El quehacer
vital del proceso histórico
de Venezuela en la mirada de
Mario Briceño Iragorry (1897-1958)
Muerte de la Leyenda Negra
Resplandor de la hispanidad en el ánima
De nuestra tradición,
venezolanidad y nacionalidad
Camino hacia el futuro
A
Humberto
Araujo
A lo largo
de su quehacer vital
Su pasión política, pedagógica y olímpica
Como en los tiempos de la antigua Hélade
Deja en esta
tierra su cuerpo y su ánima en el corazón de la Sabana
De los Dioses: Santa Rosa de Carvajal
Mario Briceño
Iragorry, uno de los gigantes del
pensamiento historiográfico venezolano del
siglo XX venezolano. Nació, vivió y murió (1897-1958). Su obra
histórica contribuyó significativamente a la
valoración del sentido de la hispanidad, de la tradición, de la
venezolanidad, de la nacionalidad. Una
mirada de los fenómenos históricos más
allá de los esquemas convencionales que se produjeron para
examinar el quehacer de nuestro ser venezolano. En definitiva la célebre leyenda negra se tejió al derredor de
la nación y el imperio español y su
presencia fue “nefasta y perversa” en
nuestra geografía precolombina y en la configuración
de nuestra Provincia. Ante tan
perniciosa imagen histórica, se erigió la figura intelectual de Mario
Briceño Iragorry, con una historiografía creativa y enriquecedora, echando por
tierra esa leyenda en manos
de los enemigos de España. Es
decir, la leyenda negra, que rechazó la
grandeza histórica de una España, de una
nación, de un imperio que conquistó el mundo.
Sí. Fueron los holandeses, los
ingleses, los franceses, los
norteamericanos, encargados de difundir monstruosa idea transformándose en una creencia que se irradió a lo largo y ancho de la tierra. Todo lo contrario, La España del Quijote, la España de la edad de
oro, la España de la escuela de Salamanca, la España de los grandes artistas, la España de las iglesias, de las misiones, de la fundadores de pueblos
y ciudades, la España de los seminarios, de las grandes universidades, la España del cristianismo, la España de la
lengua castellana, estuvo presente en
el ánima del insigne historiador que en sus
artículos, en sus conferencias, en sus ensayos, en sus libros, en sus conversaciones informales expresó con
magistral pasión su amor por España
y Venezuela. Su obra también dejó en evidencia el afán de aquellos
imperios, lleno de prejuicios y de un profundo sentimiento de inferioridad, al mirar con envidia, recelo y desconfianza la riqueza política, institucional, jurídica, teológica, religiosa, intelectual, literaria
y artística de la floreciente
España que nada tenía que envidiar
a otras naciones y
civilizaciones.
Mario Briceño
Iragorry, día y noche, en
aquellos momentos de su vida intelectual, exploró
con pasión, con dedicación y con
disciplina aquella España que se
proyectó en esa vasta
geografía americana para
dejar en nuestro ser histórico
la belleza y la grandeza de la
hispanidad. En efecto, Somos una hechura
de tan gigantesca nación e imperio, con
sus riquezas materiales y espirituales, con sus alcances, límites, contradicciones y paradojas. Nos devolvió con sus
meditaciones el espíritu hispano anclado en lo más profundo de nuestro quehacer vital. Desafió la ira historiográfica de aquellos envidiosos
y soberbios y arrogantes imperios que
intentaron reducir la historia de España y su poder en el
planeta, en una España de bárbaros, con
la espada de la inquisición. Este hijo
de tierras de sabios y de santos, de proyección universal, con el inmenso resplandor del relámpago del Catatumbo, en su corazón, el fuego eterno del viejo presocrático, abrió
un sendero historiográfico que despertó
en los venezolanos nuestro amor, respeto y admiración por esa España de la conquista, de la colonización, de la evangelización que nutrió nuestra geografía con
el verdadero sentido de lo que
significa el mestizaje en todo su esplendor.
Una simbiosis que recoge en nuestras almas la tradición, la venezolanidad,
la nacionalidad con el alma hispana.
