El ají en la cultura trujillana
Ramón
Rivas
A los cronistas de ayer y de hoy
En
el jardín de los Cínaros, un jardín donde dormita silenciosamente la neblina
entre los camburales. Donde emergen misteriosamente de las tierras arcillosas
hilillos de cristales húmedos y acuosos que forman pequeños canales como en el
antiguo Egipto. Donde el tiempo cambia con la hojeada de sus flores. En ese
entorno de tanta belleza, silencio y reposo reflexiono sobre la importancia del
ají en la cultura trujillana. El ají (el chirere) parte fundamental de la gastronomía del Estado
Trujillo. Sin ese ingrediente es imposible saborear con el paladar las sabrosas
comidas que son preparadas con tanto amor y cariño por las mujeres trujillanas.
Es el símbolo natural que vincula física y espiritualmente nuestras vidas en la
mesa. Ha permeado históricamente desde el punto de vista sociológico los más
diversos grupos sociales que se ha constituido en nuestra geografía. Ese fruto
ha resistido los embates de los procesos de globalización que a partir del
descubrimiento de América. Así, penetró las cortes europeas y cambió entre los
príncipes y emperadores la forma de cómo degustar sus alimentos. El ají
democratizó la cocina americana y europea y contribuyó a fortalecer nuestra
salud ante los enemigos invisibles regados por los aires atmosféricos. El ají
trujillano conquistó los espacios geográficos venezolanos. La emigración de
nuestras familias hacia los campos petroleros y la presencia de los escritores
en el escenario nacional permitieron que ese fruto natural poco a poco se fuera
irradiando en la cocina nacional. En la medida que se fueron ampliando las vías
de comunicación, en esa medida nuestro fruto llegaba a las cocinas de nuestros
hogares. Nuestro ají, el chirere, ha sido un elemento natural para la paz y la
guerra. Por un lado, unió a nuestras familias en el hogar; pero también ha sido
utilizado para enfrentar los avatares de la naturaleza, y de aquel que ha
intentado perturbar la tranquilidad de nuestra geografía. Los indígenas lo
consumían para fortalecer su capacidad física y muscular y así dominar la
fuerza de nuestros bosques. De igual modo, lo hicieron en contra de los
españoles: el ají se secaba y se hacía arder en fuego produciendo un gas tóxico
que provocaba malestar en los pulmones
de los conquistadores. El caudillismo trujillano preparaba a sus hombres con
ese elemento maravilloso y mágico proveniente de la naturaleza. Soldado que
comía picante, soldado que se graduaba y se aventuraba hacia la guerra. Había
una relación significativa entre el caudillo, sus hombres, el picante y la
guerra. Juan Vicente Gómez siempre respetó al caudillo trujillano. Decía en su silencio y con su mirada
penetrante: esos hombres comen demasiado picante y eso produce una fuerza
indomable para las batallas. De alguna manera había cierto machismo cultural
que provenía del ají chirere. Por ejemplo, el viejo Nava decía: que aquel que comía tres veces ají se hacía
hombre. O como se decía en el hogar a los niños: aprenda a comer picante desde
la cuna para que sea un verdadero macho. Es decir, la cultura machista del
trujillano estaba relacionada con este fruto. Es de fama el sabor y picor del
picante trujillano, pero también es cierto que sus efectos es lo que hace que se
comente en el mundo que los trujillanos son corajudos porque comen mucho picante. Desde su
descubrimiento, hace miles de años hasta 1980 picor del ají trujillano era
fuerte. Sin embargo, desde la caída de la utopía comenzó a disminuir su picor.
Es una de las interrogantes que se viene haciendo nuestro querido colega el
profesor Luis Caraballo Vivas. Nota con cierta preocupación que este fruto ya
no parece ser el mismo el que tanto animaba al espíritu de nuestra geografía
hace décadas ¿Qué pasó? La respuesta que le di fue la siguiente: el Estado Trujillo
dejó de ser tierra de caudillos.