalistas de la provincia de Venezuela. El imperio   de mayor alcance planetario de la historia universal, con una presencia gigantesca en la geografía zuliana,  no quebró el alma cultural del pueblo zuliano. La gaita, el sentir  del folklor del  ánima musical  del zuliano,  un medio  que retrató  la grandeza y la miseria de lo que representó el petróleo en esa entidad histórica  de fervor federalista. El cuadro social, la periferia en algunas regiones cercanas a  las comunidades petroleras,  eran  deplorable. De cerca, con mis propios ojos  vi  con tristeza  esa situación  social que no debió ocurrir.  
En los campos petroleros, entre Mene grande y Cabimas,  nacieron mis hermanos del primer matrimonio con Libia Aguilar: Dixon y Fredy Rivas. Y, del segundo matrimonio de mi padre Andrés Rivas,  mis hermanos Jesús Antonio  y Ninoska, su bella y amorosa madre,  Yolanda Rivas, oriunda  de  Coro, Estado Falcón. Una gran familia que tuvo una conexión profunda con el primo de mi padre  Pedro Rivas, oriundo de Escuque,  Estado Trujillo. Pedro Rivas,  uno de los perforadores petroleros más importante del mundo, casado con una bella mujer, Doña Lila de Rivas,  con un vasta familia,  una de las más hermosas familias  que haya conocido en  mi vida. Mi  gratitud eterna, para con ellos,  para con los primos y las  primas,  que siempre  los tendré   en mi  corazón  con el más bellos recuerdo  de una familia inolvidable. Las viviendas en las  comunidades petroleras,  eran cómodas y sencillas, con un cercado de alambre  y hermosos árboles de sombra  y frutales. Desde luego,  existía un tipo de vivienda de mayor jerarquía  que respondía  a la dinámica  de la complejidad  de los hombres que manejaban  la industria petrolera. Es decir, los méritos y las capacidades,  hacía las diferencias sociales. Empleados y obreros, criollos y extranjeros,  que mejoraban  con su  rendimiento  el funcionamiento óptimo  del negocio del petróleo,  mejoraban sus salarios y su nivel de vida y, como consecuencia, su posición social. Mi padre, comenzó como maestro  en  los campos petroleros, poco a poco  fue ascendiendo socialmente por  su  disciplina,  capacidad, responsabilidad  hasta alcanzar una  posición social importante  en  las compañías petroleras. Allí, no intervenía para nada  la política partidista y   sindicalera. Nada de eso.  El trabajo,  rendimiento y la productividad    elevaban los salarios reales de sus empleados  y sus trabajadores. Luchas de clases  en los campos petroleros. Una ficción. Un invento de una izquierda  que soñó con la idea de retornar al hombre  a los vergeles del paraíso. Los hombres de las compañías, unos explotadores que empobrecía  materialmente  y culturalmente al proletariado. Al final,  unos fracasados, unos  resentidos y  unos envidiosos. Las familias que se conformaron en los campos petroleros,  fueron parte vital de un proceso  de complejización  biológica y cultural,  dando nacimiento  a un nuevo mestizaje   cultural. El interior de la provincia, en  esa faena  de emigración,  copando los espacios  maravillosos  que deparaba  el oro negro, en  tierras zulianas.    Cruce de familias,  de nombres y apellidos,  que enaltecieron el gentilicio venezolano. Ayer españoles, indígenas  y africanos; italianos  y alemanes  e italianos  y otros,  en esa combinación de   sangre y cultura. En los campos petroleros, fueron las familias  venezolanas que cruzaron las fronteras del país  para llegar a los campos petroleros, en el Estado Zulia. Nuevas familias,  nuevo mestizaje,  nueva cultura que criollizaron  el espíritu inglés  y americano. Españolizaron   la industria petrolera, en regiones zulianas. Interiorizaron la  transculturización. Fue  todo lo contrario. Se españolizaron en tierras caribeñas, bañadas en oro negro. Es la  incorporación  complejas de culturas de distintas razas,  que se imbrican y se combinan, enriqueciendo bilógica y espiritualmente  los grupos humanos. Hoy, en  perspectiva revolucionaria en América Latina,  se inventaron los marxistas indigenistas, endogenistas y  africanistas,   una mentira histórica: los pueblos  originarios.  Una falacia que no resiste el menor argumento para justificar  unos pueblos indígenas   que nacieron de la nada. En todo caso  la identidad hay que  buscarla  en África, cuna de la historia  la humanidad. El ADN de cualquier  ser humano, cuya identidad  tendría que  buscar su  raíz,  su fuente originaria  con  el primer hombre  que emigró  al mundo desde África. Una soberana tontería de quienes  andan  en la búsqueda de una supuesta identidad perdida. Esa ilusión  de unas minorías  con  el apetito febril de la raza pura. En su ánima  la tentación totalitaria  que pretende   develar  el espíritu de la raza  Celestial.  Ahora, con la imagen de los pueblos originarios. 
