SAN
AGUSTIN: MEMORIA, TIEMPO Y OLVIDO Y SIGINFICADO
EN LOS NUEVOS TIEMPOS.
RAMON
RIVAS AGUILAR
A
POMPEYO RAMIS
MAESTRO
QUE MOSTRÓ COSAS HERMOSAS
El planeta Tierra pareciera estar al borde del precipicio y del abismo.
Se olfatea un estado de violencia y
barbarie. A pesar del fin del totalitarismo y el renacimiento de la democracia y el mercado, del auge de la
ciencia y de la tecnología, de la era de las comunicaciones, el atentado del 11 de septiembre puso en peligro los valores más representativos del
capitalismo global. El caos y el
desorden reinan en nuestra geografía
universal. El hongo nuclear merodea a
nuestro alrededor. Las naciones se
pavonean con aquella formula que
pudiera despertar y anidar los cielos como un fuego abrasador y destructor. Los científicos preocupan por el
recalentamiento de la tierra, la extinción de
la flora y de la fauna. Como
podemos observar, el horizonte se muestra
sombrío y oscuro. Tal vez para mí.
En fin, se percibe una crisis histórica
de la civilización occidental. Por un
lado, la muerte de aquella ideología que
despreciaba y aniquilaba al
individuo, su libertad, sus valores, su dignidad para instaurar una sociedad al servicio
de un Estado y un partido único.
Y, por el otro, el nacimiento de un
proceso civilizatorio que asigna al individuo un papel vital en el
desarrollo material y cultural de las
naciones en el marco de la era digital y
corporativa. Es la era del materialismo,
del hedonismo, del individualismo según los
críticos del capitalismo. En todo
caso, es el fenómeno de la globalización, el tema de
nuestro tiempo, modificando el destino económico y espiritual de
nuestros pueblos. He allí, la razón de
la incertidumbre y la complejidad de un
proceso histórico en la búsqueda de una
certeza que garantice seguridad y tranquilidad a millones de hombres y mujeres.
Qué hacer ante un dilema
de tal naturaleza, en el cual el planeta
tierra nos agobia y nos desconcierta
con la velocidad de sus cambios y transformaciones para bien o para mal. Definitivamente, no
percibimos con claridad el futuro. Una
vuelta al pasado nos permitiría desentrañar la forma y la
manera de cómo generaciones
y pueblos enfrentaron los retos
y los desafíos que
demandaban sus propias circunstancias históricas. Es decir, la
memoria, ese medio tan maravilloso, nos permitiría examinar nuestros
propios orígenes y nuestra
evolución que dieron cimiento y sentido a
nuestras vidas individuales y colectivas
en el campo de la civilización occidental. Desde el presente recordamos el pasado para
apoderarnos del futuro. Así nace, la preocupación por la historia. Volver atrás
para seguir adelante. El filosofo español José Ortega y Gasset sobre este
punto, señaló:
La historia nace del rebote de nuestra curiosidad, afanosa por el
futuro y el porvenir, que nos lanza y
nos hace descubrir el pretérito. El recordar, el volver la cara atrás, el mirar
al pasado no es algo espontáneo que por si acontece sino porque, sin medio seguro ante la enorme indecisión del porvenir recuerden
ustedes los versos del Víctor Hugo al
gobernador Napoleón: el porvenir
sólo es de Dios; ante esta
terrible indecisión de ese futuro
la cual nos oprime a cada instante,
buscamos en entorno nuestro qué medios para
afrontarla, y el arsenal de nuestros medios es lo que nos ha pasado ya y por eso volvemos la
vista atrás, precisamente porque lo
primero es mirar hacia delante ( Una interpretación de la historia universal. Revista de Occidente en Alianza editorial, 1979, Madrid, p.49).
Así, una vuelta al pasado nos hace descubrir
la historia; también ocurre con la filosofía:
Es una época de crisis radical en una cultura.
El hombre entonces redescubre, por debajo de aquel sistema de opiniones, el caos primigenio de que está hecha la
sustancia más auténtica de nuestra
vida. Vuelve a sentirse
absolutamente naufrago y tras ello la absoluta necesidad
de salvarse, de construir un ser
más firme, entonces se vuelve a la
filosofía (Ortega y Gasset. Qué es
filosofía, Alianza Editorial, 1997,
Madrid, p. 319).
