Aristóteles
y la importancia filosófica del justo medio en la era global
Defensa de
Occidente
A
Miguel
Montoya
El
filósofo que mostró cosas hermosas
El
de la política será el verdadero bien, Ramón
Rivas Aguilar
El
bien supremo del hombre (Aristóteles)
La caída
del muro de Berlín, la
desintegración del bloque
socialista soviético, la perdida
de fe en el marxismo como una teoría
para explicarlo todo, la crisis del capitalismo de Estado y la expansión del libre mercado a lo largo y ancho de la geografía
mundial, revelan una honda crisis
de nuestra civilización. Por un lado, el fin del totalitarismo; y, por el otro, el
agotamiento del modelo estatal del viejo
capitalismo. En ese marco, surgió como
panacea la célebre tesis del politólogo Francis
Fukuyama “fin de la historia”.
Esa tesis causó revuelo
intelectual entre los
historiadores de las academias más importantes del mundo. En efecto,
“el fin de la historia” significaría la
cristalización del ideal liberal que
había anunciado el filósofo alemán
Hegel en el año 1808 y el predominio
del capitalismo en nuestro planeta[1].
Se creía
que entraríamos en una nueva era
histórica en la cual los
pueblos del planeta Tierra disfrutarían del bienestar material y
cultural, producto del capitalismo
global. No obstante, esas
esperanzas se desvanecieron
con el auge de los movimientos
fundamentalistas y la ineficiencia y
torpeza de los programas macroeconómicos
de carácter neoliberal. Asimismo, el atentado
del 11 de septiembre de 2001 develó cual frágil se encontraban las
instituciones económicas y políticas del capitalismo global.
En fin se percibe un estado sombrío y caótico en el
mundo internacional. Seguramente, la
muerte del viejo orden bipolar y el
nacimiento indeterminado e impreciso
de un mundo complejo, paradójico,
contradictorio y diverso.
En todo caso se debe preguntar ¿qué es lo que
está pasando en nuestro planeta?
Nos encontramos desorientados sin saber
cómo y porqué de las causas de
esta crisis global. No cabe la menor duda, que la globalización, resultado de
una nueva revolución tecno -científica, ha modificado radicalmente
nuestro modo de vida en las sociedades en general. Hoy, la riqueza material
es parte de la innovación, de la creación y del saber
que se potencia en la sociedad del conocimiento. Por esto, la revolución agrícola y agraria está dando paso a una nueva civilización en
la que le asigna un papel fundamental al
conocimiento en la creación de la riqueza
material y cultural. Por lo que la tierra, el dinero y la burguesía agraria e industrial de importancia histórica, la vieja
sociedad capitalista, están siendo
sustituidas por las grandes
corporaciones que manejan la ciencia y
la tecnología para impulsar la
riqueza material y virtual (ingeniería
genética, nanotecnología y la ingeniería artificial).[2]
Por
otro lado, la globalización ha debilitado los Estados nacionales y ha contribuido al
nacimiento de nuevas formas de ejercer el poder: los poderes imperiales, locales, regionales y
comunitarios. Hoy el poder se diluye
entre lo global y lo local. Tal vez,
estos factores de origen económico, político y cultural determinados por la
globalización, den razón de los desajustes y el malestar que se percibe en la era global. La era de la ciencia y la
tecnología, en el ámbito de la globalización, ha beneficiado a muchas naciones; otras han quedado rezagadas entre la pobreza y la miseria y el desarraigo
cultural. Ante una situación tan
paradójica como está, se ha producido un
debate de interés para proponer una ética planetaria con el
fin de sentar las bases
de la responsabilidad ante el
otro; una ética planetaria que respete
la vida en diversas
manifestaciones como valor supremo del universo; una ética que impulse
el equilibrio sano y placentero entre
el hombre y su entorno natural; una ética planetaria que respete la diversidad cultural; una ética planetaria que promueva las distintas formas de propiedad.[3]
En esa perspectiva, consideramos la
ética como el núcleo vital para que la
sociedad del conocimiento democratice
sus frutos materiales y culturales con el mayor número de hombres
y mujeres de los pueblos del planeta
Tierra. En tal sentido, la
ciencia del saber en los más diversos campos estaría al
servicio de la ética con el fin de
impulsar cierta estabilidad entre los individuos y la sociedad
y se impedirían con ello los extremismos del individualismo y el colectivismo que han fracasado históricamente.
