¿Somos
un país petrolero?
Ramón Rivas A.
Hace más de cien años el poeta
alemán Heine advirtió a los franceses que no debían subestimar el poder de las
ideas: Los conceptos filosóficos alimentados en el silencio en el estudio de un
académico podían destruir toda una civilización (Isaiah Berlin, Two concepts of
liberty, 1958)
Comprender
los planteamientos de los más prestigiosos expertos petroleros sobre las propuestas para levantar la industria petrolera del país y su
inserción en el mercado mundial de
los fósiles convencionales ha
sido todo un reto: distintas miradas y perspectivas sobre el tema con un denominador común: generar la confianza para
atraer a las grandes
corporaciones del mundo petrolero mundial.
Surge
así una pregunta tal vez ingenua
e insensata ¿Somos un país petrolero? Para encontrar una respuesta
coherente y viable para un país como Venezuela es necesario recurrir a la
historia.
Venezuela
Tierra de Gracia, vive una tragedia
histórica que denota la desintegración física y moral del territorio nacional. Un estado total de destrucción
material y cultural. Un caso insólito
de nuestro proceso histórico
venezolano. Una nación desintegrada en su geografía física, económica,
minera, agraria, industrial y urbana. La
Venezuela moderna, la Venezuela del
siglo pasado, hija del petróleo. El
petróleo se convirtió en una bendición
de los dioses e iluminó el camino de las grandes transformaciones políticas, económicas, sociales, culturales y científicas de una Venezuela anclada
en la pobreza y miseria por un periodo largo de guerras civiles en el siglo XIX.
Desde 1920, en menos de sesenta años se logró la paz y seguridad, condición
básica para alcanzar el progreso material y cultural. Un caso excepcional en la historia económica mundial. En ese sentido, la Venezuela agraria transitó históricamente hacia una sociedad petrolera,
urbana e industrial convirtiéndose en el país petrolero más importante en el Hemisferio Occidental después de los EEUU. Con una
presencia significativa en el escenario
geopolítico del oro negro. Asimismo, jugó un papel estelar en la fundación de
la OPEP, despertando la conciencia
nacionalista en el tercer mundo.
Es decir, el nacionalismo petrolero contribuyó
a la conquista de la soberanía sobre los recursos mineros en las naciones de la OPEP y su impacto en las relaciones políticas y económicas internacionales. Se nacionalizó la industria
petrolera (1976), lo que representó el
fin del nacionalismo petrolero, del estado rentista y el nacimiento de una
nueva forma de cómo organizar la industria petrolera en una perspectiva no
rentística En otras palabras, el Estado
como una empresa capitalista, Petróleos de Venezuela (PDVSA), una empresa
petrolera normal cuya función era explorar, explotar, producir, refinar y comercialización el petróleo, sus derivados, en el mercado
mundial. Se impuso la lógica del capitalismo
del Estado venezolano: competir
en el mercado petrolero mundial. Así,
la internacionalización (1983) y la apertura petrolera (1990), resultado
de esa dinámica capitalista,
propiciada por Petróleos de Venezuela, una corporación de energía, con una presencia de importancia vital
en el escenario petrolero y energético
mundial. En otros términos, significó la muerte del rentismo
y la ideología marxista que sustentaba esos enunciados de los postulados de la teoría de la renta
del suelo. Sus teóricos, desconcertados y confusos, sin saber qué hacer y a qué
atenerse. Sin duda alguna, el padre intelectual de la teoría de la renta, Bernard Mommer, un enfoque para estudiar la
historia petrolera del país y su perspectiva revolucionaria, no comprendió
que la nacionalización de la
industria petrolera representaba la
muerte del Estado rentista y toda la
fraseología revolucionaria que se tejió a su alrededor. Sin embargo, la década
de los ochenta y los noventa, décadas que permitieron resucitar el nacionalismo
petrolero contra Petróleos de Venezuela, una empresa capitalista, según
la izquierda marxista con una
“agenda oculta de naturaleza neoliberal y tecnocrática, al servició de los
intereses de los imperios y las grandes
corporaciones petroleras mundiales”.
Dentro
de esa perspectiva, era vital para estos teóricos del rentismo desmantelar
la industria petrolera nacional y
devolverle al Estado su espíritu rentista y así su nacionalismo petrolero. Una matriz de
opinión que comenzó a tener sus efectos
prácticos a partir de 1999, cuando asumió el poder Hugo Chávez Frías. Éste, inició
en forma sistemática “una nueva
gobernabilidad para retornar al Estado rentista
y echar los cimentos de una
industria petrolera colectivista y
comunal y su nuevo símbolo: el hombre nuevo. Para ello, había que destruir la industria petrolera burguesa, capitalista,
neoliberal y tecnocrática. Efecto. La
destruyeron con ese enfoque
teórico y una praxis para
intentar de forma artificial restituir el Estado rentista, una grave equivocación histórica, en la
perspectiva del economista, politólogo
y filósofo Fabio Maldonado Veloza, profesor de la Universidad de Los Andes. Lo que no
develaron los teóricos del rentismo, era que el Estado Rentista había muerto el
1 de enero de 1976. El Estado dejó de
ser rentista para convertirse en una
empresa capitalista que tenía que
ir competir con su petróleo en el mercado petrolero mundial. Sólo
un prestigioso historiador venezolano,
Ramón J. Velásquez, entendió la
naturaleza de ese cambio cuando se iba a
nacionalizar la industria petrolera. Para este historiador,
el Estado cedería su espíritu y praxis rentista a un Estado capitalista y empresarial en el
ámbito del oro negro. Hasta ese momento, fue la alternativa histórica que presentó el Estado
a la nación. Es desde ese
horizonte vital, que se
puede interpretar el salto cuántico de un Estado rentista a un estado capitalista,
que confundió, desconcertó y
desorientó a los padres del rentismo.
