La Revolución
Rusa y su imaginario en la sabana de los dioses, Santa Rosa de Carvajal
(1917-2020). Hace un siglo
Ramón Rivas
Aguilar
Fue en Santa
Rosa de Carvajal, la sabana de los dioses, donde descubrí las primeras imágenes
sobre la génesis y el destino de la revolución rusa en la historia política e
ideológica en el siglo XX planetario. Tendría aproximadamente 14 años, cuando
acaricié con entusiasmo aquella revolución que estremecería los cimientos de la
civilización occidental. Creíamos, en definitiva, que el capitalismo tenía sus
días contados. Veíamos en el horizonte
la utopía, alimentada por los
ideales comunistas que despertó en
nuestra ánima la revolución rusa. Así, los jóvenes de aquella geografía,
teníamos en nuestras manos una creencia para construir una sociedad
igualitarista en una meseta –cuyos testigos naturales se asomaban entre
montañas y cordilleras.
Fue un modesto
maestro de escuela Luis Rangel, quien puso en nuestras manos un fajo de una
revista editada en los talleres de la revolución rusa, denominada la Unión
Soviética. Una revista con hermosas fotografías que describían día a día como
los obreros y campesinos con la hoz y el martillo levantaban una sociedad sin
explotados ni explotadores. Aquel maestro, desconocido en la historiografía
mundial, había tocado en un joven la chispa de tan gigantesca hazaña histórica
que conmovió las fuerzas poderosas del
capitalismo. En Santa Rosa de Carvajal, en nuestro imaginario los nuevos
aliados estratégicos de la revolución mundial, bajo la dirección de la Tercera
Internacional Comunista (1919), portadora de las tesis políticas para expulsar
el capitalismo periférico en el Tercer Mundo. Así, comenzó la penetración de la propaganda soviética en aquella sabana,
silenciosa, telúrica y bucólica. Los rostros de nuestros padres y abuelos con estupor
percibieron con miedo como el comunismo picoteaba a una sociedad profundamente
católica y religiosa. El ateísmo, la hoz y el martillo, símbolos de la
Revolución Rusa, permearon las paredes públicas y privadas de Sabana larga.
Poco a poco,
la revista Unión Soviética, dibujaba con detalle el modelo político e
ideológico del comunismo ruso, la nueva Rusia, la nueva utopía que avivó el
espíritu revolucionario de una generación con el deseo ferviente de eliminar la
propiedad privada capitalista en Carvajal. Es decir, el soviet, la nueva
arquitectura jurídico-política del comunismo
soviético para ser implantada en esa geografía.
Los horizontes
de la Revolución Rusa, en la sabana de los dioses, se ampliaron con los
camaradas de las siete colinas, en la ciudad de Valera. Esta ciudad, contaba
con un partido comunista, disciplinado y heroico y consecuente con la ideología de la revolución rusa. Uno de esos
camaradas, con el remoquete diente de oro, fue el responsable del partido para
suministrar propaganda comunista a la sabana de los dioses. En efecto, cada día
en la semana, cerca del cine libertad, en la plaza Bolívar, dejaba en uno de
sus bancos un paquete de libros y folletos con el fin de adoctrinar con los principios
del comunismo ruso a aquellos muchachos sedientes de ilusiones. De igual modo,
lo hacía el célebre asistente pelo e’ cochino. En esta misma tónica, el
camarada Alfredo Moreno fue de gran ayuda en la difusión de la literatura
comunista en el municipio de Carvajal. Tenía una librería, cerca del liceo
Rafael Rangel, en una de esas calles tenebrosas de las siete colinas. Sus
estantes de madera contenían una abundante literatura sobre la revolución rusa,
de su historia y de sus protagonistas. En ella, adquirimos libros, folletos a
precios módicos. Libros como el quehacer de Lenin; El estado y la revolución; El
imperialismo etapa superior del capitalismo; Obras escogidas de Marx y Engels y
Antologías de la literatura de los grandes poetas y novelistas rusos del siglo
XIX. Esta literatura fue de importancia intelectual para la formación de la
ideología comunista en la sabana de los dioses. En ese entorno, se conformaron
tres grupos con unas características sorprendentes: el grupo metalúrgico; el
grupo materiales Mendoza y el grupo precolombino. Cada grupo tenía un apodo de
carácter minero, metalúrgico y tribal.
