Un encuentro con Ortega: Vivencias y testimonios

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Un encuentro con Ortega: Vivencias y testimonios

                                                (9-5-1883-18-10-1955)

Ramón Rivas A.

                                                

I

 

Doctrina filosófica

 

Don José Ortega y Gasset, uno de los grandes filósofos de habla hispana. Se le puede considerar una de las figuras estelares del pensamiento filosófico universal. Su pensar filosófico transformó los estudios de la filosofía en España. Su obra cultivó una generación que influyó significativamente en el pensamiento filosófico latinoamericano. Durante décadas he cultivado su filosofía.  Su bello lenguaje, sus ricas metáforas y su reflexión teórica sobre la vida, han colmado el espíritu de un leve mortal, atrapado en la llanura  de Carvajal (Venezuela, Estado Trujillo). España, la España de tan extraordinario pensador, acercándose a los atardeceres de mi Antigua Santa Rosa de Carvajal. Ejerció el oficio del pensar para discernir los misterios de la vida y el paisaje. Sus largas caminatas por la geografía del Quijote, disciplinó la agudeza de sus sentidos para contemplar el hombre y las cosas. El hombre y el mundo, un proceso dialéctico en el que surgen ideas y creencias para estar en sintonía con el entorno. Su frase, formulada en 1914, define el inicio y el fin de la vieja forma de hacer filosofía: yo soy yo y mi circunstancia. Una  síntesis creadora para generar una manera distinta del quehacer filosófico. Para él, los filósofos en el mundo antiguo partían de la idea que el conocimiento se originaba en la realidad. Ellos, revelaban ante sus ojos el ser y el ente. En la era moderna, el hombre  constituye la fuente del conocimiento, según Descartes y Kant. Realismo y subjetivismo, dos nociones parciales para el pensador español. Se trataba, en definitiva, la de conciliar ambas corrientes filosóficas para producir una nueva filosofía.

 

Necesitamos, pues, corregir el punto de partida de la filosofía. El dato radical del Universo. No es simplemente: el pensamiento existe o yo pensante existo - sino que si existe el pensamiento existen isosfacto, yo que pienso y el mundo en que pienso - y existe el uno con el otro, sin posible separación. Pero no yo soy un ser sustancial ni el mundo tampoco - Sino que ambos somos en activa correlación: yo soy el que ve el mundo y el mundo es lo visto por mí. Yo soy para el mundo y el mundo es para mi (José Ortega y Gasset. Qué es filosofía. Editorial El Arquero, ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1972, p. 209). 

 

La vida y la razón, dos polos de un mismo proceso. La razón vital y la razón histórica, dos maneras de cómo comprender la vida en su circunstancia.

Frente a la revelación se alzó la razón pura, la ciencia; frente a la razón pura se incorpora hoy, reclamando al imperio, la vida misma - es decir, la razón vital porque vivir no es tener más remedio que razonar ante la inexorable circunstancia. Se puede vivir sin razonar, geométricamente, físicamente, económicamente, políticamente. Todo eso es razón pura y la humanidad ha vivido de hecho milenios y milenios sin ella o con sólo rudimentos de ella. Esta efectiva posibilidad de vivir sin razón pura hace que muchos hombres de hoy quieran sacudirse la obligación de razonar, que renuncien con agresivo desdén a tener razón ... Pero cuando más contentos se halen de esa aparente y tan fácil liberación, mas sin remedio se sentirán prisioneros de la otra razón, de la irremediable; de la que, que quisiérase o no,  es imposible prescindir porque es una y misma cosa convivir la razón vital (homenaje a Ortega y Gasset, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1958, p. 122).

 

En cuanto a la razón histórica, es un concepto que permitiría examinar el papel de las minorías en los procesos históricos. En ese sentido, introdujo una idea de suma importancia para analizar la naturaleza de las transformaciones históricas: la idea de generación. Esta idea constituye una relación esencial entre las elites y las  muchedumbres que hacen posible los procesos históricos.