Adiós a la leyenda negra. Comenzó con su obra histórica la idea de contemplar con nuevas miradas esa relación vital, significativa y
extraordinaria de un proceso histórico entre la España imperial y la Provincia de Venezuela, tierra
de gracia; más que una sociedad
implantada, fue un proceso de incorporación histórica
que produjo una dinámica civilizatoria cuyo resultado fue un mestizaje biológico y cultural. Como
lo señalaría el historiador Mommsen en su historia de Roma para explicar
el poder de ese imperio y su influjo
en el resto de la tierra (Roma):
“la historia de toda nación, y sobre todo de la nación latina, es un vasto sistema
de incorporación”. En otras palabras, la
historia de España, como nación, como
imperio, significó “un vasto
sistema de incorporación. Nada que ver con una sociedad implantada. Una idea
muy simplista y primitiva.
Dentro de esa perspectiva historiográfica, fue una tarea
gigantesca de Mario Briceño
Iragorry desmontar desde un punto de vista intelectual la célebre
leyenda negra que se construyó
sobre la nación y el imperio español,
con una matriz
de opinión a lo largo y ancho
de aquella época histórica, con
los signos más despiadados que se proyectaban a través de los medios de comunicación, de aquel entonces. Sí.
La España de la sombra, de la oscuridad, la España de la intolerancia
religiosa, la España de la inquisición,
la España de la destrucción y muerte
de millones de precolombino,
junto con sus culturas. Una
creencia histórica que se prolongó en el tiempo hasta alcanzar
a nuestro siglo XX. Una epopeya
historiográfica, en el ánima de este insigne historiador, en su soledad radical, en ese silencio vital de la meditación, en su mundo interior, los hechos y la imaginación en su torbellino espiritual, dibujando
con pasión y amor y disciplina la
nueva historia de Venezuela como un tejido que revela el sentido, la tradición, la venezolanidad,
la nacionalidad, fundamentos de nuestro
ser histórico.
Fue una tarea titánica en la que
socavó para siempre la leyenda negra en manos
de las viejas naciones y los viejos imperios, en manos de la ilustración, en manos de las corrientes del positivismo,
del funcionalismo, de las escuelas antropológicas y estructuralistas y en manos de los clásicos del marxismo y de
la escuela dependentista. Todas esas
naciones e imperios y escuelas del pensamiento tenían un
denominador común: la idea y la creencia
histórica de la leyenda negra sobre
España en sus distintas miradas que se
prolongó en el tiempo.
En fin, Don
Mario Briceño Iragorry, uno de los grandes
historiadores de la Provincia de
Venezuela, tierra de gracia, de
proyección universal, deja un hermoso
legado histórico que tiene que renovarse y enriquecerse con los cambios y las transformaciones que se van suscitando en el devenir, que
ponen a prueba la tradición, la venezolanidad y la nacionalidad, con nuevas leyendas negras, con políticas e ideologías peligrosas y
perversas, con los intentos de borrar
nuestro quehacer histórico,
con ese mundo que hoy llaman: post-humanismo, transhumanismo,
post-verdad. Las naciones y los imperios,
en el marco de una
civilización digital y virtual, con enfoques
que pretenden convertir al hombre en
imágenes cuánticas de humanoide,
sin tradición, sin memoria, sin arraigo,
flotando como partículas
invisibles en el vacío. Si. Nuevas
leyendas negras en este mundo que no
tenemos la menor idea hacia donde se
encamina. Por ello, es vital un atajo de conciencia histórica. Don Mario Briceño Iragorry
abrió un atajo historiográfico para
la comprensión de nuestro quehacer histórico en un momento vital de nuestras vidas, desplegadas en el tiempo y espacio histórico. Hoy otro momento histórico. Un presente que nos
conecta con el pasado y nos
proyecta hacia el futuro con la obra
histórica de Don Mario Briceño
Iragorry. Preservar ese hermoso legado intelectual como lo es su obra histórica Don Mariano Briceño Iragorry, en estos tiempos de complejidad e
incertidumbre , en la que la historia de la humanidad se encamina
hacia un proceso civilizatorio que pareciera
convertir al hombre en una maquina cuántica
sin memoria, sin imaginación,
sin ilusión, sin fantasía, sin
ánima, sin cuerpo. En otras
palabras, las primeras reflexiones
de una filosofía de la historia para develar la causa última del ser
histórico nacional.
