Imagen, memoria y ciudad: La Valera profunda y la sabiduría de Natalia Rossi de Tariffi

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Imagen,  memoria y ciudad: La Valera profunda y la sabiduría de Natalia Rossi de Tariffi

 

Ramón Rivas

 

 

La era global  revela la belleza y la tragedia de las grandes civilizaciones. La imagen digital, la palabra impresa y la memoria manifiestan la complejidad, las diferencias y las pluralidades de los procesos históricos: desde las  culturas universales hasta las pequeñas historias, donde el hombre de carne y hueso se conecta con sus localidades, comunidades y regiones. En efecto, la crisis de la utopía y del dogma estatista, han desmontado una forma del quehacer histórico en la que se había manipulado ideológicamente los hechos históricos con el propósito de persuadir a las muchedumbres hacia la ilusión del paraíso y del mercado. Eran abstracciones y visiones ajenas al quehacer humano, aquel ser que placenteramente y dolorosamente labraba su destino vital y era parte fundamental en la construcción de la nacionalidad. Esos hombres y mujeres no tenían preponderancia en los manuales de historia, una especie de ladrillos ideológicos y que sólo asomaban a los inocentes la esperanza milenaria. Hoy, ante nuestros ojos se erige una historiografía en la que la poesía, la intuición, la fantasía, la imagen y la memoria juegan un papel significativo para rescatar desde el presente un pasado lleno de vivencias y de experiencias que le dan sentido de tradición y permanencia a la existencia humana. Se despliega a lo largo y ancho de la geografía planetaria una forma de hacer historia cuyo centro es el hombre de carne y hueso, el que se relaciona con otros hombres en el marco de una temporalidad y de un espacio vital. Es lo que llamaría Miguel de Unamuno: La intrahistoria. Bastaría revisar sus dos bellos libros: En torno al casticismo y el sentimiento trágico del hombre para dar fe de esta percepción importante en el mundo de hoy. De igual forma,  el historiador mexicano Luís González denomina a estos procesos: microhistoria. Por ello, la ciudad, fruto del esfuerzo individual y colectivo, es necesario rescatarla y embellecerla desde el presente, asomando una mirada hacia un pasado mediante la imagen, la memoria y los testimonios. Y, de esta manera enriquecerla desde una perspectiva histórica, geográfica, cultural, espiritual y artística.

 

Por supuesto, no se trata de evocaciones idílicas y paradisíacas que nos harían prisionero de un pasado, sin tomar en cuenta los horizontes del futuro;  se trata de  hacer una síntesis creadora entre el pasado y el futuro a través del presente. Por ejemplo, no podemos aceptar la dinámica de una ciudad como Valera, cuya arquitectura histórica, geográfica y artística ha sido desmantelada por el espíritu desmedido de los negocios y de la irresponsabilidad de su liderazgo político. Es una ciudad fea, caótica, atomizada y fragmentada sujeta a los demonios de la violencia. El afán modernista fracturó una ciudad que mantuvo un cierto equilibrio entre sus hombres y mujeres, la arquitectura y los espacios diversos, naturales y culturales importantes en un mundo urbanístico. Por tanto, es  necesario una toma de conciencia para hacer de la ciudad de Valera, la ciudad de la belleza, del diálogo y  de la necesidad de reconstruir y fortalecer su pasado histórico, geográfico y cultural rica en experiencias múltiples que se gestaron en la vida cotidiana por muchas décadas. Esta tarde me encantaría rescatar unos recuerdos de una bella mujer, mi profesora de Educación artística en el Colegio Monseñor Mejía, ubicado cerca del teatro libertad: Natalia Rossi de Tariffi.  De una sabiduría universal y de  un talento excepcional para las lenguas y las filologías clásicas. Desde  la ciudad de los emperadores,  las Siete Colinas, pensó el destino de la civilización occidental desde la civilización incaica. En ese mundo tan fantástico .del hormigueo mercantil que ha caracterizado la ciudad de Valera, Natalia Rosi de Tariffi, de un profundo espíritu humanístico, despejó   en  silencio los misterios de una lengua que pareciera haber picoteado el espíritu de los etruscos, fuente del proceso civilizatorio de la Roma Imperial. Corría la década de los sesenta. La ciudad de Valera no estuvo al margen de la pasión revolucionaria que se había suscitado en la geografía mundial; en las calles y  las  avenidas  merodeaban las imágenes de Fidel Castro, de Ernesto Guevara, Ho Chi Min, Lenin  y se dieron unas cuantas manifestaciones contra el genocidio del imperialismo norteamericano en Vietnam.

