La República
en el corazón de nuestra
historia
Ramón
Rivas Aguilar
A
María
Corina Machado
Su estatura
moral revela la grandeza política
De
su liderazgo y su
responsabilidad ante la histórica
En
su ánima su pasión republicana y civilista
Del 19 de abril de
1810 y el 5 de julio de 1811 obtuve mis primeras imágenes en la sabana de los
dioses, Santa Rosa de Carvajal. Mis maestros y profesores difundieron una serie
de símbolos relacionados con estas fechas históricas que nos son tan significativas:
La Declaración de la independencia y
la promulgación de la constitución del 5 de julio
de 1811.Es decir, el fin de la monarquía y la génesis de la República. No dejo
de recordar la célebre semana de la patria, una fiesta nacional que promovió
los valores patrios y el espíritu guerrerista de nuestros libertadores como
fundadores de nuestra nacionalidad. Por supuesto, la dictadura (1948-1958) no tenía idea sobre la complejidad del proceso
emancipador y su influjo determinante en la construcción del Estado Nación. Sin
embargo, recuerdo que, en el Instituto Privado Cecilio Acosta, fundado en la
sabana de los dioses, en el año de 1953, su director, el brillante maestro Juan
Canelón Cestari, disertó sobre el significado del poder civil que emergió de la
declaración del 19 de abril de 1810 y del 5 de julio de 1811.
Para él, esto definía
la Constitución de una nación de origen republicano y liberal. Fue en
Tomas Paine, el
célebre teórico de la independencia de Norteamérica, en su libro: Sentido común (dirigido a los habitantes
de América en 1776), expresó con claridad las características de esos dos
modelos políticos que estaban definiendo el futuro tanto del imperio como de la
república (ver página 118-125). Asimismo, fueron interesantes las reflexiones
del ex presidente Dr. Rafael Caldera sobre el aporte de los intelectuales
criollos en la configuración de la arquitectura jurídica que le dio fundamento
al nacimiento de la República. No cabe la menor duda, que tanto el 19 de abril
de 1810 como el 5 de julio de 1811 contribuyeron a erradicar los fundamentos
teóricos, políticos, religiosos y teológicos de la doctrina del derecho divino
de los reyes.
Esta doctrina fue uno
de los obstáculos más serios que impedía la formación del Estado nación. De
allí, el significado político del prócer civilista Juan Germán Roscio, quien
con un enfoque novedoso, desde una perspectiva teológica y religiosa, desmontó
los mecanismos ideológicos de esa doctrina, que instrumentalizó páginas del Antiguo
y Nuevo Testamento para legitimar la presencia del rey en
La soberanía popular
echó raíces en el quehacer histórico del proceso independentista. Fue el
detonante para romper el nexo colonial y de la arquitectura política, militar,
mercantilista y proteccionista del imperio español. Produjo una ruptura
histórica, una revolución política que cambió la forma de ejercer los poderes.
La soberanía popular es el fundamento primero y último de nuestra nacionalidad.
El nacimiento de la
república estuvo en sintonía con la dinámica política y económica internacional,
liderada por
Por múltiples razones
históricas, el Estado nación no se fortaleció a lo largo del siglo XIX.
Mientras el mundo europeo consolidaba sus nacionalidades, Venezuela se
disgregaba, atomizaba y dispersaba por la pugnacidad entre los caudillos. El
personalismo y militarismo fueron las dos fuerzas destructivas que trabaron la
cristalización del Estado nación, nacido con la ruptura del orden colonial el
19 de abril de 1810 y la formalización
constitucional de la independencia el 5 de julio de 1811. Los caudillos
violentaron el orden constitucional e instauraron el continuismo para poder
perpetuarse en el poder. A pesar del esfuerzo político de Antonio Guzmán Blanco
por modernizar el Estado, cometió el grave error de secuestrar el principio
republicano para mantenerse en el poder, bien de forma directa o indirecta.
