William Faulkner

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William Faulkner,  Rusia, Ucrania,  el hongo nuclear y la posible  extinción de la vida en la tierra   

Ramón Rivas Aguilar

“No creo  en el fin del hombre”

“El hombre prevalecerá”

Es inmortal, no porque el hombre, entre las creaturas, tenga una voz inagotable,  sino porque tiene  un alma, un espíritu, capaz de compasión y sacrificio y resistencia. El deber del poeta, el deber del escritor, es escribir sobre estas cosas. Privilegio suyo  es ayudar al hombre  a que perdure elevando  su corazón, recordándole el coraje, el honor, la esperanza, el orgullo, la compasión y la piedad y el sacrificio  que ha sido la gloria de su pasado. La voz del poeta  necesita ser  no solo el testimonio del hombre; puede ser  también uno de los soportes  que lo ayuden  a perdurar y  prevalecer.

 

Cuando  su hija  le notificó la grata de noticia  de que la Academia de Suecia  le  había  otorgado el premio Nobel de literatura,  William Faulkner,  Dijo: quién cuidará  mi casa,   mis tierras y  mis animales.  En  su ánima  profundo arraigo en  su morada, en su habitat, acá en la tierra, bajo el cielo,  lo divino y lo mortal. La bella imagen filosófica del cuadrante de Heidegger.

La lectura de su discurso el día que se le confirió el premio Nobel de Literatura, pasó desapercibido entre los concurrentes (1950). Sin embargo, al otro día noticia mundial. Porqué.

Porque  en  uno  de sus párrafos alertó  el alma de un planeta  que  comenzaba  la era atómica  sin medir las consecuencias  de lo que ella significaría para el futuro de la humanidad. Es decir, la posibilidad de su desaparición  ante   el estallido  de una guerra nuclear. Estas fueron sus palabras, como parte de su discurso:

Nuestra tragedia hoy es un miedo  físico general y universal que nos ha acompañado desde hace tanto tiempo que incluso ahora podemos cargarlo. Ya no hay problemas del espíritu. Hay solamente una pregunta ¿Cuándo reventaré? Debido a esto, el hombre o la mujer joven que escriben en la actualidad han olvidado que los problemas del corazón en conflicto consigo mismo pueden por sí solos escribir bien, porque solamente ellos deben ser escritos, y ameritan la pena, la agonía y el sudor (2002, pp. 79.)

 

Por tanto, es fundamental  de nuevo volver a escribir  sobre estas cosas   esenciales que despiertan en el hombre  la belleza del bien contra la barbarie.

Por  lo que  su  sentencia de  que “No creo en el fin del hombre”, tiene una  carga moral extraordinaria  para el día  de hoy, cuando  la invasión  de Rusia a Ucrania,  representa  el peligro  de un estallido nuclear  que provocaría  la extinción de la vida en la tierra. Debe  erigirse  como símbolo  esta frase “no creo  en el fin del hombre”,  porque el  hombre es inmortal. Una lección moral  tanto para  la Civilización Occidental y la Civilización Orientalen esa faena de locura por alcanzar la hegemonía nuclear,  sin  darse cuenta que el día menos previsto  llegaríamos  al fin de los tiempos. El temor nos acecha ante  un peligro de tal magnitud histórica. Ya no somos dueños  de nuestras moradas: prevalece el desarraigo total ante la amenaza permanente del hongo nuclear. Nos embarga el temor universal. 

 

Dentro de esa perspectiva,  la invasión de Rusia  a  Ucrania,  una barbarie con rostro humano,  un peligro  universal,  en las naciones  del planeta  envuelta en una situación histórica en la que se asoma con tanta velocidad    el hongo nuclear. No es ninguna  tontería  lo que está  aconteciendo  en Ucrania. Está despertando los apetitos armamentísticos  y nucleares.  No olvidéis  la guerra fría  y la disuasión  nuclear; la crisis de octubre, 1962, y el crecimiento  del mundo nuclear entre las naciones. Además, la arrogancia y la soberbia de algunas naciones dando muestras  de alarde con sus  misiles de alta potencia. El potencial del hongo nuclear.

 

Una escalada militar  y   amenaza nuclear, una invasión  del tal naturaleza, agarró  de  sorpresa  a los más inteligentes políticos, militares y expertos  en materia de geopolítica, de Occidente.  Nadie pudo prever  que Rusia  con esta iniciativa política, militar y geopolítica,  tuviera  alcance  global. Un impacto con efectos de importancia en la vida  económica, financiera y energética  en los países de la tierra. Consecuencias  que podrían  desatar   una recesión económica mundial, una crisis energética  y procesos inflacionarios. Hasta  el extremo que se comenta en la prensa   la posibilidad  de que el gobierno de Biden  esté interesado en el petróleo venezolano para  suplir las importaciones de petróleo ruso hacia los EEUU. Es lo que se comenta. Dos expertos petroleros venezolanos, Gustavo Coronel y Nelson Hernández, sostienen que  es  inviable  a corto y mediano plazo.