 

 

 

 

Los jóvenes entusiastas de la utopía y otras generaciones disfrutaron con placer el séptimo arte. El CineLandia, el Teatro Valera, San Pedro y Libertad eran esos lugares maravillosos en las que las muchachadas frecuentaban para intercambiar y comprar los volúmenes del llanero solitario, superman y el enmascarado de Plata,  el Santo. Gozaban con locura y pasión las películas mexicanas y norteamericanas,   las vaqueras y las famosas películas de la serie,  como  los peligros de Ñoka. Mario Moreno, Cantinflas, Clavillazo, resortes, Borola, Mantequilla, viruta y capulina, tintán  alegraban el alma de una muchedumbre enloquecida por el edén. La ciudad crecía lentamente acorde con las necesidades urbanísticas; mientras tanto, la profesora Natalia Rossi de Tariffi escudriñaba esos legajos tan difíciles y complejos de la lengua Quechua y así establecer comparaciones desde el punto de vista etimológico, filológico y hermenéutico con la lengua de los etruscos.  Es decir, era una ciudad que se movía en tiempos distintos: el cine, el béisbol, el boxeo, la pasión revolucionaria y el espíritu de esta investigadora que intentaba descubrir las fuentes primigenias de la civilización toscana desde un país de Los Andes. Recuerdo, como hoy, que contaba esa experiencia y como fue abucheada en una conferencia que dio sobre ese tema en Europa. En ese momento, poco entendía sobre  el punto tan complicado y difícil para un joven de 17 años. Esa arquitectura cultural, simbólica y espiritual que se había configurado en esa década, fue desapareciendo poco a poco con el tiempo. Pues bien, cómo emergieron tantas imágenes que hoy quisiera asomarlas y compartirlas con todos ustedes para que vean el futuro con belleza, claridad y espiritualidad. Vivía en los campos petroleros, en el estado Zulia, cuando mi madre Libia Aguilar un día decidió salir de ese mundo, salpicado de las agujas puntiagudas que se desprendían de la estrella solar, del chispeante relámpago del Catatumbo y de lo sótanos endemoniados por los yacimientos petrolíferos hasta llegar a la ciudad de Valera, por los años cincuenta, en un Chevrolet color verde,  una ciudad pacífica y tranquila bajo los designios del sable y la bota militar. Y,  el padre Andrade  denunciaba desde el púlpito  los horrores de la dictadura  de Marcos  Pérez Jiménez. Aun perdura en mi mente, las imágenes  de ese organismo de la represión oficial de  aquel  periodo histórico, oscuro y sombrío la seguridad nacional. 

 

Como señalaba anteriormente, las vivencias de la ciudad de Valera tienen sus raíces desde la década de los cincuenta, cuando tuve la oportunidad de vivir en la 52, urbanización, ubicada en el corazón de Bella Vista. No dejo de recordar ese parquecito donde jugábamos con tanto placer la inocencia de la niñez. Hoy, una capilla reemplazó ese lugarcito tan acogedor para unos niños que querían asaltar el cielo con su mirada noble. Desde la 52, contemplábamos aquella otra parte de la ciudad,  llena de cactus, de caña brava y de las preciosas palomas de color café con leche y su collarcito rodeando su frágil cuello. En las noches escuchábamos por la emisora radio Valera la voz maravillosa de Panchita Duarte, la alondra trujillana, con unas melodías que nos conectaba al mundo azteca. El twist y el rock and roll se deslizaban bulliciosamente por los alrededores de   las casas de Banco Obrero. Allí, conocimos una familia de una cultura musical excepcional: la familia Arias. Don Miguel Arias fue director de la orquesta municipal de la ciudad de Valera. Los domingos, la gran familia valerana disfrutaba  las retretas en la plaza Bolívar a partir de las ocho p.m. Por esos lares, fabulábamos con las pericias  náuticas  del capitán Polo en alta mar; un marino de fama que enfrentó en las noches oscuras los demonios enloquecidos de Poseidón. Por cierto, una tierna ave, de color negro y rojo, picoteaba todas las madrugadas la ventana de mi cuarto. El cardenalito saltaba de rama en rama en los montes salvajes de la 52. Cuando devuelvo mi  mirada hacia aquellos días, nada queda. La flora y la fauna fueron desapareciendo con la dinámica de la población y la urbanización.

