Henry Aguilar, Neneo, gigante de la memoria de Santa Rosa de
Carvajal, la Sabana de los Dioses
Ramón Rivas Aguilar
El homero de esta tierra sagrada y mágica que les
canta a los hombres, a los dioses y a
los sabios. La pequeña historia que se
entreteje entre los senderos y atajos de la historia universal. El goce
divino de Martín Heidegger, de Ortega y
Gasset y de Miguel de Unamuno que le
devuelven a la tierra
al hombre de carne y hueso, la
grandeza y la tragedia de su existencia
fin último de la filosofía
Henry
Aguilar, cariñosamente llamado por nuestros amigos y familiares Neneo, es y
seguirá siendo el guardián que protege con su fabulosa memoria el pasado rico
de la meseta de los truenos. Con una capacidad extraordinaria para rememorar
desde el presente las vivencias de una geografía cuya mirada se detiene de vez
en cuando en la atalaya de los dioses: Santa Rosa de Carvajal. Disfrutamos con este sobrino, hijo de Delia Aguilar y
Pedro Aguilar, sus relatos sobre el
acontecer familiar y social de aquel carvajal que tanto atrajo al poeta
nacional Andrés Eloy Blanco, por los años treinta. Al poeta siempre le quedó un
grato recuerdo de la meseta de los colores mestizos del arco iris. El contar la
historia por unas cuantas décadas, es en Neneo un acto de regocijo, placer y
magia. El aburrimiento y el fastidio desaparecen cuando este amigo de la fábula comienza a reconstruir las travesuras
de Chico Oreja, de Tulio Gómez, de Quinina, del Iguano, de Pate Loro, de Gloria
Aguilar, de mi tía Rita, de mi tío Ignacio, de Papacito, del mocho Benito, del
Careto, del conejo, Juan Burro, de Goyito, de Sacramento, del capino, los Avendaño etc. Etc. Tiene una virtud que
hoy ha desaparecido en la historia
universal: una fuerza de arraigo por estas tierras en la que acompañó a mi
abuelo Pedro Aguilar, por tantos años. Su identificación con la caja de agua,
con la cueva del indio, con las maravillas de agua Viva, con Santa Rosa de Carvajal y otros
caminos, lo hace una persona muy especial. Jamás olvida sus orígenes y todo lo que le aconteció y le seguirá
aconteciendo en la tierra de bosques. Siempre recuerdo como mi abuelo Pedro
Aguilar, todas las madrugadas nos llevaba para Santa Rosa de Carvajal; un
paraíso en que las vacas, los perros y el cuchicheo de sus pájaros reflejaban
el canto de un bello bosque. Sus mamones, sus mangos, las guayabas y parchitas,
las frutas que más apreciábamos de esa pequeña montaña.
Aún más: la Guaca, el murciélago, el búho y la lechuza con sus andanzas
nocturnas develando nuestros pasos escurridizos entre esos caminos
curiosos y extraños. La delicia de los dioses, la estrella de los cielos, la
mariposa del imperio Persa, como decir la luciérnaga era la luz de aquellos
días. Parecía ese lugar una atalaya en
la que descubríamos con asombro las
maravillas de sus nubes y de su arco iris. Allí estaba Neneo, el más
disciplinado y el más atento al trabajo cotidiano de mi abuelo, que nos enseñó
los misterios de nuestra tierra
rural y telúrica. Mis tíos, pate loro y Gloria Aguilar, eran toda una rochela.