Por
tanto, el intento de forzar
la historia para restituir el Estado
rentista y su nacionalismo
petrolero, un error de incalculable consecuencias para el porvenir de la industria petrolera y su
incidencia en la vida nacional e internacional.
Fue el intento más audaz del gobierno que presidió su Presidente Hugo
Chávez Frías, entre 1999 y 2012. Dentro
de esa dinámica, ese intento de volver al Estado rentista, se tradujo
en unos efectos deplorable y lamentable
para el país. Sí. Dejamos de ser
un país petrolero y sin ninguna importancia geopolítica
en el escenario petrolero y energético global. Los teóricos del
rentismo, convencidos de que los precios
del petróleo seguirían subiendo y se
mantendrían en el tiempo, a pesar de ese
proceso de destrucción de la industria petrolera. El petróleo se volvía más escaso; los precios se elevarían y Venezuela navegaría en petróleo. Es decir, se requería
una cantidad suficiente de barriles para cubrir las necesidades fiscales del
país y continuar proyectando el socialismo del siglo XXI en el mundo. Un grado
de ignorancia y de irracionalismo
en el ánima de los teóricos del
rentismo. El rentismo les enturbió el
juicio y no tuvieron la menor idea de cómo estaba
cambiando el panorama petrolero mundial.
Por un lado, despreciaron la apertura petrolera a nivel global que permitió
la diversificación del petróleo en
el mundo y, como consecuencia, el
crecimiento de la oferta de barriles en el mercado mundial. El petróleo, un negocio
en el marco de una competencia
compleja entre los Estados y las
compañías petroleras. La política, las ideologías y los nacionalismos pasaron a un segundo
plano. Comenzó el petróleo, como negocio,
en un mercado libre: la apertura petrolera le puso límite histórico al rentismo. Por
otro, no entendieron que la ciencia y la
tecnología estaban provocando una revolución energética en los EEUU, las lutita.
EEUU, de nuevo una potencia petrolera a escala universal. Y, por el otro, un
desprecio por las fuentes alternas de
energías que comenzaba afectar al mundo del petróleo. Además, esas fuentes
de energías se aceleraron con el covid-2019,
que puso en el piso la industria petrolera mundial. En otras palabras, un nuevo paradigma energético se asoma en el
horizonte, como resultado del cambio
climático, que le está poniendo fecha final a los fósiles convencionales. Asimismo,
la guerra Rusia-Ucrania, ha despertado, aún más, el entusiasmo por las
fuentes alternas de energía. Una coyuntura
geopolítica para Venezuela del petróleo,
con la paradoja que dejó de ser
un país petrolero, sin ningún impacto en
la geografías de las energías en el planeta. Maduro entendió tarde el problema y negocia con los EEUU y con la
Chevron para animar los viejos
yacimientos de petróleo. Nada fácil.
El
resultado final de esa nueva política petrolera para rescatar el Estado rentista que destruyó la agenda liberal de Petróleos de Venezuela, de
los imperios y de las corporaciones del oro negro, fue un intento artificial,
anti-histórico, que significó dejar de
ser un país petrolero sin ningún impacto
en la geografía del petróleo y el gas en
el mundo. Todo ello fruto de una teoría, de una mentalidad y de una praxis rentista.
Por
tanto, la respuesta a esta pregunta vital: ¿somos un país petrolero? Pues, no lo somos. Hace siglos fuimos un país agrario; luego, un país petrolero. Hoy, ya no lo somos. En este mundo de complejidad del oro negro,
del gas y de un nuevo paradigma
energético con el más gigantesco de las
energías, como es la fusión nuclear,
cuál es nuestro lugar en estas
circunstancias históricas que pone fecha al oro negro y transitamos hacia un mundo de energía sana
y no contaminante, si extraer un gramo
del orden natural. Un reto histórico para generaciones de políticos,
científicos y técnicos para transitar
hacia un nuevo mapa energético sin causar
trauma a la sociedad venezolana.
Por supuesto, tenemos que aprovechar las
ventajas comparativas y competitivas de
una nación que tiene petróleo, que nos permita
devolver de alguna manera nuestra
condición de país petrolero, en un marco
no estatista, no colectivista, no
comunal, no socialista y no comunista,
para ir de forma gradual hacia un mapa
energético no convencional. Tenemos prisa,
como decía el filósofo Don José Ortega y Gasset. Es vital un cambio
radical del sistema político para pasar
del Estado de las comunas a un
Estado liberal impreso en la esencia de la Constitución Federal de 1811, bajo
la impronta del espíritu privatizador y empresarial que dejó el Libertador en el decreto del 24 de octubre de 1829. No
hay evasión posible. Ese es el camino
histórico para renovar el espíritu republicano para estar a la altura de los tiempos históricos.