Simón Bolívar, La Campaña Admirable Simón Bolívar y su estadía en Carmania: significado histórico

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Simón Bolívar, La Campaña Admirable Simón Bolívar y su estadía en Carmania: significado histórico

      

Ramón Rivas

A

Ali Medina Machado

En su ánima goce  intelectual y espiritual                                                          

Que ha llenado  páginas  de belleza y sabiduría 

La crónica  trujillana

 

Los pueblos labran su destino vital a través de la voluntad y el trabajo creador.  En   tal sentido,  la memoria constituye la fuente espiritual para expresar sus alegrías, sus sacrificios, sus fantasías, sus ilusiones, sus vivencias y sus testimonios. No es casual que recuerden mediante ritos,  ceremonias y fiestas momentos de hondo significado para continuar trabajando en el presente y mirar hacia el futuro. Por tanto, la tradición es el cuerpo de la memoria.

 

 

El abuelo Pedro Aguilar, oriundo de Santa Rosa de Carvajal, en aquellas noches cuando la luna coqueteaba con las inmensas cordilleras, en su chinchorro relataba una vieja leyenda de una tribu americana sobre la importancia de la tradición y la memoria en los pueblos:

 

¿Qué es el recuerdo, abuela?, preguntó la joven y la abuela sabia contestó. El recuerdo toma forma cuando los seres humanos se dan cuenta y son completamente conscientes de todo lo que pasado antes, de su adecuado lugar en la Creación, y del conjunto de caminos que les dio el gran misterio. Cuando llega el Recuerdo quedan atrapados en un espiral que refleja el vuelo del gallo, una espiral ascendente a través de las muchas ruedas de la vida que aporta sabiduría. A través de estas lecciones, la comprensión personal crece, conectando a estas personas en unidad con toda la creación. Ellos no pueden volver atrás después de ese momento porque sus vidas ha cambiando para siempre.

 

Como se puede observar, un pueblo sin tradición, sin memoria y sin la palabra sagrada –es un pueblo carente de pasado y de futuro. Es un pueblo huérfano y juguete de la historia. El imperio español utilizó los medios a su alcance para borrar lo más íntimo de las sociedades prehispánicas: la libertad natural. Esa libertad con la cual enfrentaron los retos y los desafíos con trabajo, sabiduría y dignidad. La España imperial las conquistó, las colonizó, las esclavizó y las sometió a unas creencias en las que predominaron  la espada, la cruz y el afán mercantilista. Pero, no pudo sepultar, por ejemplo, el “canto  guerrero” de nuestros ancestros:

 

¡Oh madre Icaque manda tus jaguares; desata el ventarrón y suelta tus cóndores. Afila el colmillo de las mapanares y aniquila a los blancos con dolores!

 

En ese marco complejo y contradictorio de nuestro proceso histórico, emergió el genio de Simón Bolívar, el gigante de la libertad. Simón Bolívar  expresó los sentimientos libertarios de indios, de negros y de otros grupos sociales que desafiaron aquel régimen opresor y tiránico. El Libertador y su pueblo encarnaron el espíritu de una sociedad republicana. Se trataba, en definitiva, de la defensa de la vida, el fundamento de los derechos naturales. Es decir, el respeto por la vida, por la propiedad, por la ley y la justicia. Una nación sin derechos naturales una nación esclava y manipulada por el poder absoluto de sus gobernantes.

 

Por ello, se trata de develar la tradición libertaria de un pueblo que depositó su fe en la figura de Bolívar, en este lugar sagrado, henchido de historia, Carmania, un 13 de junio de 1813. El Brigadier Teniente Coronel Simón Bolívar y el presbítero Francisco Antonio Rosario, conversaron esa noche y esa madrugada sobre el destino de la Provincia de Venezuela y de América. No se puede olvidar ese día, cuando Simón Bolívar escribió el documento   político más importante de Hispanoamérica: El Decreto de Guerra a Muerte. Como diría el novelista y ensayista venezolano Rufino Blanco Fombona en su libro Bolívar y la guerra a muerte: este decreto delimitó radicalmente la conciencia criolla de la conciencia imperial: el momento decisivo para la historia de Venezuela     que significó el fin del imperio español  en la geografía americana.