Lo que significa que hay que pensar
nuestro pasado y así abrir
caminos de posibilidades hacia el porvenir. Como diría
el propio San Agustín: la preocupación de este
propósito era conseguir la vida
feliz.
Pues bien, en este
horizonte tan difícil, cuán importante serían las hondas
reflexiones del más grande filósofo y teólogo del cristianismo: San
Agustín, el genio de Europa. Ese hombre, en su soledad radical y en su entorno histórico desarrolló la arquitectura
teológica y filosófica de
Al vivir largo tiempo
he aprendidito a despreciar la muerte ¿Disponía a Roma en si el poder de
conferir la inmutabilidad y la inmortalidad? (D. Courcelle. Agustín el genio de Europa. Editorial Dolmen. Chile,
1998, p. 27).
Qué frágil era ese entusiasmo ¿En qué medida se pudiera escarbar
en su línea del pensamiento teológico un sendero que irradiase en un
momento de nuestra historia universal, nadando en el azar, en la incertidumbre,
en el temor, en la desconfianza? ¿En qué
medida podemos desalojar los demonios de una época que abraza el placer,
la tentación, los apetitos insaciables de la riqueza y así descubrir la serenidad, la racionalidad
y el encuentro con el otro sin la malicia y la picaresca de la carne? ¿En
qué medida nos ayuda a enfrentar el pecado, la carne, la
concupiscencia de los sentidos de la
otra cara del petróleo, retratado por
Uslar Pietri como el minotauro? ¿Cómo
futuros historiadores rastrearían en sus investigaciones históricas el papel de los agustinianos en la conquista, la
colonización y evangelización del oriente de Venezuela?
Seguramente, una revisión individual y
colectiva de nuestras conciencias nos
llevaría a percibir el camino de la
sabiduría y así moderar nuestra
animalidad, sumergido en una riqueza
fácil como el petróleo, que ha dormitado por millones de años
en los sótanos de nuestra naturaleza. Y, que nos pudiera conducir hacia el fin de los tiempos. En otras palabras, la serenidad, la racionalidad, la sabiduría y el
juicio recto y justo para que esa fuente de energía, tan significativa para el
mundo contemporáneo, sirva al desarrollo
material y cultural de
nuestro pueblo y así lograr lo que tanto ansiaba San Agustín: la
vida feliz, Nos haríamos mas civilizados acordes con los valores esenciales de la
civilización occidental: libertad, dignidad humana, tolerancia y respeto por el
otro.
En esa perspectiva, tal vez el libro Las
confesiones de San Agustín, un libro
excepcional en la cultura occidental, una autobiografía de su vida, que narra
su infancia, su juventud, las relaciones
compleja con sus padres, sus
placeres mundanos, sus estudios, sus propias contradicciones y paradojas,
sus lecturas filosóficas y teológicas en busca de un camino para alcanzar su conversión y así
eliminar el perdón de sus pecados en la
gracia del señor. En esos doce capítulos y más de cuatrocientas páginas,
se percibe la pugna dolorosa y
compleja entre lo mortal, lo efímero, la
carne, los demonios, los apetitos, las tentaciones del cuerpo y la búsqueda de un
atajo para desalojarlos y así
encontrarse liberado en la gracia del Señor, en la piedad
y el amor del infinito creador.
Fue un largo peregrinaje de carácter
geográfico y espiritual para
darle verdadero sentido a su vida en un
mundo que gozó y disfrutó y
que se desvaneció por su voracidad, por su dominio
y su ambición imperial. El cristianismo
y las invasiones aceleran el final de
aquel imperio que se creía eterno. Fue el tránsito
difícil y complejo del mundo antiguo a
En ese
peregrinaje, una tarde en Milán debajo de una higuera
escucho una voz: ¡Toma lee¡ ¡Toma
lee¡: el evangelio de San Juan ( el
verbo). Del mismo modo, en ostia, el
Norte de África, cerca del río Tíber, apareció la imagen de su madre, la eterna
bondad de su fecunda
madre. Lloró, lloró. En esos
andares fue purificando su alma
hasta conseguir el camino del
señor.
Ahora
bien, ¿Qué sentido tiene todo este relato, breve y superficial sobre la
vida espiritual de Sans Agustín,
compleja, contradictoria y paradójica
que se extrae de su
libro Las confesiones?