De allí, el papel del Estado y
Pues bien, en el ámbito de un nuevo
proceso histórico que demanda
una ética planetaria, cuán
útil las reflexiones teóricas
y prácticas de la ética desarrolladas
por el filósofo Aristóteles. Como sabemos, Aristóteles a lo largo de su
vida intelectual se planteó el ideal de la
polis con el propósito de
alcanzar la felicidad
y el bien común. Para una aspiración de tal naturaleza, se requería
según Aristóteles la presencia de la
divinidad y el esfuerzo personal. En tal
sentido, la educación seria el
instrumento que formaría buenos
ciudadanos, virtuosos, libres y responsables para merecer la felicidad y bien común.
Por lo que el
justo medio, constituye el punto nodal que contribuiría hacia equilibrio entre el individuo y la sociedad y, como consecuencia,
se evitaría en la medida de lo posible los excesos y sus efectos
negativos en el desarrollo de la polis, de la ciudad. Aristóteles estaba
consciente de que su Grecia amada iba a
su propia destrucción por los
abusos de sus gobernantes y gobernados. Por ello, en sus
reflexiones filosóficas era fundamental examinar la “condición humana”
con el fin de determinar las
características que definirían la conducta
del hombre, derivada de un
ser limitado, ambiguo, contradictorio y paradójico ( el hombre como bestia y
como dios). Lo que significaría
conocer en algún sentido el alcance y los límites
de nuestras acciones y así
la educación moderaría en alguna
proporción los actos humanos y se aproximaría hacia el bien
común: buenos
ciudadanos dignos y responsables de su destino individual y social. En esa
perspectiva, el alma del hombre se correspondería con el ideal de la polis: el bien común.
Esto, según Aristóteles, produciría un contrapeso entre el individuo y los
demás con el fin de gozar de los bienes materiales y espirituales. Se insiste, que para el logro de tan hermoso ideal era ineludible en la perspectiva filosófica de Aristóteles, en qué consistía
la “condición humana” y de esa forma
impulsar una estrategia con el objetivo de establecer las bases el bien común. Así, La felicidad y bien
común como fin último de la polis, fruto
de la divinidad y del “esfuerzo personal”. Por eso, el legislador debía
poseer una alta sabiduría para
conquistar tal propósito.
Así, vio Aristóteles al hombre
como un ser finito, contradictorio y paradójico que provocaría males a
la sociedad en general por sus abusos y atropellos.
Conocedor como Aristóteles de la condición
humana, propuso un camino, una
estrategia que le llevaría hacia el
equilibrio entre el esfuerzo personal
y la sociedad mediante su célebre teoría del Justo medio. Con esta teoría
poco a poco el legislador a través de la educación propiciaría el
fin último del Estado: el bien común. Un
ideal que cristalizaría en hombres libres, buenos ciudadanos y
éticamente responsables para “compartir” razonablemente la vida individual con los otros sin
llegar a los extremos que pondría en peligro la convivencia social.
La ley y la equidad resguardarían tan importante fin. El camino estaría en potenciar la virtud
para alcanzar la felicidad y está se lograría mediante el justo medio y
abriría el sendero hacia el bien común.
En el texto Ética a Nicómaco Aristóteles reveló
desde una perspectiva filosófica
la teoría del justo medio. Tomando
en cuenta las nociones básicas
de la geometría y de las
matemáticas, introdujo un término para
determinar la naturaleza del justo medio: la medida, la proporción
como el núcleo central que lograría el
equilibrio y así evitaría los excesos y descubriríamos la felicidad,
derivada de la formación de
ciudadanos libres, virtuosos, tolerantes
y responsables y, como consecuencia el bien común.
Para precisar mejor la naturaleza del justo medio,
Aristóteles en el capítulo V del libro volvió sobre la teoría
general de la virtud para examinar cuidadosamente en qué consistía el alma y cómo estaría estructurada. En otros
términos, sin una comprensión de
la esencia del alma sería difícil alcanzar el fin supremo del bien: la
felicidad y el bien común a través del
justo medio. En ese horizonte, el alma
estaría compuesta, según
Aristóteles, por tres elementos:
las pasiones, las facultades y las cualidades adquiridas.[4]
De esa clasificación. Aristóteles
definió la virtud como un “habito o una manera
de ser”. El preguntaba cuál es esa manera de ser y responde que esa manera
de ser que tiene que ver con nuestras acciones, conductas y
complacencias. Más adelante, Aristóteles presentó algunos ejemplos para
demostrar dicha afirmación.[5]
A partir de tales consideraciones filosóficas sobre el tema de la ética que se
ha presentado en forma somera, es
que Aristóteles desarrollo su celebre
tesis del justo medio basada en la
virtud.