 

Ahora bien, ¿Cómo sabemos todas estas cosas? ¿Cómo llegaron a nuestra mirada inocente las primeras imágenes significativas de la Campaña Admirable, de Carmania, del Diablo Briceño, del Decreto de Guerra a Muerte y del abrazo de Pablo Morillo y Bolívar en Santa Ana de Trujillo?

 

 En el hogar, en las escuelas, en los colegios y liceos  los primeros relatos  de estos acontecimientos históricos que influyeron en el destino de una nación que, arrancó de su seno para siempre, el dominio imperial. Padres, abuelos y maestros relataron con emoción esa epopeya de hombres y mujeres, descalzos y hambrientos, caminando  alrededor de más de tres mil kilómetros para decirle a aquella España arrogante y vanidosa: ¡Basta de esclavitud y servidumbre! ¡Queremos ser libres para forjar una nación digna y responsable en el concierto de las naciones!

 

Recuerdo como hoy,  cómo las maestras La niña Senair, Doña Libia de Cestari y Socorrito dibujaron en el pizarrón con una tiza de color azul los lugares por donde pasaron las tropas de Bolívar en la Campaña Admirable. En algunas ocasiones, se inventaron excursiones por la Loma del Medio y el Alto de la Cruz para experimentar y sentir tan gloriosa hazaña de   la historia universal. Cuando descansábamos en una casa de Bahareque,  cerca del rio de Motatán, parecíamos escuchar las voces de Bolívar y del presbítero Francisco Rosario. Creíamos estar en Carmania. El recordado profesor Tolentino Araujo, en el Instituto Privado Cecilio Acosta, ubicado en la sabana de los dioses (Carvajal), leía algunas páginas importantes sobre esos hechos políticos de la Campaña Admirable. Nunca olvidaré el regalo  que nos hizo de un bello libro de Rufino Blanco Fombona: Las mocedades de Bolívar. Con entusiasmo revisábamos sus páginas en la esquina de la fantasía, cerca del negocio de víveres de Cruz Monsalve. Al culminar sus clases de historia de Venezuela, recogía de su mesa uno de esos libros que la historiografía venezolana jamás podrá ocultar: Bolívar y La guerra a muerte de Rufino Blanco Fombona.  Al chispear el sol por la mañana,  el director del Instituto Privado Cecilio Acosta, el profesor Juan Canelón Cestari, micrófono en mano describía los hermosos  pasajes de la Campaña Admirable y de la estadía de Bolívar en Carmania. Todavía retumban en mis oídos  aquellas palabras que produjeron en una generación la pasión por la libertad.

 

Hijos: el espíritu de Carmania y de la Provincia de Trujillo está sembrado en el corazón de la cultura universal. Luego, en el colegio Monseñor Mejía dirigido por dos valiosos maestros: Terso y Natalia de Tariffi, la profesora Viloria en sus lecciones de historia universal comparaba la Campaña Admirable con las hazañas del General Aníbal y del hijo de Dios, Moisés. Decía: No podemos imaginar cómo el General cartaginés Aníbal atravesó los Pirineos con más de cien elefantes y derrotó en campo rasante al ejército romano. Algunas veces comentaba el éxodo de Moisés del Antiguo Testamento. Leía: “Desciende Moisés y ven hacia la orilla –habla el viejo rey del pueblo egipcio –dile que Dios te libró de la esclavitud –dile que nuestros Dios va a liberar a sus hijos”.  Sin saberlo, estos comentarios de tan estimable profesora, inculcaron en nuestro temperamento juvenil el amor por la libertad.