Por cierto, un libro excepcional
en la historia y en la cultura
universal. Único e inimitable. ¿Qué nos dejó? ¿Si es que nos
dejó algo? ¿En todo caso, ¿Cuál
sería su legado en una etapa de nuestra
historia universal desconcertante y caótica, confusa? Insisto, tal vez
nada. No obstante, valdría la pena con
toda nuestra limitación intelectual y
espiritual estudiar el significado que San Agustín le asignó a la memoria, al olvido, a la relación
con el tiempo, su nudo vital y su conexión con la esperanza. En otras
palabras, cómo experimentar estos
aspectos en la relación compleja entre lo finito y lo eterno con el
propósito de alcanzar la bondad
del Señor, la esperanza celestial
en este mundo lleno de aciertos, contradicciones y paradojas.
San Agustín deseaba con todo corazón llegar al Señor “sin macha y ruga”. Limpiar
sus ojos de la concupiscencia y la
tentación de la carne. Liberarse del pecado, y así aprehender en su alma el
gozo de la verdad, el sendero del Señor.
Con lágrimas y tormentos confesó al Señor sus terribles pecados.
Quería
salvar y sanar su alma, tocado por la carne y los apetitos.
Él buscaba el perdón del Señor y así entrar en la gracia divina. Repito, confesó sus terribles demonios que enloquecían su alma. Para ello deseaba conocer la bondad del Señor que estaba en su corazón sin
saberlo. Podemos percibir el alcance
de tal interrogante:
Y ¿Qué es lo que
amo cuando yo te amo? No belleza de
cuerpo ni hermosa de tiempo, no blancura de luz, tan amable a esto ojos
terrenos; no dulce melodías de toda
clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de
aromas; ni manas ni mieles, no miembros
gratos a los amplexos de la carne: nada
de esto amo cuando amo a mi Dios.
Y, sin embargo, amo cierta luz y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento y amplexo del hombre mío
interior, donde resplandece a mi
alma lo que no se consume comiendo y se
adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a
mi Dios (Las confesiones. Obras de San Agustín, tomo II, Barcelona,
numeral 8,427).
Con esto, San Agustín quería trascender
ese mundo sensible, producto del templo
de los sentidos, mediante un proceso, una evolución, una serie de grados que purificase su alma y así
encontrarse con la infinita gracia de
Dios. Por tanto, era vital recurrir a la
memoria para obtener tan sagrado propósito. En tal sentido,
caracterizó la memoria de la siguiente manera:
Más heme ante los
campos y anchos senos de la memoria, donde están los tesoros de innumerables imágenes de
toda clase de cosas acarreadas por los
sentidos. Allí se halla escondido cuanto pensamos, ya aumentado, ya disminuyendo, ya variando de cualquier modo
las cosas adquiridas por los sentidos, y todo cuanto se le ha encomendado y de
halla allí depositado y no ha sido aún
absorbido y sepultado por el olvido
(numeral 12,481).
Para él, entonces en la memoria
están las cosas que queremos
recordar, las cosas que provienen del mundo de los sentidos y de otras
esferas significativas. Señala con
perplejidad no saber cómo llegaron allí. De la misma manera,
también me acuerdo de haberme acordado y estas cosas que
recuerdo están en el alma y las sacó
de la memoria como son la
alegría, el deseo, el miedo y la tragedia. Asimismo, indica cuando
recuerdo el olvido, que está
en la memoria, sé que está
allí y no la tengo, pero está. Sobre este último aspecto, San Agustín paciera
establecer una relación vital entre el recuerdo y el olvido. Así, nos lo hace
saber.
Cuando recuerdo el
olvido, preséntame la memoria y el
olvido: la memoria que recuerdo y el olvido de que recuerdo (481).
En otros
términos, la memoria retiene las imágenes del recuerdo y del olvido. Sin embargo,
intenta hacer la siguiente interrogante:
¿Acaso llegaré a Dios a través de la memoria; o de lo contrario
tendría que traspasarla para legar “ a
ti, luz dulcísima”. Un punto difícil al cual no me gustaría examinar dado su
grado de complejidad teológica y
filosófica. Arriesguémonos. ¿Cómo llegar
a Dios si está en la memoria sin
saberlo? ¿Cómo llegar a ti? Te busco en mi memoria y no te encuentro. Sé que
estás allí escondido y no recuerdo. Tal
vez lo encuentre de acuerdo a una
de sus
reflexiones. En la aventura del
gozo divino: la vida feliz
que está en la bondad del señor.