 

De aquí que los cambios históricos suponen el nacimiento de un tipo de hombre distinto en más o en menos del que había; es decir, suponen el cambio de generaciones. Desde hace años yo predico a los historiadores que el concepto de generación es el más importante en historia, y debe haber llegado al mundo una nueva generación de historiadores, porque veo que esta idea ha prendido, sobre todo en Alemania (Op. Cit., p. 35). 

 

La otra cosa de interés que llama la atención del pensamiento orteguiano, es que sus reflexiones abren muchas perspectivas. Por ejemplo, le parecía interesante la interpretación económica de la historia en Karl Marx; pero también veía con mucho interés la interpretación bélica e hidrológica de la historia. Era el ojo que podía observar en su perspectiva individual distintas maneras de percibir la realidad. A este aspecto él lo llamó "El punto de vista"[1].  De igual modo, captó el influjo de las muchedumbres y la estatización de la vida en el siglo XX planetario. Así como también la era de los partidos políticos, de la democracia morbosa, del papel del Estado en la sociedad y los totalitarismos. Su libro La rebelión de las masas es una de las obras sociológicas  de mayor trascendencia del siglo XX. Allí, se examinan las raíces del estatismo, de las muchedumbres y sus implicaciones de la sociedad en general y la necesidad de rescatar el pensamiento liberal para enfrentar a esas tendencias que, en definitiva, aniquilarían al individuo y su espontaneidad en un futuro inmediato.

Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas cabe padecer. Estas crisis ha sobrevivido más de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. Tan bien se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las masas... Este es el mayor peligro que hoy amenaza la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del estado, la absorción de toda espontaneidad social por el estado; El decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva, sostiene, nutre y empuja los destinos humanos (José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas. Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1972 (42 ediciones), pp. 61-183).

 

En otro orden de ideas, consideró el impacto de la ciencia y la tecnología en el destino de los tiempos históricos[2]. Sus ensayos "Sobre el estudiar y el estudiante", "La reforma del pensamiento" y la "misión de la universidad", etc. Son referentes importantes que hoy se están estudiando en las universidades con el propósito de determinar cuál debe ser el papel de esas instituciones en las nuevas circunstancias históricas[3].

 

Sobre el tema del arte, dijo cosas interesantes. Su libro La deshumanización del arte refleja unas cuantas reflexiones sobre la estética. Examina un conjunto de imágenes sobre una forma de arte más allá del realismo y del naturalismo. El arte es para unas minorías. El arte no es popular ni realista. El arte tiene que ver única y exclusivamente con el espíritu[4]

 

La grandeza de la obra filosófica de Don José Ortega y Gasset radica en que es una fuente infinita de ideas y metáforas sobre la relación compleja entre la vida y el mundo. A vuelo de pájaro atrapaba en segundos intuiciones que desparramaba a lo largo de sus escritos, prensa, libros, conferencias y conversaciones informales.

 

Su legado ha hecho posible el desarrollo y la profundización de su quehacer filosófico a través de nuevas generaciones de filósofos, sociólogos, historiadores, politólogos, psicólogos, etc. Uno de los elementos que ha tocado la reflexión filosófica e histórica de Ortega en múltiples campos de las ciencias sociales, es la distinción tan importante entre las ideas y las creencias. Esta distinción rica y fructífera en sus diferentes perspectivas, deja un campo inmenso para futuras investigaciones que contribuirán a comprender los fenómenos políticos e históricos en el ámbito de las ideas y de las creencias. Por ejemplo, para la ciencia política es mucho más interesante determinar la naturaleza de las creencias en el ámbito de la acción política, más que definir las ideas y las ideologías. Pesa más el mundo de las creencias que los supuestos de toda teoría política. De la misma manera, tendrá un valor significativo en el campo de la acción histórica. Un filósofo venezolano, brillante filósofo, Ludovico Silva, en su libro Plusvalía ideológica, resalta la distinción entre ideas y creencias en Ortega y Gasset para intentar explicar desde el punto de vista del psicoanálisis el influjo de las creencias como sustrato del inconsciente para la acción política.