Para Aristóteles:
La virtud es un hábito,
una cualidad que depende de nuestra
voluntad, consistiendo en este medio que hace relación a nosotros, y que
está regulado por la razón en la forma
que lo regularía el hombre
verdaderamente sabio. La
virtud es un medio
entre dos vicios, que pecan, uno por exceso, otro
por defecto: y como los vicios consisten en que los
unos traspasan la medida, ya
respecto de nuestras acciones, ya
respecto de nuestros sentimientos, la virtud consiste, por lo contrario
en encontrar el medio para los
unos y para los otros, y mantenerse en él dándole la preferencia. He aquí por qué a la virtud,
tomada en su esencia y bajo el como un medio. Aristóteles.
Obras Selectas. Moral a Nicómaco. Editorial Ateneo, Buenos Aires,
1959, p. 284.
Como podemos observar, la teoría del
justo medio fundamentada en la virtud
constituye el nudo vital para
comprender porque es importante
el equilibrio entre el
esfuerzo personal y el esfuerzo social para alcanzar la felicidad
y el bien común. Para lograr este propósito, es ineludible el papel del
Estado y la educación.Por tanto, se
considera útil esa herramienta teórica y práctica como una formulación vigente para los nuevos tiempos.
Desde luego, No podemos comparar la antigua
Grecia con el mundo de hoy
convulsionado por la era global. De igual modo, hoy el desarrollo del conocimiento abre luces sobre
la naturaleza del ser humano y su
importancia en la vida social.
Aun así, la teoría del justo medio constituye un referente para crear conciencia
en un mundo caótico, desordenado, de profundas
contradicciones sociales, con exceso de los extremos con la crisis
del recalentamiento del planeta y de la
violación de los derechos humanos.
El planeta Tierra está sumergido en el caos
y demanda una ética global.
La teoría del justo medio
significaría que el Estado y unas
minorías sabias y virtuosas mediante una
educación sistemática contribuirá
hacia la búsqueda del fin último como es
la felicidad y el bien común a través de la
formación de buenos ciudadanos,
virtuosos y responsables ante el destino individual y el destino social; un
equilibrio entre lo uno y lo otro; entre el mercado y la cooperación; entre la democracia representativa y la
democracia participativa; entre
los Estados imperiales trasnacionales, poderes locales y comunales; entre la propiedad
individual y las distintas formas
de apropiarse de la riqueza y
entre la conducta individual y la conducta
social.
En fin, la teoría del justo medio promovería el bienestar material
y espiritual de la sociedad en la que
seriamos dignos ante la vida y la
muerte sobre el fundamento que haría realizable tan hermoso fin: la justicia. Como muy bien lo señaló
Aristóteles:
La justicia es la
virtud completa. Pero no es una virtud
absoluta y puramente individual; es relativa a un tercero, y esto es lo
que hace que las más veces se la tenga por la más importante de las virtudes. “la salida y la puesta del sol no son tan dignas
de admiración”. De aquí ha nacido
nuestro proverbio; todas las virtudes se
encuentran en el seno de la justicia. (Aristóteles. Obras Selectas.
Moral a Nicómaco. Editorial Ateneo,
buenos Aires, 1959, p. 368).
[1] Francis Fukuyama. El Fin de la
historia. http.www.fulide.org.bo/biblioteca,29pp.)
[2] Alvin y Heidi Toffler. La creación
de una nueva civilización: La política
de la tercera ola. Editorial Plaza Janes. Madrid, 1996, pp.41-57.
[3] Sobre este aspecto es esclarecedor el
libro Hans Kung y Kart-Josef Kuschel. Hacia una ética mundial: declaración del
parlamento de las religiones del mundo. Editorial Trotta, España, 1994, 95
[4] Aristóteles. Obras Selectas. Moral a Nicómaco. Editorial Ateneo,
Buenos Aires, 1959, p.280.
[5] Aristóteles. Obras Selectas. Moral a
Nicómaco. Editorial Ateneo, Buenos Aires, 1959, p.281-282.