 

Más tarde,  en la universidad de los Andes, en la Facultad de Humanidades y Educación, en la escuela de Historia, estudiamos desde una perspectiva científica    estos hechos de la Campaña Admirable, de Carmania, del decreto de Guerra a Muerte y del abrazo de Pablo Morillo en Santa Ana de Trujillo. No obstante, fue la palabra silenciosa de nuestros padres y de nuestros maestros que sembraron en nosotros las primeras impresiones sobre esta historia que tanto nos apasiona.

 

Pues bien, Bolívar, en esos días de aciago, cuando la República estaba sumergida entre la sombra y la desesperanza, cuando las tropas españolas al mando de José Tadeo Boves, Monteverde y otros ensangrentaron a la República con violencia y barbarie, tomó una decisión difícil y compleja que desconcertó a los habitantes de la Nueva Granada: Invadir a Venezuela para liberarla del dominio español.  Postura que fue considerada una  locura. A pesar de todo, recibió del Presidente de la Nueva Granada Camilo Torres, insigne patriota, el apoyo político, moral, material y humano para iniciar esa gigantesca batalla con el propósito de emancipar la Provincia de Venezuela del régimen español. No cabe la menor duda, que Camilo Torres conocía de primera mano las batallas libradas por Bolívar en su territorio y de ese documento político en el que diagnosticó la caída de la Primera República (1812): El Manifiesto de Cartagena. Un documento de espíritu crítico en el que examinó con serenidad las razones que determinaron la caída de la Primera República (1812). El carácter federal de la misma, la deserción, las traiciones y la corrupción fueron aspectos significativos que pusieron fin a la Primera República. Así, comenzaba la campaña Admirable desde Nueva Granada hasta llegar triunfalmente a la Caracas de sus sueños. Simón Bolívar con una tropa experimentada, en menor proporción con respecto al ejército español, arriesgó su vida y su honor en una campaña tal vez sin precedente en la historia universal. Atravesó la Cordillera de Los Andes. Soldados y campesinos, descalzos y hambrientos, asumieron tan inmensa locura. Una locura divina y quijotesca como diría el historiador trujillano Mario Briceño Iragorry.

 

En el camino, sometido al intenso frío de los páramos y de la fragancia del frailejón, la piel de las montañas, en uno de los pueblos más hermosos y el más alto de la geografía de Venezuela: Mucuchíes, tropezó con un bello perro que parecía estar con la causa emancipadora: Nevado. ¿Cómo fue ese encuentro tan misterioso y tan mágico entre Bolívar y ese noble perro? No lo sabemos. Sólo los dioses y los sabios son capaces de develar ese misterio. Un cariño especial  sintió Bolívar por ese animal en el que encontró, seguramente, alivio en tan arriesgada y peligrosa Campaña Admirable. Victoria tras victoria, Bolívar y su ejército glorioso con su mirada alcanzaron a ver aquel pueblo empañado de neblina y de rocíos: Mendoza. Lo recibió con cariño el presbítero Francisco Antonio Rosario. Unos a pie, otros a caballo, llegaron a una hermosa hacienda, embriagada de cafetos y bosques salvajes, Carmania, donde Bolívar pernoctó y fantaseó con la emancipación de Venezuela y América. Debió ser una conversación grata en la que hablaron de lo divino y de lo terrenal y, sobre todo, del destino de nuestro pueblo. Doña Laura de Ocariz, una bella mujer, oriunda de la Cordillera Trujillana, quiso conocer el tipo de comida que degustó el Brigadier Teniente Coronel Simón Bolívar, esa noche. Tal vez unas caraotas fritas con carne mechada, una cuajadita, un mojito, un sancochito, un cafecito, un guarapo de caña y de panela; por supuesto, no podía faltar el sabrosito picante trujillano. Doña Laura, que Dios la tenga en la gloria, me  entregó un discurso de su hermano, el sacerdote Rafael Chacín en el que recoge este encuentro maravilloso entre Bolívar y ese extraordinario presbítero Francisco Rosario.