 

En esta encrucijada geográfica conocí en el colegio Monseñor Mejía a esa mujer que estremeció en silencio la conciencia europea con su libro América, cuarta dimensión: los etruscos salieron de Los Andes (1970) de Natalia Rossi de Tariffi. Una teoría revolucionaria que puso en aprietos los orígenes de la civilización occidental. En la contraportada del libro se dice lo siguiente:

Veinte años de severos estudios y un abrumador despliegue de comprobaciones avalan los trascendentales hallazgos de la autora. La humanidad nació en América y todas las lenguas habladas en el mundo se derivaron, a través de milenarias transformaciones de las lenguas andinas. En su opinión, fueron los aborígenes americanos quienes levantaron, por todos los caminos de la rosa de los vientos de una historia no escrita aún, las construcciones megalítica del llamado viejo mundo…

 

Fueron años de estudios y de investigaciones para llegar a una conclusión de tan envergadura histórica. Para el logro de tal propósito, se inventó un camino dando origen a una ciencia que denominó: lexicocogenética o ciencia de la genealogía del lenguaje. Su esposo Terso Tariffi, un hombre culto y de una bondad extraordinaria, trabajó en la biblioteca central de la Universidad de Los Andes, donde organizó una colección de libros antiguos y modernos, que enaltece el espíritu cultural de nuestra alma mater a lo largo y ancho de la geografía americana.  Tradujo al español un libro de medicina del médico árabe-español  Maimonides, titulado El régimen sanitáis. De ese libro se recoge un párrafo válido para el día de hoy: “Si no tiene médico a tu alcance, sean médicos en estas tres normas: mente tranquila, descanso y parco en la comida”. Tamaña sabiduría. Es decir, amigas y amigos la Valera profunda tenía en su cuna a dos personas cultas que compartieron sus conocimientos con los jóvenes de las siete colinas. La profesora Natalia Rossi de Tariffi en sus clases de educación artística develaba ante nuestros ojos el mundo fantástico del arte: desde la prehistoria hasta el renacimiento. Su erudición y su capacidad analítica para describir la historia del arte con rigor y precisión, fue deleitante. Poseía un dominio de los idiomas, de las etimologías y las filologías. Aquella tarde del  año de 1968, su rostro llenó de alegría y en voz alta nos habló sobre su teoría para explicar desde una perspectiva americana el nacimiento de la civilización Occidental. Seguramente, trastocó las mentalidades más audaces del mundo europeo. Los etruscos salieron de los Andes. Quedé confundido y desconcertado ante tan grande irreverencia y sugerente hipótesis. En una librería de la Mérida de Amador, olfatee en uno de sus estantes el libro de mi estimada profesora Natalia Rossi de Tariffi. Era los fines de los setenta. Al hojear sus páginas comenzaba a comprender la naturaleza de su atrevido planteamiento y de rechazo y humillación a  la cual fue sometida por los hombres más talentosos europeos. Hoy, la recuerdo como una reina, una inmensa cabellera del color de vellocino de oro, de unos hermosos ojos y sus manos embellecidas por la magia de los metales preciosos, en la Valera profunda. Nada queda en esta ciudad que es picoteada  por el hormigueo mercantil y el  desmedro de nuestro espacio natural, cultural y espiritual.

Es responsabilidad de todos rescatarla para hacerla  más agradable y proyectarla a sus hijos hacia el futuro. Por tanto, recordarla en la  Valera profunda,  representa para estos tiempos de crisis  histórica un legado  que expresa  el amor  que ella sintió por  esta ciudad, una encrucijada histórica y geográfica producto del ánima empresarial. En palabras de nuestro amigo del  alma, Antonio Vale: Una ciudad que se fue con el correr del tiempo.

                                                                                    

 

 

 


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