 

Un problema vital  que  requiere soluciones radicales  más allá  de  posturas políticas, e ideológicas  y  geopolíticas. Es un problema moral.  Salvar la vida  en la tierra    ante el  acecho del hongo nuclear. En las actuales  circunstancias,  las naciones, todas ellas,  involucradas directa e indirectamente,   propician  soluciones parciales para  evitar efectos  mayores  al mundo económico, financiero y energético. Sin embargo, olvidan la pregunta fundamental: el origen de la técnica. Cómo y de qué manera   el  hombre moderno con la técnica   logró dominar los secretos de la naturaleza  y extraer energía  para el   funcionamiento  de las  sociedades en general. Develar los secretos del orden natural  y convertirlos  en un medio técnico y así asegurar el bienestar  material y  cultural del mundo moderno y contemporáneo. Estamos envueltos entre  medios técnicos que no conocemos y  no entendemos su esencia. Lo que ha provocado  de forma radical  un desarraigo  de nuestras moradas. La  técnica, como resultado del pensamiento del cálculo,  produjo cosas maravillosas, como la  energía atómica  con fines pacíficos; pero también con unos efectos gigantescos que pondrían en peligro la existencia en la tierra. Nuestra relación  con la técnica, es nula.  No tenemos idea como funciona  y cuál  es  nuestro vínculo vital con ella. La esencia  de la técnica, producto de la era moderna,  con raíces  de la antigua  Grecia, nos lleva  hacia un mundo  de extrema peligrosidad   para el ser humano como especie, como  un ente biológico y espiritual.Hoy, se impone el hongo nuclear. La pregunta vital: de que se trata la  técnica, su esencia, su alcance y límites, para comprender   su trascendencia y sus implicaciones significativas en el destino del ser humano en la tierra,  cuyas consecuencias  comenzamos a percibir: su  posible extinción  por  un estallido  de contenido nuclear.

 

Aún es difícil  medir   en toda  su complejidad   la invasión de Rusia a Ucrania,  la gran invasión de alcance planetario. El problema rebasa   las ideologías de cualquier naturaleza. Cómo dar una salida histórica que  no solo  significa  una derrota política y militar  A Rusia, sino  también  abrir un debate intelectual sobre  el alcance  y los límites del mundo nuclear  en el origen  y  el destino de la vida en la tierra. No nos engañemos. Mientras las naciones  mantengan armas nucleares  con propósitos políticos y militares,  el planeta siempre correrá el riesgo  de ser destruido.

 

Lo de Ucrania  es una seña. Por ello, es tan significativo  desde el punto de vista ético y espiritual  las palabras que pronunciara el día  que se le fue otorgado  el premio nobel de literatura a William Faulkner. Hoy de una validez universal. Es de lectura obligatoria  ese discurso,  para los hombres y mujeres, millones  y millones, desparramado  por esta tierra,  que perdió su rumbo y su temple vital,  ante   la imagen atrevida del hongo nuclear que está  entre nosotros. Para el novelista norteamericano, los poetas  tienen  una  misión  sagrada en esta tierra, bendecida por dioses y sabios. Uno de ellos, el poeta alemán Höderlin: Pero donde está el peligro, crece también  lo que salva”. Así, en la mirada del novelista norteamericano,  señala que es vital   revelarle al hombre…, “las antiguas verdades  y certidumbres del corazón, las antiguas verdades  universales sin las cuales  cualquier historia  es efímera  y está predestinada  al fracaso: el amor, el honor, la piedad, el orgullo,  la compasión y el sacrificio. Mientras no lo hace, trabaja bajo una maldición. No escribe sobre el amor,  sino  sobre la lujuria,  sobre derrotas  en que nadie pierde nada de valor, de victoria sin esperanza y,  lo peor de todo, sin piedad y  compasión. Sus quebrantos  no afligen  la carne universal, no dejan cicatrices. No escribe sobre el corazón,  sino sobre vísceras. Mientras  no-reaprenda estas cosas,  escribirá  como si estuviera contemplando  el fin del hombre. No creo en el fin del hombre.  Es inmortal,…”

Qué sabiduría.  Una lección  para esta locura  de hombres, políticos, militares y estrategas,  empresarios y negociantes que juegan con el destino de la humanidad.

“Son estas profundidades  morales a partir de las cuales  han surgido  las palabras  lo que da al discurso  de Faulkner   su desafiante grandeza  y su capacidad para prevalecer” (Richard Ellmann).

 

En fin, la modesta opinión  de un mortal, acá en la tierra, bajo el resplandor de los cielos, que comparte  en su justa dimensión ética  la honda reflexión  del novelista William Faulkner  sobre  el peligro  de la extinción de la vida en la tierra,  ante la inminencia  del hongo nuclear.  Los poetas, en  su perspectiva, tienen  la misión de anunciar esas verdades universales que tocan el corazón del ser humano para impedir esa  carrera peligrosísima la carrera  nuclear que puede  significar el fin de la vida en el planeta. El hombre es inmortal. No creo en el fin del hombre. Los ucranianos, hombres y mujeres,  en esa gigante  batalla histórica  en defensa de su libertad  y  su patria,  con la dignidad, el coraje, el  sacrificio y la responsabilidad de  impedir  el holocausto  nuclear. Son inmortales y no perecerán. El hombre prevalecerá

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