Henry Aguilar era el más serio y el más responsable de todos nosotros. Desde niño en la casa de mi abuelo Pedro
Aguilar; maldades y travesuras en
aquella sociedad en la que el tiempo sólo se medía por los gallos de Tito Pérez
y las escandalosas guacharacas de mi tío Ignacio y de Hugo Aguilar. Fuimos creciendo y recorriendo
esa hermosa geografía, que tanto apreciaban en Europa y el anarquista y
geógrafo Eliseo Reclus. Conocimos palmo a palmo sus caminos, sus ríos, sus montañas,
sus cordilleras, sus flores y animales. Todo se proyectaba en nuestra
conciencia como una película en la cual siempre debemos de evocar. Entre las
cosas que más nos divertía era la de ejercer las vieja actividad de los marinos
griegos y fenicios: la de pescar. No hubo cántaro de lluvias en la que no estuviéramos allí para extraer de sus aguas profundas el pez inquieto e
indócil de aquellos ríos caudalosos y peligrosos. Mi abuelo pedro Aguilar, el protector de aquellas aguas límpidas y
cristalinas que venían de las altas montañas mediante hilillos naturales para descansar, para
almacenar en la caja de agua, cerca de la cabecera. Como siempre Neneo: fiel
acompañante. Mi abuelo tenía unos perros cazadores que olfateaban sigilosamente
los escondrijos de esos bosques, enredados entre parchitas, café, camburales y
guayabas. Esos animales rastreaban por kilómetros el olor y el sabor de esas tierras
misteriosas. Por cierto, Neneo tuvo un bello perro que le puso como nombre por
su color nube gris; lo encontró a orillas del río Motatán. Fue uno de los
perros más inteligentes que haya conocido: le faltaba deletrear vocales y consonantes para comunicarse con el ingrato mortal. Su mirada, el movimiento de la
cola y de las orejas, producían un leve silencio fácil de descifrar; sobre todo
cuando Pate Loro llegaba ebrio a la casa. Siempre evitó un accidente a este
amigo de la bebida tropical, cuando bajaba las escalinatas a su oloroso cuarto,
que llegaba a espantar cualquier animalillo perteneciente al reino de Dios. En
la década de los sesenta y setenta, nos convertimos en agentes comunistas a
favor de la Tercera y Cuarta Internacional. Neneo fue un agitador político con
las teorías de Mao en la geografía
Carvajalense. Esperábamos todas las tardes el correo para iniciar la batalla
ideológica con sus publicaciones a lo largo y ancho de la Sabana de los Dioses.
Mi abuelo se molestaba por esas ligerezas revolucionarias de Neneo. Defendió a
ultranza al General Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras y Medina Angarita.
Le gustaba el orden y la tranquilidad ciudadana. Fue uno de los fundadores de
copey en Carvajal. Mérito que le cabe a toda mi familia que, por lo demás, fue gomecista y copeyana.
El que más se identificó con el tigre de Los Andes fue mi tío Ignacio. Fue un
extraordinario cazador. Su estilo para hacerlo era muy particular: se vestía a
todo dar; escopeta en mano y montaba en su caballo; disparaba y
recogíamos sus víctimas salvajes: guacharacas, gatos salvajes, pequeños tigres,
Lapas, cachicamos, etc. Con él aprendimos a comer la sabrosa y dura carne del ave más bulliciosa de este planeta: la
guachara. Nunca dejo de recordar aquella casa de bahareque y de zinc tan especial para nuestra familia, de mis
nonos Pedro y Luisa Aguilar, de las largas conversaciones de mi tío Ignacio
sobre las aventuras y andanzas del
general Juan Vicente Gómez cuando cruzó Los Andes para llegar a Miraflores. Nos
contó en una oportunidad que cuando el General pasó por las siete colinas, hizo
parada cerca de Bella Vista: miró hacia la atalaya de los dioses y comentó a
sus tropas lo siguiente: Allá vive el cazador de todos los tiempos: Ignacio
Aguilar. Siempre vio al general Juan Vicente Gómez como un hombre de campo y
cultivador de sus tierras. Honrado y
responsable con sus semejantes. Severo con su familia, amigos y enemigos.
Cauteloso con la primera potencia del mundo. Manejó con audacia, prudencia y sentido
común las relaciones internacionales. Eso recordaba mi tío Ignacio, en aquella pequeña casa, producto de la
civilización del barro. Tenía una jauría de perros para defenderse de los
demonios del mal. Era agradable ver en su carro esa cantidad de perros cuando
viajaba a Caracas. En las alcabalas mostraba un certificado especial, expedido
por el ministerio de relaciones interiores en la que identificaba, el tamaño,
el color y el número de dientes de cada uno de sus caninos. Amaba a sus perros.
Toda Caracas despertaba en aquellas madrugadas cuando llegaba con sus perros.
