Biblioteca Febres Cordero: memoria histórica de esta tierra de gracia [En sus Trigésimo Primer Aniversario] (1979-2010)

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Biblioteca  Febres  Cordero: memoria histórica  de esta tierra de gracia

[En sus Trigésimo Primer Aniversario]

(1979-2010)

Ramón Rivas Aguilar

 

A:

Melva Carrillo

Su mirada radiante remontó

Las altas montañas

A lo lejos deleitó el vuelo de las aves camino al paraíso

Tiene un pedacito de su corazón en el parque La Isla

 Que cada tiempo irradia los legajos de Don Tulio

 

 

Don Tulio Febres Cordero, nació en la cuidad de Mérida, en el año de 1860, cuando los imperios europeos  se apoderaban   de la riqueza material y cultural  de otros continentes. La Revolución Industrial,  la máquina a vapor  y el maquinismo  aceleraron  el dominio de la geografía mundial. Los gigantes barcos  y las locomotoras  movidas por   una nueva fuente de energía, penetraron los espacios marinos  y terrestres  de otros  pueblos y de otras miradas. Venezuela se embarcó en otra aventura e impulsó el camino hacia el capitalismo con el fin de la Guerra Federal. Mientras tanto, Don Tulio percibía la belleza de una cuidad  que levantaba su rostro para deleitarse con las nieves eternas. Murió en el año de 1938, en un momento crucial de la Historia Universal: se olfateaba una nueva conflagración mundial. La guerra civil española fue el preludio de esa tragedia que enlutó a millones de familias  y abrió el camino hacia unas ideologías que despreciaron  los valores fundamentales de la cultura occidental. En los viejos archivos escarbó el alma republicana, civilista, federal, religiosa, teológica y cultural de una historia y de una geografía  que  se irradió por los atajos de esta tierra  de Gracia. Sus libros  revelaron el significado  de un proceso histórico que propició un mestizaje cultural  en una cordillera  y una meseta que no dejó escudriñar ese cielo de azul intenso contemplando  la quietud de sus nubes, la magia del arco iris  y el radiante sol de los venados. Su  correspondencia expresó la inquietud  de un hombre que exploró la dinámica universal estimulada por la ciencia y la técnica. No temió al progreso y mantuvo una conducta ejemplar al defender nuestras raíces. Se embriagó con los pasajes naturales de esos  páramos que despertaron la envidia de los dioses. No dejó de coquetear con las misteriosas nevadas y las neblinas que envolvían el corazón de una cuidad en el lomo de su Quijote de América. Su amor por la verdad  contribuyó a la organización de un vasto material hemerográfico que enaltece la grandeza intelectual y espiritual de la Biblioteca Febres Cordero, fundada hace treinta y un años. Fue uno de los acontecimientos  culturales  más significativo de la vida intelectual de la  historia de Mérida. En efecto, allí reposa un conjunto de documentos que representa  la conciencia histórica  de un Estado, de una cuidad y de una nación conectada al mundo planetario. Tuve el privilegio de trabajar en la Biblioteca  Febres Cordero, ubicada en el Parque  la Isla, en el año 1978. Deleité con esos añejos papeles que recorrían la vida de hombres y mujeres por los diversos atajos de nuestra historia. El amanecer y atardecer en el Parque  la Isla  se regocijaban con los inmensos pinos, las melodías de sus aves y el murmullo inocente del río Albarregas. El puente de la Roma Imperial fue el camino natural entre el Parque la Isla  y la cuidad de Mérida. En ese entorno  maravilloso, se forjó una bella amistad entre el personal que trabajó con amor y disciplina en la clasificación y organización de tan rico material que fascina a los investigadores tanto extranjeros, nacionales y regionales. El silencio y la quietud en el Parque la Isla animaron a esos hurgadores del pasado a rescatar con amor y disciplina  el acervo histórico de un  archivo  cuyo legajo está anclado en el corazón la cordillera andina. Posteriormente, la Biblioteca Febres Cordero fue trasladada cerca de  la Plaza Bolívar de la cuidad de Mérida. El viejo y nuevo personal ha dedicado esfuerzos gigantescos para preservar y conservar esa riqueza documental que recoge  la memoria  histórica de una nación que logró alcanzar su libertad y la sembró en esta tierra  de gracia. Con esfuerzo y esmero el personal se formó con los avances técnicos para el resguardo de esos pliegos que disfrutamos con  goce divino. Asimismo, impulsaron una política editorial  de importancia  para  la consolidación y el fortalecimiento de la conciencia histórica. Mi admiración y veneración  por esos hombres y mujeres que en el silencio grato dejan correr entre los pasillos de la Biblioteca Febres Cordero la memoria  de un país, de un estado, de una región, de una cuidad, de una universidad, de una iglesia  y de unas comunidades que tienen allí  un pedacito de recuerdo y pueden evocar en esos atardeceres cuando se despliegan misteriosamente  las cinco Águilas Blancas.                        


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