La consigna fundamental era la siguiente: el comunismo es los soviet más
la electrificación de la sabana de los dioses. Sin negar el aporte de esa
literatura política para la formación comunista, fueron dos libros que se
encontraban en los últimos estantes de la librería de Alfredo Moreno, que
avivaron aún más la pasión por la revolución rusa. El primero de estos, los
principios de la filosofía de George Politzer; y, el otro, Los tiempos nuevos,
del filósofo y sociólogo argentino José ingeniero. El primero, afianzó el
ateísmo, el materialismo contra Dios y la Iglesia, aliados de los intereses y
de los poderosos en nuestro terruño, y, el segundo de esos libros, resaltó la
experiencia milenaria de la gran Rusia como la salvadora de la humanidad. Como
ratón de biblioteca, en uno de esos estantes, encontré un libro enmohecido,
amarillento y deteriorado por el tiempo de nuestro gran amado José Stalin:
Marxismo y lingüística. Sin embargo, las novelas del gran escritor ruso Máximo Gorki,
particularmente, La madre y Así se templó el Acero, dos fuentes de inspiración
revolucionaria que marcaron el alma de una generación que pretendió, ingenua
y primitivamente erigir en esos atajos
geográficos el comunismo.
Para difundir
la importancia histórica de la revolución rusa y su proyección en la sabana de
los dioses, los lugares de encuentro era el cementerio, la cueva del indio y cerca
de los ríos Jiménez y Motatán para
preparar las estrategias políticas con el objetivo de subvertir el orden
burgués en aquella sociedad de tantas desigualdades. En esa misma tónica, la
casa 148, la casa materna, la casa de las quimeras empapadas de las más bellas
imágenes de la revolución rusa, escuchábamos todas la noches la radio habana
Cuba y radio Moscú. Voces lejanas, melodiosas y milenarias llegaban a nuestros
oídos sobre la grandeza de la revolución rusa. Al mismo tiempo, recibíamos con
cierta regularidad propaganda del comunismo mundial. En particular, la Editorial
Progreso de Rusia que enviaba literatura comunista. Entre esos textos, llegaron
dos de una importancia desde el punto de
vista jurídico y político: la Constitución y los principios del derecho
soviético. En esas páginas develamos los fundamentos jurídicos y políticos que
definían la propiedad socialista de los medios de producción. Fueron dos
abogados de nuestra sabana, los Morochos, quienes se encargaron de resumir en
forma de catecismo las normas de la legislación soviética. Un catecismo
jurídico-político contentivo de las leyes y normas que expresaban la naturaleza
de la propiedad y los mecanismos que había que utilizar para expropiar y
nacionalizar las propiedades capitalistas. Por esos días, con una bicicleta
repartía la propaganda comunista en mi pueblo. Por lo general, salía de la
sabana de los dioses hasta llegar a la Plaza San Pedro, en la ciudad de Valera,
donde se ubicaba una de las casas del partido comunista. El jefe político de
esa seccional, era el escritor y novelista Antonio Vale. Me dijo con
entusiasmo: “Camarada Lapo estás haciendo una gran labor en tu pueblo”. Recogía
el material y volvía a ese territorio impugnable ante el imperialismo. Por
cierto, antes de despedirnos dejó caer en mis manos el libro clásico del
comunismo: El manifiesto comunista. Un bello regalo que aún conservo en mi
vieja biblioteca. Contentivo de un prólogo del reconocido economista polaco
Leontief. Este autor vaticinaba el fin del capitalismo y el renacer de la
esperanza milenaria. Palabras más, palabras menos, señalaba: “estamos a días de
la revolución mundial”. Ese era el discurso cotidiano en la sabana de los
truenos. Los reunía en la cueva del indio y les decía a mis camaradas: “con
boinas rojas en nuestras cabezas y en nuestras manos el estandarte de la hoz y
el martillo el comunismo está a la vuelta de la esquina”. Los aplausos
misteriosamente resonaban entre montañas y cordilleras.
Una de esas
tardes vimos el chispeante relámpago del Catatumbo coqueteando con los colores
mestizos del arco iris: en voz alta exclamé: ¡miren la hoz y el martillo! Está
cerca el paraíso.
