Fin del Estado Gomecista y nacimiento
de un nuevo estado:
descentralizado, abierto y competitivo
(1989).
Ramón Rivas Aguilar
Todo comenzó en
el siglo
XIX y culminó el 23 de
octubre de 1989. El país disperso, fragmentado
y feudal, cesó con la
construcción del Estado moderno (1899-1935). Un Estado que Desplegó todo su poder a lo largo del siglo XX, cuyas consecuencias históricas derivó en una estatización de la vida nacional. Ese proceso histórico de intervencionismo feneció en el año de 1989. Es decir, con la
génesis de un Estado descentralizado, abierto y
competitivo. En ese sentido, el
segundo gobierno de CAP (1989-1993) a la altura de los tiempos históricos.
Veamos. El planeta construyó
los cimientos políticos e ideológicos de una forma de ejercer el poder mediante la cultura del subsidio que asfixió la capacidad empresarial creativa, creadora en innovadora de los individuos. Se impuso
en el planeta, el culto al estatismo. Venezuela, la pequeña Venecia,
con el poder que le otorgó el petróleo y
una voluntad política de mentalidad y de una praxis intervencionista, estuvo en sintonía con esa dinámica histórica que se había desarrollado a lo
largo de los continentes. El fin de la historia, una esperanza que
contribuyó al fin de la
utopía y de los modelos de gobiernos, bajo la impronta del estado
de bienestar. Así, el auge de las
democracias, del libre mercado y de los procesos de descentralización a lo
largo y ancho de la tierra.
El año de 1989, una fecha
histórica de trascendencia para el porvenir de la Provincia de Venezuela. En efecto. Las reformas políticas y económicas, impulsadas
en el segundo gobierno de Carlos
Andrés Pérez(1989-1993), estimularon los
caminos para poner fin al Estado
Gomecista con sus alcances,
límites, contradicciones y paradojas, por un lado. Y, por el otro, el surgimiento de una nueva forma de ejercer
el Estado, el gobierno y la
sociedad en sintonía con el espíritu de
las provincias. El Estado centralista, estatista e intervencionista y planificador, el viejo orden político y económico y cultural transitaba hacia
una nueva fase de ejercer el
poder más abierto, más competitivo, descentralizado y con
elementos de libre mercado. En perspectiva
histórica era posible mirar el futuro de Venezuela en una dinámica próxima a un esquema de gobernabilidad de carácter federalista y de una economía de
libre mercado. En esa dimensión vital, con un cierto
grado de exageración e insensatez
se vivía la era del entusiasmo
del fin de la historia que había recorrido el planeta. Sí. La era de
la democracia, del libre mercado
y del federalismo y la muerte de la
utopía y las modalidades del estatismo. Dentro de ese marco
histórico planetario, Venezuela no escapó al influjo de esas fuerzas mundiales
que estaban estimulando el sendero por
la democracia, la economía de mercado y
los procesos de descentralización. Por lo que la Venezuela del siglo XX,
la Venezuela del petróleo,
sentó las bases de la
democracia, del urbanismo y la
industrialización mediante el poder del Estado, del petróleo y la planificación.
Todo ello, significó la génesis, la expansión, el
fortalecimiento y la consolidación de un capitalismo de Estado cuyos signos de
agotamiento se vislumbraron a fines
de los setenta y los ochenta con el viernes negro. El célebre Estado brontosaurus.
El excedente económico, derivado de la renta petrolera que capturó el Estado venezolano a lo largo del siglo pasado, había perdido la
capacidad histórica para continuar expandiendo el gasto público,
al estilo keynesiano, con el fin de impulsar
el crecimiento económico. En tal sentido, objetivamente
el Estado y la renta petrolera construyeron
las bases del mercado nacional;
ahora ese papel le corresponderá al mercado, en palabras del prestigioso
economista venezolano Asdrúbal Baptista (1984). Por lo que no es casual que el
pensamiento liberal emergiera de forma sistemática a partir de la nacionalización del petróleo, que delineó
para los tiempos venideros un
poderoso y gigantesco capitalismo de Estado.