De igual
modo, la memoria está ligada al tiempo. Pedro Laín Entralgo, médico y escritor español, en su
libro la espera y la esperanza nos da
un retrato importante sobre esa consideración fundamental para San Agustín:
La memoria es, ante
todo, el espejo y el testimonio de nuestra humana temporeidad. El ser
del hombre transcurre, es temporeo, y tiene conciencia de ello merced a su
memoria. La memoria es el
testimonio psicológico de nuestra temporeidad
y de nuestra totalidad. La
memoria me permite vivir el pasado
en el presente, y edificar, también en el presente, los proyectos y las esperanzas del
futuro (pp.60-61).
La memoria y el tiempo un problema de
extrema complejidad que examinó San Agustín desde un punto de vista psicológico. En esa dimensión, su respuesta clásica sobre la definición del
tiempo:
¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero quisiera
explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé. Lo que si digo sin vacilación es que
sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y nada sucediese, no habría
tiempo futuro; y nada existiese, no habría
tiempo presente (numeral 17,357).
Lo que significa que para San Agustín sólo existe el presente, el instante que es
capaz de recoger con la memoria lo que fue
en el pasado y lo que podría
suceder en el futuro. Es la famosa trilogía
clásica de San Agustín: el presente del pasado; el presente del
presente; y el presente del futuro.
En consecuencia, el tiempo es una
distensión del alma que se mueve psicológicamente desde
el interior de la vida humana. Por eso, es que para San Agustín:
Lo que ahora es claro
y manifiesto es que no existe los
pretéritos ni los futuros, ni se puede decir con propiedad que
son tres los tiempos: pretérito, presente y futuro; sino que tal vez sería
más propio decir que los tiempos son
tres: presente de las cosas pasadas, presente de las cosas presentes y presente de las futuras.
Porque estas son tres cosas que existen
de algún modo el alma y fuera de ella ya
no veo que existan: presente de cosas pasadas (la memoria), presente de cosas
presentes (visión) y presente de cosas
futuras (expectación) (585).
Como podemos ver el tema de la memoria,
el olvido, el tiempo y la esperanza en
San Agustín, es un tema difícil y
complejo que requiere mucho estudio de
la filosofía y de la teología. Es un camino fascinante para quien quiera interiorizar desde el presente esas consideraciones a través de la paciencia, de la disciplina y del
temple vital. Para un cristiano es
importante descubrir en su interior el
juego mágico y misterioso de lo finito y
lo eterno para llegar a la esperanza celestial. Y ustedes, como futuros
historiadores tendrían la oportunidad de examinar con espíritu crítico esa temática y reflexionar sobre el destino de un planeta y de nuestra nación en el ámbito de una
riqueza como el petróleo en la que estamos sumergidos y que debemos recordar cuán importante fue su papel
en la modernización del país, así como también
develar su rostro oculto y demoníaco. Desde el presente recordar la grandeza y la miseria de esta
riqueza y canalizarla en los
nuevos tiempos con un espíritu sereno y
racional y así construir una nación más equitativa y sensata en beneficio de todos. Alcanzar la
vida feliz en un planeta que está definiendo su destino vital en un
marco de homogeneidad y pluralidad. El presente nos permite desde nuestro
interior recordar la naturaleza de una civilización que se embriagó con el perfume natural de la tierra fecunda y sagrada desde hace unos cuantos
siglos. Por esos atajos de los complejos
fenómenos históricos en evolución,
recordar la era del maquinismo y el grato perfume del oro negro. Finalmente,
la mirada del hombre se alarga hacia un proceso civilizatorio cuyas notas esenciales están condicionadas
por pautas espirituales y culturales. Nuestro presente se desdobla en nuestra
memoria de un pasado ligado a la
tierra, al capital, a las chimeneas y
aun futuro que escogió el camino del espíritu y el saber cómo el motor de una
gigantesca civilización en la que
reinará la secularidad sagrada. El hombre en tres tiempos en el afán de alcanzar la vida feliz en una
relación fecunda y sagrada entre la tierra y el cielo.