 

 

 

II

Encuentro vital

(Carvajal, La Sabana De  Los Dioses,  1999)

 

 

Ahora bien, cómo descubrí a este filósofo que afectó de manera radical mi vida y  mi  faena  intelectual y su proyección en la comprensión  de una nueva manera  de los eventos históricos desde una perspectiva generacional.

 

Tendría doce o trece años aproximadamente, cuando tropecé en la Biblioteca de Carvajal (Estado Trujillo, Venezuela) con un pequeño libro. Comencé a revisarlo y de repente su título estremeció mi conciencia: La rebelión de las masas. El título coincidió con mi rebeldía natural que nació en mi bello Carvajal. Ese día descubrí la Biblia del pensamiento ácrata y liberal. Por supuesto, eran sólo intuiciones silenciosas. En esa época se me veía como un ácrata enemigo de toda autoridad de origen natural, social y teológico. Tal vez sea el libro más influyente en el desarrollo de mi pensamiento político. Se convirtió en una referencia vital para combatir toda  simbología autoritaria. La España de Ortega, era una España asfixiada por la intolerancia, el totalitarismo y la mediocridad. Mi geografía, la geografía de Javier Solís, Daniel Santo, Carlos Gardel, Mi viejo San Juan, aún en el marco de la democracia morbosa, en palabras de este brillante filósofo, era un pueblo en que la autoridad provenía de la familia, de la estructura civil y religiosa. Enfrenté con pasión a esas estructuras autoritarias. A esa edad era difícil entender la complejidad de este ensayo, que intuyó la era de los totalitarismos y las muchedumbres. Lo he releído durante muchos años, y se ha transformado en la fuente de inspiración para combatir el estatismo y fortalecer el pensamiento  liberal que se había producido en aquella geografía de bosques y nubes. A partir de ese encuentro vital con el filósofo español, mi vida política e intelectual dio un vuelco radical. Me había apropiado de sus intuiciones filosóficas que marcaría el destino de mi propia vida. Aún cuando el encuentro fue a esa edad, cuando resultaba difícil estudiar la complejidad de su pensamiento filosófico, fue a partir de ese instante vital, cuando nació en mí la necesidad de sus reflexiones filosóficas para darle sentido a mi vida. Seguramente, en la escuela primaria y secundaria comenzaba a navegar en mi espíritu esta obra que se sumergía entre los pupitres y provocaba rebeldías emanadas de mi fantasía natural. Este texto fue mi acompañante en los distintos viajes que hacía por la geografía trujillana. Al llegar a las compañías petroleras, en el estado Zulia, llevaba en mi maletín el destino vital.  En las comunidades petroleras, en algunas noches,  se dieron ciertos encuentros orteguianos  al lado de la mariposa de los cielos: el relámpago del Catatumbo. A la luz de los mechurríos, en algunos pantanos, hojeaba el libro La rebelión de las masas. En una oportunidad, mi padre Andrés Rivas, que había salido un amanecer de Escuque (Estado Trujillo) para llegar un día al atardecer del mundo petrolero, en el estado Zulia, encontró este ensayo en mi repisa de noche, en la casa nro. 37 de la Pequeña Florida y  me dijo: Ortega  fue siempre un peligro para teólogos y políticos. En la España de Franco se le consideraba un enemigo de la Iglesia oficial, un demonio, un Satán de los infiernos. La izquierda lo combatía por que lo consideraba un aristócrata y defensor del pensamiento liberal. Eso solía escuchar a mi viejo padre, cuando descubrió el libro de La Rebelión de las masas, en aquella repisa tan silenciosa al mundo. Mi abuelo Silvestre Romero, boxeador y seguidor de las andanzas de Cipriano Castro (gobernante venezolano 1899-1908), oriundo de la España del Quijote, fue un defensor de la obra política de Don José Ortega y Gasset. Fue su aliado natural para enfrentar la dictadura del General Juan Vicente Gómez (Presidente de la República 1908-1935). Cuando pasaba mis vacaciones decembrinas en Bella Vista, cerca del Lago de Maracaibo (estado Zulia), mi abuelo y yo solíamos sacar la red para atrapar pececillos en tan hermoso lago, a media noche, cuando la luna acariciaba los instantes fascinantes del Catatumbo, dijo como todo sabio: A Don José Ortega