César Zumeta, un intelectual
talentoso del gomecismo, describió la compleja situación política vivida por
Venezuela a lo largo del siglo XIX como resultado de los diversos
enfrentamientos entre los caudillos. El Caos, el desorden y la anarquía
provocaron la ingobernabilidad del país decimonónico. En consecuencia, los
venezolanos de entonces exigieron un Estado al servicio de una nación que deseaba
la paz, la tranquilidad y seguridad. En esa escena nacional emergió el
liderazgo político y militar del Táchira, representados por Cipriano Castro y
Juan Vicente Gómez (lideres de
Al mismo tiempo, el
gobierno de JVG se legitimó a través de unas creencias que persuadieron al
venezolano de que “el general era el conductor de la paz y la seguridad del
país”. Así, fue considerado “hijo legítimo” del Libertador y el hombre que
concluyó su obra magna. El positivismo y el culto a la persona de Bolívar
fueron las herramientas tanto teóricas como simbólicas para impulsar el
sentimiento de la unidad nacional. Los positivistas consideraban que las
facciones, los partidos y grupos eran peligrosos para la paz y la estabilidad de
la patria. Uno de los connotados positivistas del gomecismo, Vallenilla Lanz,
en su libro: El Cesarismo democrático,
justificó a Gómez en la figura del gendarme necesario. El petróleo aceleró el
tránsito de la sociedad rural a la sociedad urbana. Ello propició un nuevo
tejido social que maduró el ideal democrático, republicano y civilista. La muerte
de Gómez, acaecida el 17 de diciembre de 1935, abrió al país hacia nueva etapa
histórica: emergió la democracia como el lema de esos tiempos históricos. En el
año de 1936 se estaba transitando el camino complejo y difícil de la tiranía a
la democracia. El Presidente constitucional, el Gral. Eleazar López Contreras,
implementó un programa político y económico con el objetivo de darle legalidad
al nuevo proceso histórico.
De igual modo,
implantar sistemáticamente el capitalismo a través de la acción del Estado y de
los ingresos petroleros. López Contreras impulsó la modernización económica del
país; pero le tuvo gran temor al proceso democrático, que emergía desde abajo.
Sus creencias personalistas y militaristas no le permitieron comprender en su
justa dimensión política la importancia de la democracia para esos novedosos
tiempos. Era bolivariano. No creía en la democracia como alternativa histórica.
Confundió la democracia con las corrientes del anarquismo y del comunismo que,
según él, eran ajenas al espíritu nacional y al espíritu del hombre de la
patria. Él fue el más talentoso bolivariano. Fundó, en el año de 1938,
La ideología
bolivariana, fraguada por López Contreras, serviría para combatir a una izquierda
democrática que, según él, quería abolir la patria y la familia mediante e implante
del comunismo en Venezuela. Había que preservar el poder militar como garantía
de la estabilidad política del país. Al mismo tiempo, promovió una democracia
que calificó de “evolutiva”. Consideraba igualmente que los venezolanos no
estaban en capacidad de disfrutar plenamente de la democracia. Por tanto era
vital convertir a los venezolanos en verdaderos ciudadanos, para que escogieran
en libertad a sus representantes para los poderes públicos mediante el voto. Una
tesis muy inteligente, bien elaborada para poder mantenerse en el poder mediante
el continuismo y el mandatarianismo.
A pesar de los
avatares del proceso histórico venezolano, en el corazón de la nación permanece
la tradición civilista. El venezolano lleva
en su alma su pasión libertaria y civilista. Don Augusto Mijares, en su libro: La interpretación pesimista de la sociología
hispanoamericana (1938), describió con profundidad la tradición civilista que arraigó en lo más
hondo de nuestra historia. A pesar del personalismo y militarismo en el siglo
XIX y gran parte del XX, no se perdió esa tradición civilista que enfrentó a la
barbarie y al despotismo en distintos escenarios. El ciclo andino (1899-1945) impuso
una interpretación peculiar de la gesta gloriosa que se produjo a partir del 19
de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811. La celebración del centenario de
ambas fechas patrias (1910 y 1911) en el gobierno de Gómez fue colmada de épica
y de militarismo. Asimismo, los gobiernos de López y Medina resaltaron ese
espíritu heroico-guerrero.
El golpe militar del 18
de octubre de 1945 desalojó del poder al presidente constitucional Isaías
Medina Angarita. Se inició así el fin de un modelo político, personalista,
militarista y bolivariano. Se impulsó de manera simultánea un marco
institucional con el objetivo de restituir la soberanía popular como el ser de
una auténtica república liberal. Se crearon reglas de juego que sentaron las
bases de una democracia representativa y de partidos. La promulgación del
Estatuto Electoral en el año de 1946 abrió el camino para que los venezolanos
escogieran libremente a sus representantes con el fin de configurar una
asamblea nacional constituyente y así establecer las bases de un nuevo orden
constitucional. Es decir, esa Asamblea Nacional Constituyente crearía los
elementos sustanciales de un pacto social en la que se restituiría plenamente
la soberanía a los venezolanos. Por esto, no fue casual la promulgación de una
nueva Carta Magna, el 5 de julio de 1947. Esa Constitución recogió los aspectos
esenciales de una democracia representativa y de partidos. Dentro de ese marco,
en el año de 1947, hombre y mujeres por vez primera mediante el voto directo,
secreto y universal escogieron para la presidencia de la república al novelista
Rómulo Gallegos. Como se puede apreciar, se impuso la ideología democrática
frente aquella ideología bolivariana que no confiaba en el espíritu civilista y
democrático del pueblo venezolano. Con esto, se consolidaba el proyecto de nación, iniciado el 19 de abril
de 1810 y el 5 de julio de 1811. No obstante, las fuerzas conservadoras dieron
un golpe militar el 24 de noviembre de 1948, y desalojaron del poder al presidente
Gallegos. Se impuso una férrea dictadura por una década. Este gobierno militar
disolvió el esquema democrático que se había instaurado el 18 de octubre de 1945.
