La estampida nuclear y el fin de la vida en la tierra
¿Nos salvarán los poetas?
Ramón Rivas Aguilar
A
Antonio Vale, mente privilegiada
Amigo del alma,
En aquellos días en la sabana de los dioses
Develó la grandeza y la belleza del novelista y
Poeta William Faulkner
El hombre no perecerá. Es inmortal
El planeta Tierra peligra ante la imagen tenebrosa del hongo nuclear. Los cielos parecieran perder la magia y el brillo de su color azul intenso ante el coqueteo inocente de la fisión nuclear. Las nubes palidecen y la neblina entristece. El arco iris huye con su color mestizo hacia otros horizontes. El sol de los venados se oculta para no ver el perfil de un hongo que nada tiene ver con aquellos hongos naturales que perturbaban el espíritu de nuestros indígenas para alcanzar la belleza divina. Las aguas de los cielos corren como las estrellas fugaces hacia otras laderas. Las naciones con el afán de ocupar un lugar significativo en materia nuclear, arriesgan la vida en nuestra tierra. La vanidad y la arrogancia de unos hombres para apoderarse de lo más íntimo de la materia con el fin de desnudar el juego maravilloso de las pequeñas partículas y ponerlas a rodar por los alrededores de los cielos pedregosos. Es posible un fuego devorador que acabaría con todo lo viviente en un planeta que nada al azar por los alrededores del sistema solar. ¡Qué vanidad! ¡Qué tontería! No dejo de contemplar en el jardín del bastón del emperador, aquella película que impactó nuestra mirada en la década de los setenta, El planeta de los simios, donde uno de sus protagonistas olfateó con tristeza la destrucción de la fecunda Tierra. Quedó impresa en su corazón la imagen maltrecha de la estatua de la libertad. Los poetas salvan el planeta. El vuelo de un ave traza la huella de un astro que busca con angustia la serenidad para calmar su animalidad y retornar a la sabiduría: el respeto por lo sagrado que revela la relación vital entre la Tierra y el cielo. Es la sabiduría de una mirada para recoger en el espíritu la fascinación por el misterio y la magia de la vida en el universo. El respeto profundo por todo lo que se mueve. Höderlin, poeta alemán, dice que en los momentos en que el hombre está al borde del precipicio encuentra su salvación. En efecto, estamos al borde del precipicio. La palabra sagrada y el silencio vital constituyen la esencia de la serenidad y la apertura sin temor hacia el misterio. Novalis, otro de esos románticos del mundo alemán, en uno de esos destellos intuitivos asomó la idea que debemos romantizar la naturaleza y jugar con los sentidos de manera inocente y así evitar los demonios de la tentación. Asimismo, el poeta exquisito inglés Keat, dejó correr una intuición que debería retornar al hombre hoy: hemos perdido la capacidad negativa:
La capacidad negativa es el don de permanecer fiel a una certeza intuitiva que el razonamiento desecha y que el buen sentido no admite; de conservar un modo de pensar que no puede si no parecer insensato e ilógico desde el punto de vista de la razón y de la lógica, pero que desde el punto de vista más profundo podría revelarse como superior a la razón y trascender la lógica del pensamiento conceptual. El artista debe poder contemplar el universo y cada una de sus partes, no en un estado de diferenciación, de desintegración analítica, sino en la unidad primera del ser (tomado de Julio Cortazar. Imagen de John Keats. Editorial Alfaguara. Biblioteca Cortazar. 1996, p. 110).
Es la sabiduría griega que se niega a perecer ante la atomización y fragmentación de la vida en el universo. Vemos estos dos elementos sagrados en una hermosa unidad creadora. Los poetas dejaron correr por sus senderos el camino de la salvación. Olfatean el mundo y la vida con la delicia de un ruiseñor que no se deja embriagar con la malicia del hongo nuclear.