y Gasset lo descubrí en aquel Escuque, tierra de nubes, cuando el café emigraba a Europa para satisfacer el paladar de la aristocracia. A oscuras lo leíamos con pequeñas luciérnagas que atrapábamos en los bosques. A Cipriano Castro le fascinaba su estilo filosófico y político. Juan Vicente Gómez le tenía respeto y temor. Le decía a Tarazona, su fiel servidor, lo siguiente: cuidado con ese señor que le llama la atención las muchedumbres y la democracia morbosa. Mi abuelo me decía que Juan Vicente Gómez fue un profeta de los nuevos tiempos. Para el dictador de Los Andes, Don José Ortega y Gasset sería el inspirador de la Venezuela del siglo XX. Es decir, a esa edad escuchaba atentamente a mi padre y a mi abuelo sobre las vicisitudes de Ortega en la geografía andina. Sabía que este filósofo transformaría mi vida intelectual. Paradoja del destino individual e histórico. Durante cuarenta años, he estado atento a la evolución del pensamiento orteguiano y su influjo en mis preocupaciones humanas e intelectuales. En ese largo proceso, intuí dos facetas de Ortega que afectaron mi quehacer político: Un Ortega de las muchedumbres y un Ortega liberal. Paradoja de la vida. La utopía fue parte vital en mi acción revolucionaria en un largo período histórico (1959-1980). La muerte de la utopía, como fruto de la desintegración de la URSS y la Caída del Muro de Berlín, impulsó una nueva perspectiva histórica en la que el mercado, la democracia, el liberalismo y la globalización se transformarían en las nuevas tendencias mundiales. Acogí con entusiasmo esas tendencias para profundizar mis actividades políticas. Lo contradictorio de todo esto, es que Ortega abrió en mí esas dos sendas. En una primera fase,  participé en la era de las muchedumbres, la democracia de partidos y el socialismo; y en la una segunda, me vinculé con su pensamiento liberal. Posteriormente, arribé un atardecer a la cordillera merideña un 20 de septiembre de 1968, para estudiar el último año de bachillerato en el Liceo Libertador. En un pequeño automóvil contemplé por vez primera las inmensidades de los cielos y las montañas de esta bella región.  Fue asombroso ver con mis propios ojos la belleza de esta cordillera, sumergida entre nubes y copos blanquecinos. En la maletera de ese pequeño automóvil llevaba mi destino vital que había conseguido en mi Carvajal, en el año de 1962. En un viejo Blue Jean, maltratado por el tiempo, estaba envuelto este libro: La rebelión de las masas. Esa noche, en mi nueva vivienda, cerca de la Farmacia Claret y el Bar Mi Buen Bohío, ubicados en la Cruz de Milla, tomé el texto de Ortega y dije: acá en Mérida, comenzará una nueva etapa en mi vida política a sabiendas que la Universidad de Los Andes y el Liceo Libertador eran centros de estudios controlados por la izquierda marxista. Parte del dinero que me enviaban mis padres, lo utilicé para comprar libros sobre marxismo y  los de Ortega y Gasset. Por esos días, supe que José Manuel Briceño Guerrero, filósofo, impartía clases de filosofía en el Liceo Libertador. El profesor Molina, mi profesor de Física, hombre culto, me hablaba muy bien del pensador de Palmarito de San Fernando de Apure (Venezuela). El profesor Molina, aún cuando era un marxista convencido, conversábamos sobre la importancia política del pensamiento orteguiano. Él era ateo y sólo le gustaba un parte de ese pensamiento anticlerical de Ortega. De este profesor conservo un hermoso libro de un autor francés: Las ruinas de Palmira. Por supuesto, en ese escenario no fue posible abrir un diálogo sobre Ortega. Éramos izquierdistas, ingenuos, primitivos e intolerantes con el pensamiento diverso. El sueño del edén nos apasionaba. La sociedad justa y sin clases sociales era la meta a seguir. La literatura cubana, China y rusa, fortalecían nuestro marxismo dogmático. Eso me fascinaba y lo compartía  con dedicación y pasión. Por lo que la obra de Ortega estuvo oculta durante mucho tiempo en la maleza andina, salpicada por sus nubes y los surcos temperamentales de su río Chama. Sin embargo, recuerdo que en el Liceo Libertador tenía muchos amigos; pero sólo dos compartían libremente  mis preocupaciones orteguianas: el amigo Valeri  y un teólogo que su nombre ya no recuerdo. No eran izquierdistas y tenían una gran ventaja sobre el pensamiento único. Creían profundamente en el libre pensamiento. Fueron consecuentes con sus ideas y sus acciones. Valeri, era un joven culto para su edad. Cursó estudios en la Facultad de Farmacia y fue un defensor del medio ambiente. Murió junto a su esposa.   