En el junio invernal de 1813 y a medio mes se adelantó la tarde  en la Hacienda de Carmania en el Valle del Momboy, por qué sobre los cerros la neblina le veló la cara al sol. Diálogo de relinchos taladra la soledad y arranca coro de ladridos en las lomas. Creciente ritmo de casco silencia el rumor del río y del cañamelar. Al quebrarse el galope, las herraduras chispean en la piedra de la entrada. Bajan de los caballos tres figuras silentes desdibujadas por la niebla y entran al Cortil. Un esclavo, farol en la mano y actitud sumisa señala el camino. Cruzan el patio oloroso a café en cereza, rápido el paso, acompasado del tintineo de las espuelas en los ladrillos. Del centro del grupo se adelanta el de talla menor y más vivos movimientos al encuentro de alta figura clerical que viene a él, seguida de un militar de rango medio. Acortada la distancia detienen el paso y quedan fijos. La voz seca del oficial que acompaña al sacerdote, y que poco antes había traído nuncio de visita corta el silencio: -Brigadier General Simón Bolívar; Francisco Antonio Rosario, Cura del pueblo de Mendoza. Tras la inclinación cortés, la mirada de entendimiento, la sonrisa benévola y el abrazo jubiloso. Bajo los confundidos pliegues de la capa militar y el manto el abrazo asume el carácter de símbolo: es el encuentro de dos vidas sin nada con marcas de excepción, es la integración de dos ideas y dos místicas, la coincidencia de dos órdenes institucionales. Después de la tertulia, cena de buen aderezo y platica de sobremesa en compañía de los edecanes, la conferencia en salón reservado. Y las horas discurren raudas, se consumen en serie, las candelas, y se cambia, repetidas veces, la ampolla reloj sin que nada y en la naturaleza y en los hombres altere su fluir. El grito madrugador separa a los dos hombres, pero las alcobas continúan iluminadas. Por sobre los techos y entre las nieblas del amanecer se alzan confundidos en un solo rumor de promesa el rasgueo de la pluma que esboza el Decreto de Guerra a Muerte y la salmodia leda de los maitines del padre rosario (Presbítero Doctor  Rafael Chapín. El padre Francisco Antonio Rosario: Una voz que responde a un coro de siglos. Conferencia dictada en el Salón principal de la casa donde se firmó la Proclama de Guerra a Muerte, la tarde del día 25 de julio con motivo de la Primera Asamblea Bolivariana celebrada en esta ciudad capital, 1963, 22 p. ).

 

Más adelante, el sumo sacerdote reveló cosas significativas sobre ese encuentro.

 

De la entrevista de Carmania letra y tradición dan argumento; de su contenido y alcance no queda constancia ni mención. Su balance empero es factible a través de hechos y signos consecuenciales. En esta ocasión, como las que le siguieron en el discurrir de la guerra, doblones generosos salieron de las arcas del padre Rosario para avituallamiento de ejército republicano, de sus dehesas, acémilas para la tropa e impedimenta, mulas de silla para uso personal de Bolívar; El Clero trujillano en tu totalidad abrazó la causa de la independencia y la predicó y sostuvo con tanta fuego y eficacia, que arranca densa frase laudatoria del Libertador en carta del presidente de la unión granadina. La entrevista de Antonio Mendoza ahonda en el propósito de reconciliar la revolución con la Iglesia y adelanta líneas y bases de cabal entendimiento. Carmania de 1813 precede a Trujillo de 1821 como pórtico natural, y el alero acogedor de la hacienda anuncia el palio triunfal de la ciudad de García de Paredes. (Sacerdote Doctor  Rafael Chacín. El padre Francisco Rosario: Una voz que responde a un coro de siglos. Conferencia dictada en el Salón principal de la casa donde se firmó la Proclama de Guerra a Muerte, la tarde del día 25 de julio con motivo de la Primera Asamblea Bolivariana celebrada en esta ciudad capital, 1963, 22p.)

 

En fin, una fecha histórica, Carmania en el espíritu de la historia universal de la libertad contra el más vasto  imperio   de la edad moderna: el imperio español. Trujillo, en esa faena vital por  la  conquista en el corazón  de la Civilización Occidental.


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