En esos días el mundo caraqueño se entretenía
con las travesuras de esos
animalillos que tanto le agradaban a Diógenes el filósofo; nunca se desprendió
de ellos hasta que le llegó el fin de su existencia. Estos animales bendecidos
por los dioses, recordaron con tristeza y nostalgia las bondades de su amo. Dejó
en todos nosotros la herencia canina. Cuando Neneo y yo, por lo general,
paseábamos por esas cordilleras, lo primero que se nos ocurría era devolverle una mirada a nuestro pasado; la
evocamos sin dolor, gozamos por sus
ocurrencias, cotidianidad y las trápalas de nuestras familias y amigos por
aquel entonces. Él, Neneo, se convierte en el gran Homero que sabe sacarle al
pasado una risa y una ironía a todo lo que aconteció en aquellos días. Nuestro
comunismo fue infantil y romántico. Aún conserva en su cuarto una cantidad de
afiches, en sus paredes, que refleja lo más representativo de la música y de la
lucha revolucionaria del tercer mundo. Es un cuarto pequeño y modesto para la
historia. En él se puede percibir olores y huellas de lo más hermoso de los
sesenta y setenta. Cuando nos veían caminar hacia la ruta de los amores todo
era relato y cuento de aquel mundo. Siempre llegábamos en una
de esas esquinas en la que fábula
suspendía toda realidad. Y sobre todo,
en aquella curva peligrosa entre la cabecera y San Genaro, donde nos esperaba
con humildad y sabiduría en aquellas tardes olorosas a montañas el mago de la
palabra: el viejo Nava. Nos sentábamos a escuchar aquel bendito fabulador del
mundo antiguo. Cuentos como aquel gato que crecía en las noches oscuras; la
palmera en llamas que lo persiguió por unos cuantos días y se salvó porque ésa cayó accidentalmente en las aguas del río Jiménez etc. Siempre lo
escuchábamos con respeto y admiración. Luego, se encargaba Ñanga, el musiú, el
maracucho, el Faro, Mantequilla, El Palillo, Perro Lobo, Caifás, Pedro
castellano, Cacheta y otros la de adornar los pasajes maravillosos que relataba el viejo Nava. Estos terminaban
el final de la noche con exageraciones tan gigantescas como la
mitología universal. Siempre estuvimos junto en los carnavales, en Semana
Santa, en el mes de los vientos, en el mes decembrino. Nunca olvidaremos las
largas caminatas por el alto de la Cruz, La Loma del Medio, La Loma de Los
Caballos, San Lázaro, Santiago de Trujillo, Cabimbú, Las Aguaditas, Agua Negra.
Utopía, sueños, ironía y burla fueron nuestras fuentes de inspiración que le
dieron sentido a nuestras vidas desde niños y adolescentes, en aquella época
que se nos venía a nuestras mentes el
mundo de Virgilio. La caída del muro de Berlín y de aquel pino de la casa
148, fortalecieron aún más un pasado lleno de riqueza humana y
divina. Como olvidar aquellas noches cuando nos deleitábamos con muertos y
vivos en el cementerio de Carvajal! Recuerdas Neneo ¡ Como olvidar aquellas andanzas
con Roger Rojo, el Palomo, Gloria Aguilar, desde la Cejita hasta la Plaza
Bolívar en estado de ebriedad, entonando las bellas melodías clásicas del
trópico: La araña con pelos, Cabeza de Hacha, Mi bohío, la despedida, La
distancia, El cafetal, Ansiedad, El tumbaito, De película. Siempre que los
dioses nos den aliento para seguir
viviendo y encontrarnos de vez en
cuando en la casa de Delia Aguilar: Gloria Aguilar, Pate loro (Israel),
Sacramento, la familia del Mocho Benito, hijos, hijas y sobrinos, para disfrutar de aquel mundo maravilloso y delicioso que
pareciera ser hoy: un mundo alegre, pintoresco e inmortal. En una de las
butacas el dramaturgo de la fábula, que nos hace reír a carcajadas por la
manera de relatar esa historia tan hermosa para todos: nuestro querido, tío y
amigo de andanzas, caminos y senderos: Henry Aguilar, el gran Neneo. Ojalá Dios
perdure nuestras vidas para seguir relatando los cuentos de nuestros orígenes y ancestros,
en la que Henry Aguilar, Neneo, como los dioses, y los sabios, en instantes divinos
agiganta su memoria, su fantasía e
imaginación para dejar en esos atajos la grandeza física y espiritual
de Santa Rosa de Carvajal, la
sabana de los dioses, los recuerdos maravillosos de una gran familia que quedará en lo más
profundo de nuestras almas como
una llama perenne, inolvidable en el tiempo.
Henry Aguilar, Neneo, el inmortal de la memoria, el homero, de Santa
Rosa de Carvajal, allá en el Topo Urano del
Divino Platón. Cuanto te amamos en esta sabana, tierra labrada por las manos y
el alma de nuestras familias, y tantos apellidos; ahora, en la sabana de los
dioses, la bóveda celestial, como el viejo homero contando a dioses y sabios lo maravilloso de nuestras vidas, en tan
bella sabana, la sabana de los dioses, Santa Rosa de Carvajal, eterna en nuestras ánimas. Eres
inmortal. Tu espíritu recorre a cada
instante momentos maravillosos de una época
dorada que revela en los senderos verdosos y lumínicos una sábana, una bella sabana, la sabana de
los dioses, Santa Rosa de Carvajal, el
camino que quería alcanzar el Moisés del antiguo testamento. Al final de
tu existencia en tus manos el texto
sagrado la Biblia que leías con fervor divino. En esta tierra
fuiste un hombre de una bella nobleza y de una generosidad gigantesca.