Por otro lado,
el Colegio Privado Cecilio Acosta, fundado por dos grandes maestros Don Juan
Canelón Cestari y Doña Rosa de Cestari, en el año de 1953, era un refugio para
una cantidad de comunistas que provenían de otras regiones. Pues bien, allí
conocí al genio del verbo, de la luz y del resplandor: Javier Álvarez, un joven
con talento y con la teoría del
comunismo en su espíritu. De inmediato, puso en mis manos dos libros: el de
Federico Engels El comunismo y El ABC del comunismo de Nicolás Bujarin. Por
muchas semanas, Javier Álvarez dictaba cursos sobre comunismo, marxismo y revolución
rusa a nuestra generación de revolucionarios. Era un muchacho que mezclaba
curiosamente la literatura marxista con obras esotéricas del mundo oriental.
Por ejemplo, nos hizo como regalo El retorno de los brujos de Jacques Bergier y
Louis Pauwels; libros prohibidos de Jacques Bergier y un libro extraordinario
de un autor que no recuerdo su nombre pero su título era el ojo y el sol. Por
esos días, el profesor de química, el camarada Gil, un estudioso de la edad de
oro de la literatura española, hizo mención casualmente que había conocido en
la sabana de los Ruices a un sobrino de
la matrona Doña Elda Hernández: el Doctor Alfredo Bozo. Para este profesor,
Alfredo Bozo, un brillante marxista y un conocedor a fondo de la mitología
universal. Sabía de memoria la mitología griega y romana. Este doctor, escribió
un libro, editado por la editorial Pensamiento Vivo en el año de 1968: El
hombre frente al mundo. Concepción de la filosofía, del arte y de la libertad
según el materialismo dialéctico. Una obra didáctica y pedagógica que puso al
lector venezolano un conocimiento vivo fresco y cálido de la filosofía del
materialismo dialéctico y del materialismo histórico. Un libro ejemplar,
sencillo con los conceptos y las categorías fundamentales del marxismo. Toda
una semana de conversación con el doctor Bozo, explicándonos la grandeza y el
alcance de la revolución rusa en el mundo.
Posteriormente,
escribió un precioso libro, una especie de diccionario titulado La presencia de
las palabras. Un texto de etimología y filología para analizar el significado
de los vocablos en el devenir de los pueblos. Perdimos contacto con el doctor
Alfredo Bozo hasta que supimos de su lamentable muerte. Quedó el grato recuerdo
de este hombre, de sus largos viajes hacia la Unión Soviética; de su vasto
conocimiento acerca de la mitología griega y romana y de su inmensa erudición
sobre la doctrina del comunismo y la revolución rusa.
Pero sobre
todo, dejo el bello recuerdo al final de la semana, cuando recitó de memoria el
poema de Sófocles: El prometeo encadenado. Me dijo: Amigo Ramón: el
proletariado encarna el fuego prometeico que liberará a la humanidad del agobio
del capitalismo. Reinará el paraíso por los tiempos, esas fueron sus últimas
palabras.
En esa faena
de divulgación de la Revolución rusa en la sabana de los dioses, escapé algunos
días hacia la ciudad de Mérida y descubrí una modesta librería en la Avenida
Independencia, cerca de la Plaza El Llano. Librería de un republicano de origen
español. Tuve la oportunidad de comprar tres joyas de la literatura soviética:
el materialismo histórico de konstantinov, el manual de Economía Política y el marxismo - leninismo de Kuusinin. Lo que
representó para nuestra generación la
fantasía que la revolución rusa era la partera de la esperanza milenaria. No
obstante, la ilusión sobre la revolución rusa y su irradiación a escala
planetaria, comenzó a desvanecerse en aquella sabana que había puesto su fe en
una sociedad sin clases sociales sin explotadores y explotados. La casa 148, la
memoria ícono de la revolución rusa, con nostalgia vio como aquel pino que
colgaba entre sus ramas la hoz y el martillo desfallecía sin saber cómo y
porqué. Todo acabó allí. Aquella utopía, aquel paraíso que nos pintaba la
propaganda soviética resultó en la más espantosa miseria material y espiritual
de millones y millones de obreros y campesinos. Un paraíso que se volvió un
infierno en manos del Estado, del partido y de una poderosa creencia histórica
que nada tenía que ver con el quehacer vital de los seres humanos: la Utopía.
El fin del comunismo ruso y sus satélites significó el renacimiento de la
libertad, de la democracia y del capitalismo a lo largo y ancho de la geografía
mundial. Una quimera histórica que se convirtió en una gran tragedia para el
destino de la historia universal.