Los ideólogos de la
dictadura militar renovaron el culto bolivariano con un nuevo enfoque político:
la doctrina del ideal nacional. Esta doctrina intentó persuadir a los
venezolanos de las bondades de un régimen militar que promovería el bienestar y
la felicidad de todos. Asimismo, esa doctrina consideró al General Marcos Pérez
Jiménez como el hombre que encarnó el principio básico del pensamiento político
del Libertador. Ese principio consistió en la unidad nacional como la ley
suprema que regiría los destinos históricos de la patria. La doctrina del ideal
nacional fue una política de Estado para transformar física y moralmente el
entorno natural, cultural y humano del país. Es decir, una política de infraestructura
física y una política de inmigración fue la clave del éxito del desarrollo
nacional bajo la tutela de la institución castrense. Las fiestas del 19 de
abril de 1810 y el 5 de julio de 1811, celebradas en la década militar en la
semana de la patria representaban los símbolos del poder militar que, supuestamente,
se arraigaron en el alma del proceso emancipador.
No cabe la menor duda
que las políticas del Estado del gobierno militar ampliaron el horizonte
geográfico con la construcción de una vialidad que unificó económicamente al
país. De igual modo, la década militar impulsó un marco institucional que contribuyó
al desarrollo del libre mercado. Finalmente, transformó la ideología
bolivariana en la doctrina del ideal nacional con el pretendido propósito de
justificar el reeleccionismo presidencial. En esa década se fortaleció
clandestinamente el ideal democrático que derribó luego al régimen militar, el
23 de enero de 1958. Se instaló una junta de gobierno que garantizó la
estabilidad política de la nación y llevó a cabo las elecciones presidenciales,
que se realizaron en el mes de diciembre de 1958. Los partidos políticos más
importantes del país aprendieron la lección histórica evitando caer de nuevo en
el canibalismo y el sectarismo que se produjo luego de la revolución de
octubre. Los partidos AD, COPEI y URD, con sus líderes más prominentes (Rómulo
Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba) firmaron el célebre Pacto de
Punto Fijo, en el mes de octubre de 1958. Ese documento histórico tuvo como
base fundamental la defensa de la constitucionalidad, independientemente de los
resultados electorales que se dieran en las presidenciales de 1958. De igual
modo, firmaron un programa mínimo de gobierno que contemplaba el papel del
Estado en la economía, la implementación de una reforma agraria y estimular la
industrialización nacional. Fueron los candidatos de los partidos políticos los
que compitieron por la presidencia de la república el 7 de diciembre de 1958.
En esa contienda
electoral, civilista y democrática, salió victorioso el candidato de AD: Rómulo
Betancourt. Así, Venezuela retomó su rumbo democrático. Se profundizó el
proyecto de nación al restituir la soberanía popular, se unificó económica y
geográficamente a la nación con la creación de ciudad Guayana, se inauguró el
puente sobre el Lago de Maracaibo y el puente de Angostura en 1967. Se impulsó
la reforma agraria y la industrial nacional. Se impuso la doctrina Betancourt
en el marco de la política internacional. Según Betancourt, nada con los
gobiernos de facto, sólo se reconocerían aquellos gobiernos escogidos
libremente por el voto. La democracia combatió los golpes militares que se
produjeron en la década de los sesenta. Y enfrentó radicalmente al comunismo
cubano que pretendía destruir el orden constitucional para eliminar así el espíritu
republicano forjado el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811.La
democracia conmemoró en el año 1960 y 1961 la gesta civilista del 19 de abril de
1810 y del 5 de julio de 1911. Las páginas de la prensa nacional describieron
con lujo de detalles las notas esenciales de ese poder civilista que cambió
radicalmente el destino de Venezuela. El recuerdo de un pasado que constituyó
un factor unificador de nuestra nacionalidad.