El otro amigo, el teólogo, amaba profundamente el cristianismo y el judaísmo. Del Liceo Libertador pasé a estudiar a la Facultad de Medicina para complacer a mis padres y al izquierdista latinoamericano Ernesto Guevara. Hice nuevas amistades con talento y disciplina para esa carrera: Pedro Rivas y Reinaldo Castellano. Tuve excelentes profesores en la Facultad de Medicinas como lo fueron los doctores  MaKoly, Kley, Sosa y Rangel. Para esa época, ingresar a la Facultad de Medicina se hacía a través de una prueba de admisión. Concurrimos al examen de selección cuatrocientas personas y sólo se escogían ciento veinte. Nos entró la furia intuitiva de Ortega y quemamos los exámenes (Mérida, Venezuela, 1970). Se iniciaba la masificación en la Universidad de Los Andes, en la que Darcy Ribeiro (Sociólogo brasileño) y Pedro Rincón Gutiérrez Rector de Universidad de Los Andes, fueron sus promotores. En ese momento, vi con claridad las agudas reflexiones de Ortega y Gasset sobre el mundo de las muchedumbres. Viví intensamente en la Universidad de Los Andes el imperio de las masas. Sabía que esta carrera no era mi vocación; desde niño me gustaba recoger papeles viejos llenos de moho y sabiduría. Fracasé rotundamente. Sin embargo, heredé de esa experiencia en la Facultad de Medicina buenos amigos y libros de médicos famosos como Maimonides y Paracelso y Avicena. La experiencia izquierdista se profundizó en esa Facultad. Allí establecí relaciones políticas con gente del Partido Comunista, del MIR, del MAS y grupos anarquistas. Conocí a dos de ellos, cuyos orígenes se pierden en la geografía tachirense: Luis Caraballo Vivas y Gerardo López. Amigos de la vida y de las ideas. Aún así, Ortega no se asomaba por esos entornos del saber silencioso, que disecaban al hombre para aprender el ejercicio de la medicina. Algunos profesores de esa Facultad, sabían de mis inclinaciones por las humanidades. En tono de ironía decían a mí oído lo siguiente: usted está más cerca del espíritu que del cuerpo. De la Avenida Don Tulio Febres Cordero fui a parar a la Avenida Universidad, donde se encontraba el recinto en el que se cultivaba la sabiduría universal: La Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes. Fue un placer haber pisado por primera vez ese lugar donde había la posibilidad de estudiar el pensamiento planetario. A la luz de esa circunstancia, restituí la majestad del pensamiento filosófico de Ortega y Gasset.  Tenía conocimiento que esa Facultad era izquierdista, fui parte de ella. No obstante, tuve la libertad de reiniciar mis reflexiones orteguianas. Poco a poco fui reuniendo sus materiales. Nunca dejo de recordar largas conversaciones con un amigo, hoy desaparecido, Javier Alvarez, cuyos antecedentes se remontan a la España mística, sobre dos titanes: Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno. Con este amigo recorrimos caminos, cordilleras y montañas junto con Juan Pedro Espinoza. Dos temas eran prioritarios en esos senderos: Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset. Poseía las obras completas de ambos filósofos. Siempre decía que Unamuno era el de la inmortalidad y Ortega el de la mundanidad. Solía escucharle en los atardeceres, algo como la posibilidad de conciliar ambos filósofos en un pensamiento creador. Por cierto, en esa Facultad descubrí al más crítico de la obra de Don José Ortega y Gasset: el profesor y excandidato presidencial de la República Dominicana: J. I. Jiménez Grullón. Un hombre de una vasta formación política e intelectual, que escribió tres libros para desmontar las ideas "perversas y aristocratizantes" de José Ortega y Gasset. Para Jiménez Grullón, Don José Ortega y Gasset representaba a la aristocracia y despreciaba a las masas[5]