Ahora, el Estado centro
del poder que comprendería todos
los ámbitos de la vida nacional. Ante esa situación histórica, apareció el
grupo Roraima y las diversas escuelas del liberalismo contra ese estatismo que destruía
el espíritu empresarial de los
individuos.
De allí, la necesidad
vital de impulsar una
Reforma del Estado (COPRE,1984), cuya responsabilidad política era
establecer las bases de un
nuevo estado que significaría el fin del Estado gomecista, en palabras del historiador Ramón .J. Velásquez. Una iniciativa histórica, con las mejores capacidades políticas e intelectuales para diseñar el
nuevo modelo de Estado que regiría
el destino de la Provincia de
Venezuela para las próximas décadas.
Dentro de esa
trayectoria, el país republicano y civilista, eligió como Presidente de la
República a Carlos Andrés Pérez, candidato
de Acción Democrática, en las elecciones presidenciales de 1988.Un privilegio histórico, el hombre de
las altas montañas y cordillera andina, del estado Táchira, con la idea de promover las reformas políticas
y económicas que pondría fin al Estado gomecista. Así, el
Estado gomecista comenzaba a morir, en aquel año de 1989, cuando los venezolanos escogerían
por vez primera a sus gobernadores, alcaldes y concejales.
Un cambio estructural. Un cambio político. Un cambio cultural. Fin del monopolio
político en manos de los hombres dueños
de Miraflores. Un proceso complejo de descentralización y desconcentración del
poder nacional (1989-1993). Asimismo, las reformas económicas con elementos de libre mercado, procesos de privatización y reformas
comerciales, que permitirían a las provincias
un marco de referencia para estar más abierta al proceso
de globalización. Sin embargo,
la clase política, de mentalidad y praxis estatista, gobernantes y
gobernados, se opusieron
radicalmente a esas reformas políticas y
económicas, que, en definitiva, liberarían
a las provincias y a los
venezolanos del peso del estatismo, del
intervencionismo y de la planificación. Un intento histórico por despertar en
los venezolanos el espíritu de empresarialidad,
la creatividad e innovación y la
acción de los individuos para producir
riqueza en una
sociedad libre.
Es decir, promover la acción humana tal y como lo planteó uno
de los fundadores de la Escuela Austriaca,
V. Mises. En esa dimensión vital, reside la grandeza histórica de Carlos Andrés
Pérez, quién vio en el horizonte el fin
del Estado gomecista y sus notas
esenciales: presidencialismo, centralismo, estatismo, intervencionismo y
planismo. Un Estado que él mismo contribuyó a su consolidación y fortalecimiento.
Al mismo tiempo, un hombre de profunda
conciencia histórica que desde 1979
hasta 1988 tuvo la serenidad, la
sabiduría, la audacia, la imaginación, el sentido común y el pragmatismo de comprender de manera radical que las naciones del planeta
estaban dando un giro
histórico de alcance mundial. Es
decir, el fin de la utopía, del Estado
de bienestar y todas las enseñanzas
del keynesianismo que se habían
impartido en las universidades más prestigiosas
del mundo ahora abrazarían el
camino liberal. Una revolución política, intelectual y cultural que se proyectó
a lo largo de todos los
rincones de la geografía mundial. En el marco
de las reformas políticas y económicas
a escala mundial, Carlos
Andrés Pérez, arriesgó históricamente
impulsando de forma simultánea la reforma política y la reforma económica.
A pesar de los
avatares históricos, con sus aciertos,
límites, contradicciones y paradojas, Carlos Andrés Pérez, un hombre de Estado
que asumió los riesgos y los desafíos
que le impuso la historia
política de la Venezuela
del siglo XX. Ello lo convirtió
en una de las grandes figuras históricas de la Venezuela del Siglo XX. Dejó un legado histórico gigantesco
que las futuras generaciones de
historiadores sabrán valorar
sobre lo que él representó como liderazgo
político en la Venezuela del
siglo XX y su papel estelar en el escenario internacional.
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