No cabe la menor duda
que se fortaleció la democracia y la mentalidad capitalista del venezolano a lo
largo de unas cuantas décadas. Ironía y complejidad del proceso democrático que
se evidenció con una fecha significativa en la vida política del país: El 1º de
enero de 1976, el Estado nacionalizó la industria petrolera. Con este acto
soberano culminó un ciclo histórico que se inició con el desarrollo de la
industria petrolera en Venezuela. Era el fin de una etapa histórica en la que
se consolidó el Estado nacional y se logró el control total de la industria
petrolera.
A partir de esa
circunstancia histórica, entró en crisis el esquema de gobernabilidad y toda
una cultura estatista, anticapitalista y antiimperialista. Por tanto, era vital
renovar y ampliar los horizontes del Estado nacional. Un reto para los
políticos e intelectuales que no supieron medir en su justa dimensión histórica
el acto trascendental de la nacionalización de la industria petrolera y los
cambios que ello provocaría, indefectiblemente, en la sociedad venezolana.
La crisis del Estado
nacional se aceleró con el viernes negro y la crisis de la utopía a nivel
mundial en la década de los ochenta y noventa. El Estado y Petróleos de
Venezuela (1976) impulsaron la exploración petrolera a lo largo y ancho del
territorio nacional. Es como decir, la profundización de la conquista y
colonización del espacio geográfico. Con las nuevas tecnologías se tuvo un mayor
conocimiento sobre los límites y entornos naturales donde se encontrarían
nuevas reservas petroleras. Con esa tecnología se renovaba la cartografía nacional
y se fortalecía la imagen geográfica nacional. Por otro lado, había que innovar
el esquema democrático con nuevas propuestas políticas. De allí, el nacimiento
de
Lamentablemente, los
políticos no comprendieron esos desafíos que demandaron la sociedad venezolana
a partir del proceso post rentista. Sólo un hombre fue capaz de visualizar el
reto que había que asumir con una Venezuela que deseaba los cambios para un
mejor porvenir. Ese hombre fue el periodista e intelectual Carlos Rangel. Para
él, era importante reforzar la democracia y profundizarla con esquemas de
descentralización y propulsar el desarrollo económico a través del libre
mercado. Mientras tanto, el fin de la utopía dio paso a la democracia y al
libre mercado en los países ex comunistas. La globalización puso en tela de
juicio la dinámica de los estados
nacionales, de su nacionalismo y proteccionismo. Dentro de esa perspectiva, el
segundo gobierno de CAP (1989-1993) impulsó un intento de modernización de la
política y la economía para estar en sintonía con los tiempos. El proceso de
descentralización política, el libre mercado, la privatización del sector
público y la reforma comercial convertirían a Venezuela en una nación moderna y
dinámica. La vieja política no entendió esa modernización. Retornaron
irónicamente al otrora esquema estatista, proteccionista, rentista,
anticapitalista y antiimperialista (1993-1998).
Hoy, el proyecto
bolivariano, hijo de esa vieja cultura estatista, ha pretendido borrar en una
década ese espíritu liberal, republicano, civilista y democrático que se forjó
con el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811. Los líderes bolivarianos no
han comprendido que la tradición civilista y democrática permanece inalterable
en el corazón de los venezolanos. Esa tradición la heredaron los venezolanos,
la innovaron y la profundizaron en el tiempo. No habrá forma de erradicar del
espíritu de nuestra nación ese fervor civilista y democrático. El venezolano
comprendió que sólo se es digno en libertad.
Ante nuestros ojos se
erige hoy una gigantesca civilización liberal y mercantil que está minando las
bases de los Estados nacionales. Esta civilización, producto del desarrollo de
la ciencia y la tecnología, está acelerando una conciencia global más allá de las
fronteras naturales y artificiales, mediante los medios tecnológicos más
sofisticados. ¿Cómo insertarnos en tan compleja civilización? Hay que repensar
nuestro pasado histórico para inventar un futuro desde el presente, para estar
en sintonía con esos cambios que están transformando nuestras vidas materiales
y culturales. No hay evasión posible. Contamos con esa tradición civilista
arraigada en lo más profundo de nuestro ser histórico para hacer de Venezuela
una comunidad de ciudadanos, y así asumir nuestro destino en el marco de esa
gigantesca civilización que se está proyectando más allá del universo, llevando en nuestra
ánima el espíritu republicano y
civilista, anclado
en lo más profundo de nuestro
quehacer histórico. El 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811, dos fechas históricas, dos eventos políticos,
republicanismo, liberalismo, civilismo,
federalismo, libre mercado
y libre comercio, en sintonía
con el espíritu de las grandes transformaciones del capitalismo global.