Ahora bien,
hoy a los 71 años de vida, que les puedo decir a ustedes, jóvenes que tienen en
sus manos el destino vital de una nación que sistemáticamente fue influenciada
por los principios de la revolución rusa. Tal vez la lección vital: Toda utopía
es peligrosa, perversa y profundamente totalitaria. Fue el terror, la
intimidación, la muerte, el asesinato, la miseria, los campos de concentración
y la degradación moral y física que utilizaron unos fanáticos y unos
revolucionarios para imponer a sangre y fuego el reino del paraíso en la
tierra. Toda utopía cualquiera sea su naturaleza lleva los signos más profundos
de la tentación totalitaria. Tratar de extirpar en el hombre sus deseos
libertarios es un esfuerzo inútil. No hubo ayer ni hoy ni mañana poder alguno
celestial y temporal que destruya en la persona el deseo de ser libre. Esa es
su naturaleza: ser libre.
Mi vida
política e intelectual ha sido el resultado de un largo proceso de aprendizaje
que revela cómo y de qué manera transité de los símbolos de la hoz y el
martillo, expresión del totalitarismo, hacia los postulados del capitalismo
libertario, del libre mercado y libre comercio. Y, atento ante un nuevo
paradigma energético que pondrá fin a la era de los fósiles convencionales. Una
sociedad libre en que cada uno desarrolle su proyecto de vida con la mayor
libertad posible. Lo que expresa, en forma muy modesta, una breve autobiografía
intelectual de un mortal que abrazó las banderas de la revolución rusa para
embarcarse en una nueva aventura histórica adoptando las teorías del
capitalismo libertario. Ese fue el recorrido histórico del siglo XX planetario
hecho por pueblos y naciones: del culto al estatismo a la esperanza libertaria.
Por más de siete décadas, imperó en la vida de los pueblos el poder del
estatismo, de la planificación y de los planes quinquenales como el eje que
organizaría la vida económica y social de millones de hombres y mujeres. Esas
premisas adoptadas por el socialismo, el comunismo y el capitalismo fueron
inspiradas por la revolución rusa. En efecto, Rusia fue el primer país del
mundo que incorporó los célebres planes quinquenales para organizar la
cooperación social. Todas las naciones, todos los pueblos, todos los gobiernos
y todos los Estados siguieron ese camino. Al final, un fracaso total. En otras
palabras, a partir de la revolución rusa se erigió planetariamente una
idolatría hacia el Estado como la palanca salvadora de la humanidad ante las
imperfecciones del capitalismo. Así, se configuró una mentalidad y una praxis
intervencionista en toda la tierra. Todas las naciones con las más diversas
formas de gobierno asumieron el esquema estatista como el impulsador de la vida
material y espiritual. No obstante, el inicio y el fin de la revolución rusa
con la caída del muro de Berlín y la desintegración soviética de los Estados
federativos, el estatismo como cultura universal se desmoronó paulatinamente.
Así, pues el
hombre y la mujer de carne y hueso de todos los pueblos de este planeta sin
utopía y sin Estado de Bienestar, quedaron huérfanos sin el simbolismo
paradisiaco y estatista. En este torbellino de tanta complejidad y de tanta
incertidumbre, el individuo decidió su destino vital ante los retos y desafíos
de un proceso civilizatorio que va más allá de nuestro planeta. Sólo sin el
poder divino y el poder terrenal en la
intemperie con el único elemento que le
puede salvar: su innata capacidad creadora e innovadora para generar riqueza
material y cultural en un ámbito de libertad que pueda producir, consumir e
intercambiar sin ningún tipo de injerencia estatista.
En estos
párrafos, sintetizo la vida de un mortal que desde la sabana de los dioses soñó
con los ideales de una revolución como la rusa como redentora de la humanidad que edificó una
supuesta sociedad comunista. Una ilusión histórica que se mantuvo por unas
décadas; descubrí que ese supuesto paraíso no era más que un infierno. A través
de la reflexión política e intelectual comprendí que era imposible construir
una sociedad de tal índole. El descalabro del comunismo a nivel mundial,
demostró que ese proyecto era inviable y ajeno a la naturaleza del ser humano.
Hoy, entendemos que el único camino que hace posible el bienestar material y
cultural de los individuos es la senda libertaria. Cada individuo debe
desarrollar libremente su proyecto de vida en una sociedad abierta sin la
cultura estatal.