Por los caminos de la filosofía

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Por los caminos de la filosofía

 

Ramón Rivas Aguilar

 

 

Eterna gratitud  para  aquellos filósofos Que inculcaron 

En nuestras ánimas  el   goce divino por el oficio  del pensar  filosófico

En una de las ciudades más hermosa del planeta  en la cumbre de los Andes: la cuidad de Mérida

 

 

El hombre en el tiempo  develó el misterio  de los días y de las  noches. En su fantasía caótica emergieron los primeros  dioses. En el camino olfateo el quehacer filosófico y estableció  el fundamento   y las causas  ultimas de las cosas. El agua, el aire, el apearon, el  ser en cuanto ser, el fuego, los primeros  principios. La pregunta vital: por qué es  en general el ente y no más bien nada. Sócrates descubrió en la plaza  su ignorancia: solo sé  que nada sé. Y se inventó un sendero para  descubrir  la verdad: LA MAYEUTICA. En ese  forcejeo placentero y doloroso para alcanzar la verdad, creó el  concepto. El amigo platón devuelve el origen  de las cosas al mundo de las ideas eternas. El mito de la caverna una fuente  significativa para lograr el conocimiento  verdadero. Su alumno,  Aristóteles, el atrevido peripatético, se paseó  por los alrededores de su isla y escarbó con aguda inteligencia los  distintos  modos  en que  se manifiestan los entes.

Cada ente tiene ser. Dejó de mirar los cielos y se embriagó en la  fecunda  tierra. Los  sofistas, cansados  de tanta  filosofía, dudaron de todo y se convirtieron  en maestros de la retórica y de la demagogia. El hombre  sigue  en ese aguijón  vital del pensar  para  determinar la naturaleza  de lo existente. En ese andar, por las pirámides de Egipto, Plotino descubre  su horrible cuerpo que  atormenta su alma. Se desvive  del cuerpo y del pensamiento  para asir la trascendencia. En su  interior, percibe la imagen  del uno, de lo absoluto, de la Eneada mayor: Dios. San Agustín, cuyas raíces provienen  del África sensual y voluptuosa, deleito dentro del pecado imperial: la Roma  de la fragancia, de los amores  y de los demonios  carnales. Disfruto los bellos  cuerpos  de aquellas muchachas  que perturbaron a los frágiles  gobernantes. Se arrojó  a los templos de los sentidos y enloqueció en la  sensualidad del desierto en manos  de  los romanos. Alcanzó en el  horizonte  el papiro  extraviado que lo llevó  a la verdadera  la sabiduría. El evangelio  de cristo  y la gigantesca fuerza  divina de Dios  irradiaron su alma atormentada  para palpar en eternos segundos  la inmortalidad. Se fue  con  Cristo.  Fueron  siglos de agonía  por calmar la carne y alcanzar la salvación a lo largo de la Edad Media.  Era la búsqueda incesante de los laberintos de la  eternidad. Santo Tomás de Aquino  se apoderó de las categorías de Aristóteles con el propósito de hacer de DIOS la razón de la fe. El pensar  divino  para conciliar  la razón  con la fe. Sin  embargo, la iglesia dejó de contemplar las estrellas y se fugó hacia los placeres  mundanos. Herida profunda en el  corazón de Cristo  y Dios. En silencio, los místicos  se fueron al desierto y oraron para  percibir  en su noble mirada  la belleza divina. La intuición poética despejó la llama eterna. Un encuentro con la brisa que  despliega  desde el infinito el hacedor  del universo. Ya, era tarde. El caos tembloroso  de la  modernidad hundió la arrogancia de la iglesia universal.

Galileo y Descartes, un físico y un filósofo, con ideas  sugerentes que resquebrajaron los cimientos  teológicos de la Iglesia que habían  perdurado por unos  cuantos  siglos. En los nuevos tiempos, el hombre  se erigió en el monarca del universo y la razón  era  su guía. La  duda  metódica colocó  al sujeto como el hacedor  del conocimiento y le dio  fundamento matemático. Asimismo, el  telescopio desmoronó la bella imagen la bóveda celestial. El piso celestial y el silogismo se vinieron  abajo. La  época moderna  significo una profunda revolución en el campo de la filosofía. La  separación radical del sujeto  con relación al objeto. La razón  enloqueció el siglo de las   luces y los  místicos  se  desburocratizaron de los jerarcas de la iglesia. En ese mismo sentido, Martín Lucero eliminó  la mediación terrenal para  acercarse  a Dios. La oración y el silencio eran los caminos  para  acariciar la nobleza divina. La política, la filosofía y la historia despojaron a Dios  de  sus atributos divinos, los desburocratizaron y lo racionalizaron. El panteísmo, la Monada mayor y el noúmeno kantismo acabaron con hálito trascendental de la imagen de Dios.  Hegel  dio el toque  final: la idea  absoluta. En esos tiempos en que  avanzaron la ciencia y la tecnología, una metáfora estremeció el espíritu de la cultura europea: Ha muerto Dios. Comenzaba el  inicio y el fin de la certeza  y el nacimiento  del nihilismo Y DEL POSTMODERNISMO. El cristianismo, el socialismo, el marxismo, la democracia de masas  según esta  perspectiva perdieron el horizonte vital. Moría poco  a poco el progreso y la modernidad. El romanticismo  abrazó La  irracionalidad  y afanó la búsqueda del viejo bosque  de Adán y Eva. El Vienés Freud dio el latigazo final al racionalismo   con su teoría del psicoanálisis. La libido una fuerza vital encarcelada por  la cultura  y sus efectos  trágicos  en los individuos y los pueblos. En ese estado de angustia y de desconcierto, Heidegger y Ortega y Gasset devolvieron la pregunta vital desde la filosofía: la pregunta por el ser, el sentido por el ser, el fundamento por la pregunta.  Una vuelta  a la vida, a la existencia, al hombre de carne  y hueso, a lo pequeño, arrojado al mundo sin saber cómo y por qué. En ese preguntar por el fundamento  del ser, se descubre con placer  y dolor una carrera  hacia la muerte, hacia la nada. Las Guerras Mundiales y los totalitarismos  revelaron técnicamente la imagen de la angustia vital. Muerte  y  nada. El mercando y la utopía impidieron  por  unas cuantas décadas la  fragancia natural de los  bosques, el placer  que provocan  los animales en el espíritu  del hombre y del placer que deviene  en el encuentro  con el otro. Es el  desarraigo la clave  de nuestra  tragedia histórica. El fin de la  utopía propicio el auge de los fundamentalismos y los mesianismos. Y algunos aventureros enloquecen con la vieja idea de restaurar el edén  en el planeta  Tierra. Vana ilusión. La  salvación es  simple  y hermosa. Un regreso  a la sabiduría sagrada: el silencio vital y la capacidad  de percibir con la mirada  inocente el juego mágico de los sonidos que producen  la naturaleza y El ritmo misterioso de la vida en todo su esplendor. La filosofía el camino.

 

 

 

 


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