Una experiencia vital,  en un entorno natural y humano,  con la  gigantesca presencia  de unas corporaciones petroleras,  de  los vasto imperios del primer mundo,    trastocaron  de  forma radical  la imagen idílica de un paraíso,  de un mundo vergel,   una ficción  que cautivó   el ánima de unos cazadores de utopías,  que pretendían   echar  en  el país  los cimientos del comunismo.  Por más de un siglo,  la Venezuela del oro negro,  la  izquierda marxista  promovió la  imagen histórica  de un riqueza, la riqueza del oro negro,  el demonio, el estiércol del diablo, responsable  de la destrucción del paraíso,  que  tanto fascinó  el espíritu   de los poetas y románticos   de la nación. Su padre   el humanista  Andrés Bello. Su hijo intelectual Arturo Uslar Pietri, con su célebre  frase  Sembrar el Petróleo (1936), dejó   en  la nación  la mentalidad y la praxis  para  retornar  a la madre egea.   El resultado histórico de esa  frase,  el desarrollo del estatismo,  de una estatización de la vida material y cultural de la nación. Lo que imposibilitó estructuralmente  la Venezuela empresarial,  creativa e innovadora. Predominó la cultura del subsidio,   la  cultura de los donativos del mundo rentístico.  En el espíritu  de la clase política e intelectual  de la  Venezuela del siglo xx y parte del tercer milenio,  la ilusión que dejó al mundo  el célebre  católico, autor del contrato social: odio  a la cuidad; vuelta  a la selva. Vuelta a la selva dejó  en el siglo xx planetario  la más odiosa de las  dictaduras que haya inventado el hombre en la historia universal: el totalitarismo. Su propósito destruir    en el hombre  su más bello atributo  que le dotó la existencia: la libertad.  Retornar al hombre  al mundo de las bestias y convertirlo   en un rebaño   para   obedecer y  adorar   al salvador   de la humanidad  de las garras  del demonio del capitalismo: EL Estado. 
Sin duda alguna,  la edad del oro negro,   la  Venezuela del oro negro,  su éxito histórico  se  cimentó entre 1914 y 1958. La época  del auge petrolero y su impacto  en la constitución  de la Venezuela minera, urbana e industrial.  Tuve el privilegio  de vivir  en  ese fascinante mundo del petróleo, en los campos petroleros, en el Estado Zulia, entre 1949 y 1971,  hasta que  mi padre Andrés  Rivas  se jubiló de la Compañía Shell. Fue el año de 1971. En su despedida, conversando con sus empleados y trabajadores,  comento: la nacionalización  será politizada. Viene  la era de la automatización. Por eso,  y otras razones,  tomó la decisión  de la jubilación.  Retornó a sus  raíces, en aquel pueblo, del Estado Trujillo, donde aún persiste el grato  perfume  del cafeto persa, con las bellas sabanas de sus nubes: Escuque.  Allí, descubrió  otro de sus grandes amores: Mery Parra.Murió un 16 de diciembre en  1995. En la inmortalidad, su ánima se anida como  las nubes     el grato aroma del cafeto  persa  y el oro negro de  los barrosos.

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