El espíritu de Bolívar en La Petrolea del Táchira (1878-1934)
Ramón Rivas Aguilar
A
José Humberto Ocariz
En la era de la globalización, el espíritu de la empresa privada se ha consolidado a lo largo y ancho del planeta Tierra. En la década de los ochenta y los noventa la mayoría de los países llevaron a cabo un conjunto de reformas políticas y económicas, en el que se le asignó a los empresarios privados un papel fundamental en la creación de la riqueza y garantizadores del bienestar de las sociedades en general. Atrás, quedó el estatismo con sus viejas creencias para dar paso a la iniciativa particular como el motor del crecimiento económico mundial. En nuestro país, un país petrolero por excelencia, desconocemos las razones por las cuales los ideólogos del Estado han excluido históricamente de sus políticas petroleras al sector privado nacional. Seguramente, el prejuicio y la desconfianza han sido algunos de los indicios que han impedido la participación de los empresarios venezolanos en el negocio petrolero. Honrosas excepciones fueron la época de Pérez Jiménez (1956-1957) y la apertura petrolera (1989-1996). Sin embargo si apelamos a la memoria histórica, fueron unos tachirenses y unos barinenses quienes asumieron el reto y el desafío de fundar una empresa petrolera privada nacional, ubicada en el Estado Táchira en lo más hondo de la cordillera de los Andes. Era a mediados del siglo XIX, cuando estos hombres comenzaron a acumular un pequeño capital para el logro de tan importante iniciativa (1878-1934). Nacía La Petrolea del Táchira. Precisamente, en el momento que se iniciaba el desarrollo, la consolidación y el fortalecimiento de la industria petrolera norteamericana a estos visionarios se les metió en la cabeza una posibilidad de tal naturaleza. El azar (un terremoto) y el desarrollo material y cultural del Estado Táchira empujaron a Manuel Antonio Pulido (barinés); a José Antonio Valdez (barinés); Ramón María Maldonado (tachirense); González Bona (tachirense) y a José Gregorio Villafañe (tachirense) a conquistar los espacios económicos regionales energéticos con la fundación de una empresa privada llamada La Petrolea del Táchira. No fue una tarea fácil; había que ir a los Estados Unidos para comprar la tecnología petrolera y hacerla llegar al Estado Táchira a través de recuas de mula. Pero la pasión, la disciplina, el amor, la emoción y el deseo enfrentaron todo tipo de adversidades. Hoy, los andinos debemos sentirnos orgullosos de esa empresa construida en el corazón de los Andes por unos venezolanos nobles y patriotas. Estos aventureros, en el buen sentido de la palabra, le dijeron a la cultura anglosajona: Basta de prejuicios. Las viejas concepciones políticas del desarrollo que tenían que ver con una supuesta visión religiosa se vinieron al piso. Es decir, en el corazón de estos hombres había el deseo profundo de hacer patria. Muy bien lo señala el experto petrolero Aníbal Martínez, en su bello libro El camino de la petrolea.
En cierta forma, guardando las distancias, Venezuela logró con la iniciativa auténticamente criolla de petrolea colocarse en la dirigencia de la industria petrolera de su tiempo, tanto como lo pudieron haber logrado las operadoras de Petróleos de Venezuela en 1975 (p.XVIII).
Más adelante, Aníbal Martínez ve en la historia un papel importante para examinar y proyectar el pasado hacia el futuro:
Pienso que la historia es para mejorar el presente y el porvenir a través del análisis de lo sucedido para adelantar siempre, para saber de la situación y los obstáculos que nos preparen hoy para el salto propio y emancipador (p.19).
Cuanta emoción hubiere embargado el espíritu de Simón Bolívar, al saber sobre esta hazaña histórica de unos tachirenses y barinenses que se embarcaron en un proyecto de iniciativa privada al cual Bolívar le fascinaba. Basta retomar el primer artículo del decreto promulgado por Simón Bolívar, el 24 de octubre de 1829, en el cual él vio pertinente que los particulares se encargaran de explotar las minas que corresponden a la República.
Artículo 1:
Conforme a las leyes, las minas de cualquier clase corresponden a la República, cuyo gobierne las concede en propiedad y en posesión a los ciudadanos que las pidan bajo las condiciones expresadas en las leyes y ordenanzas de minas, con las demás que contiene este decreto (Biblioteca del Pensamiento venezolano José Antonio Páez. Bolívar e Ideas de un espíritu visionario. Monte Ávila Editores, 1990, p. 138)
Bolívar tenía fe en la empresa privada como el motor del desarrollo nacional. Jamás se le hubiese ocurrido socializar las actividades económicas y sociales. Era un exabrupto pensar de esa forma. En fin, Bolívar con placer y con emoción hubiese aplaudido esta iniciativa de empresarios tachirenses y barinenses.