 

En la década del setenta nació un movimiento político a nivel nacional que cambió los parámetros de nuestro pensamiento: La Causa R. Fue hechura de un intelectual y filósofo, egresado de la Universidad Central de Venezuela: Alfredo Maneiro, erudito y voluptuoso en el pensamiento que rompió con los moldes de la izquierda universal. Antonio Vale, nuestro amigo del alma, consideraba a Alfredo Maneiro el profeta del fin de la modernidad ¿Acaso Ortega no lo fue? Alfredo Maneiro descubrió las brillantes intuiciones filosóficas de Ortega y Gasset, en una de esas cátedras de filosofía que impartía el filósofo venezolano Juan David García Bacca. Le fascinaba la frase célebre de Ortega y Gasset, pronunciada en 1914: Yo soy yo y mi circunstancia. En nuestra Facultad se impulsó el pensamiento político de la Causa R. Uno de sus fundadores fue nuestro amigo Antonio Vale. Se crearon dos periódicos que expresaban la naturaleza política e intelectual de esa organización: Tábano y Bafle. Seguía manteniendo mis posturas ácratas y libertarias; pero continuaba sistemáticamente mis estudios sobre el pensamiento filosófico de Ortega y Gasset. Mis primeros escritos, a fines de los setenta, se impregnaron de las imágenes orteguianas. Su hermosa idea del "hombre y su circunstancia"; "la vida no es dada, pero tenemos que hacérnosla con un  proyecto", eran las primeras frases filosóficas que  comenzaban a reflejarse en mis trabajos. No cabe la menor duda, que todos mis artículos, libros y trabajos de ascenso estuvieron influidos por la perspectiva filosófica de Ortega.  Aún más: mi pasión por estudiar la cuestión petrolera, cuyas raíces se ocultan en el estado Zulia, no escapó a las meditaciones orteguianas.

 

La década de los ochenta, fue una década espectacular para la historia universal. El fin de la utopía y la pasión revolucionaria que habían estremecido la política y la ideología del siglo XX, abrieron el camino hacia la libertad, el mercado y la globalización. Por ejemplo, la España de Felipe González iniciaba la fase histórica hacia la europeización de la Península Ibérica. Impulsó el desarrollo de la ciencia, de la tecnología y de la cultura. Hizo de España parte de la Unión Europea. Reformó los estudios universitarios y se redescubrió el pensamiento filosófico de Ortega. Cómo diría nuestro maestro: España estaba a la altura de sus circunstancias históricas. España vivía una revolución cultural que había meditado Ortega desde los años veinte. Mientras eso ocurría en España y Europa, en las cátedras de Economía Política I y II, hacíamos lectura de dos ensayos de importancia de Ortega y Gasset para los jóvenes universitarios: "Sobre el estudiar y el estudiante y "Misión de la universidad". Una lectura que buscaba despertar en ellos su auténtica vocación y su papel transformador en la sociedad. Era como decir, que la universidad tenía que formar a una elite para dirigir un destino, un Estado y una nación en sintonía con los tiempos. En esa década, conocí a mi amigo y colega, Fabio Maldonado, un estudioso del marxismo, que una tarde decembrina me presentó a uno de sus colegas, un orteguiano convencido: Don Guillermo del Olmo. Fabio Maldonado fue comprendiendo poco a poco la importancia filosófica de este pensador, con el tiempo. Llegó a escribir unos cuantos ensayos sobre Ortega y Gasset. Esa tarde se dio un encuentro vital entre dos orteguianos: un merideño y un trujillano. Don Guillermo del Olmo sigue siendo para mí un gran maestro. Por muchos años discutimos la obra universitaria de Don José Ortega y Gasset.

 

Conozco a fondo las observaciones y críticas que se le han formulado a la obra filosófica de Ortega y Gasset. Unas acertadas; otras exageradas y mal intencionadas; y otras cargadas de odio y prejuicio. Aún así, somos orteguianos.  Para este filósofo la metáfora y la paradoja son los medios para examinar en toda su complejidad al hombre en su circunstancia. Desde el punto de vista teórico produjo unas imágenes que permiten desentrañas el quehacer de la vida en su mundo. El haber tenido un encuentro azaroso con la obra de José Ortega y Gasset, desde muy joven, fue algo maravilloso y extraordinario. Desde ese entonces, se transformó en el eje vital que modificó radicalmente mi vida política e intelectual. Durante cuarenta años la he vivido, la he soñado y la he fantaseado, parodiando al propio Ortega cuando llegó a decir: durante diez años he vivido en la atmósfera kantiana.

 

Es el filósofo y el profeta de nuestro tiempo. Desde los años veinte percibió el fin de la modernidad. Captó la era de las muchedumbres, de la democracia morbosa, del estatismo, de los totalitarismos y la crisis del liberalismo. Percibió el impacto de la ciencia y la tecnología en nuestra época. Intuyó el fenómeno del arte en la nueva dimensión histórica. Asimismo, desnudó las viejas creencias que se tenían sobre la universidad y replanteó el problema en su justa dimensión. La universidad debe formar una generación culta y responsable ante los destinos de su tiempo. Modificó la vieja concepción liberal y le dio un nuevo sentido en las nuevas circunstancias históricas. En fin, Ortega fue y seguirá siendo un hombre de estos tiempos. Los tiempos en los que la humanidad pareciera no encontrar su destino vital. Su quehacer filosófico abre la posibilidad que podamos encontrar el sendero para salvarnos del naufragio vital. En palabras de este maestro:

 

Es una época de crisis radical en una cultura. El hombre entonces redescubre,  por debajo de aquel sistema de opiniones, el caos primigenio de que está hecha la sustancia más auténtica de nuestra vida. Vuelve a sentirse absolutamente náufrago y tras ello la absoluta necesidad de salvarse, de construir un ser más firme. Entonces se vuelve a la filosofía (José Ortega y Gasset. Qué es la filosofía (prólogo y álbum de José Luis Molinuevo). Biblioteca Alianza  30 Editorial Aniversario, Madrid, 1997, p. 319).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Mercedes Matín Luengo. Ortega y Gasset. Grande Biografías. Ediciones Rueda, España, 1999, p. 59); José Ortega y Gasset. El tema de nuestro tiempo. Colección Austral, Madrid, 1968,  pp. 82-90).

[2] José Ortega y Gasset. Meditación de la técnica. El Arquero, revista de Occidente, Madrid, 1968, p.17)

[3]

[4] José Ortega y Gasset. La deshumanización del arte, Velázquez. Goya. Editorial Purrúa, México, 1992,  pp. 9-26.

[5] J. I. Jiménez Grullón. Al margen de Ortega y Gasset (Crítica al tema de nuestro tiempo). La Habana, 1957, 229 p.;  J. I. Jiménez Grullón. Al margen de Ortega y Gasset. (Crítica a Entorno a Galileo). Publicaciones de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1959, 200 p.; J. I. Jiménez Grullón. AL margen de Ortega y Gasset (Crítica a la rebelión de las masas), Publicaciones de la Facultad de Humanidades, Mérida, Venezuela, 1959, 229 p.) 


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