Poesía, Música y memoria: Búsqueda del Tiempo Perdido Por los campos petroleros

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Poesía,   Música y memoria: Búsqueda del Tiempo Perdido

Por los campos petroleros

                                             

Ramón Rivas  Aguilar

 

La música  es tan  antigua  como la historia del hombre.  Los poetas los primeros   en sus metáforas  los cantores  del mundo primitivo. El mundo primitivo,  en  odas,  las primeras canciones que  escucharon   los mortales  en  largas   caminatas entre  senderos y atajos. Las  grandes religiones universales, con sus poetas y   compositores,  elevando  con sus   partituras   a las divinidades   en el infinito  universo  en expansión.  La música en los recuerdos y la memoria  develando en  instantes  momentos  esenciales   de la vida de  cada de hombre.  Es decir,  instantes  de  recuerdos  involuntarios emerge   el pasado   con una  con fuerza  fascinante y cautivante.  Es la búsqueda  del tiempo perdido. 

Por tanto, para un historiador  la poesía y la  música se convierten, cualquiera  sea su naturaleza,  celestial  o terrenal,   un   atajo    para reconstruir  eventos históricos  de forma directa e indirecta.   Es la  mirada de un mortal   que ha vivido   su existencia, en un mundo, en una  circunstancia, un  entorno  natural y  humano,   en los áridos  caminos   del oro negro.

Por tanto,  se pertenece  a la Provincia  de Venezuela,  embriagada  de la  atmósfera del oro negro, con una experiencia vital, en la que la música se desplegó a lo largo  de  su  temporalidad,   en cada   instante  en la  que se conectó  con el mundo cotidiano,  nacional   y mundial.   De ahí,  que  salta como la mecánica cuántica  paquetes  de recuerdos,   en caos,  en desorden,   sin conexión y dirección,  que salen  a luz  ciertos eventos  que   se pronuncian en el presente.  Una  imagen que brota  como la velocidad de la luz  los mechurrios con  su intenso fuego, calor  y sonido  alborotando  los cielos zulianos.  De repente,  se asoma la luminosidad    de las aguas del lago  con esa infinita cantidad  de taladros desparramados  entre sus aguas silenciosas. En ese instante  de goce divino,   se escuchaba en una vieja Rokola  la célebre partitura  del compositor  Noel Petro: Cabeza de  hacha.  El infante  creciendo  en ese  entorno  natural y humano,  con una industria  petrolera  de alta tecnología,  con su balancines,  sus oleoductos, sus gasoductos, sus refinerías,  con ese oro negro de olor penetrante  y pegajoso,  que  nos trae  tantos recuerdos   sin saber cómo y  porque,  pero que las melodías nos empuja   hacia ese pasado  maravilloso . En  las distintas moradas,  de esa geografía  que tanto  regocijo  provocaba   el fuego  perenne en el ánima   de un mortal, de un infante, de un joven,  los boleros, los tangos, la música popular  y toda las melodías que  se  proyectaba por las Américas,   resonar en   el misterioso   órgano  auditivo,  de repente   los recuerdos, la memoria  de  la edad de oro   negro. 

 

Tiempos inmemoriales,  en segundo  de una historia,  de unas fechas,  de unas líneas de tiempo, de aquel tesoro, de aquel torrente líquido y Pegajoso, penetrante y oloroso como es el petróleo  que estaba cambiando   la historia de la humanidad. El escuchar música de  esa época  era volver con la mirada  aquellos recuerdos  de una  tierra  que parecía  la tierra prometida. Era la tierra de fuego  que  tanto   cautivaba    al filósofo  griego Heráclito. Un misterio de la existencia humana. Las  melodías  se convierten  en una fuente   de rica reflexión  y de una forma  de ‘cómo y de qué  manera  el alma, de un mortal  mira hacia   atrás y hacia adelante  desde un instante. La poesía en  cantos  una flor de la divinidad   para recordar el ayer  entre la memoria y la imaginación. Así, en esos días   viene a mi mente,  cuando escucho  las piezas musicales   de las grandes figuras   twist, del rock  kan roll,  toda la historia cotidiana  del mundo  del oro negro.  Así mismo, las gaitas,   toda una historia  de familia, amigos, amigas,  entre taladros y balancines.  El mundo maravilloso   de la búsqueda  y la recuperación del tiempo perdido. Me empuja hacia esos horizontes que forjaron y modelaron  mi  vida  espiritual,  mi vida intelectual   la magia, el misterio y la belleza de la musicalidad.  La voz de la fe,  una emisora  religiosa,  ubicada en   Maracaibo, Estado Zulia,  entre el día y noche,   recorriendo   con la tecnología de la  época  las   canciones   con las  más hermosas  orquestas  populares del mundo. Una delicia  volver a escuchar esas melodías,   para volver atrás  de una  historia  del  lago,  con su brisa suave  y delicada, con su piragua, la pequeña Venencia contemplando  con asombro  y sorpresa   las torres   petroleras,  flotando entre sus aguas. La obra magna  El puente  sobre el  Lago (1962),   en instantes   bellos recuerdos  que asaltan mi    alma  al escuchar la gaita “cuando voy  a Maracaibo y empiezo a cruzar el puente…”

Dentro  de esa perspectiva,  las gaitas,  el alma  del folclor  zuliano,  tal vez una de las fuentes más rica  de la   historia musical , en el Estado  Zulia,  para tener una   idea    geográfica e histórica   sobre el oro negro, su origen  y proyección  regional. Los cantores anónimos,  los juglares,  en esa  faena poética con sus decimas  sobre el estiércol del diablo. Asimismo, cuando   en un instante  cuántico  escucho  la canción Aquarius  de la Quinta Dimensión, miles  de imágenes  de la vida  cotidiana  del mundo petrolero desde  Mene Grande  hasta  la Concepción, aparecen de forma caótica en mi imaginación.  Así, el toque musical de una época  que nos permite recuperar el tiempo  perdido de un pasado, cautivante  y fascinante.  La música, un recinto para el  recuerdo  y la memoria   de aquellos días y noches  en la que   nos  divertíamos  con esa fuente de  energía,  cuyo  aparecimiento  cambió  de forma radical el destino  histórico de la  Venezuela del  siglo XX. Es decir, el evento  histórico  de mayor trascendencia  del proceso venezolano. Con el oro negro,  bendición de los dioses, Venezuela entró al siglo XX  con una proyección gigantesca  en el escenario  internacional. No hay otro  evento histórico  de tanta  importancia  e impacto  en la vida del  país y el mundo   como el fenómeno petrolero.

 

En fin,   la música,   una herramienta  de la poética,   para   retornar  a nuestras almas   la recuperación  de momentos  históricos  que nos afectaron  en nuestras vidas  individuales  y colectivas. El   asomo  de una canción, de una partitura, de una letra musical, poetizada por la voz del mortal,  vuelta al pasado, en  instantes divinos. Así, cuanto  el célebre  Daniel  Santos entonó  aquella   melodía: La Despedida, en cuyas estrofas relataban el significado de irse a la guerra. Quizá estos soldados  en sus hogares al escucharla  en un mundo de paz, parecieran analizar la guerra como historia, como memoria en aquellos días  de la gran tragedia  de la historia universal.  Asimismo, Mirian Makeba con su canción por los años sesenta, el pata pata  y al escuchar  su voz, allá en la Sabana de los  Dioses, nos imaginábamos la guerra de Vientan, la rebelión  estudiantil a escala mundial,  la renovación  universitaria, la revolución cultural en China, la rebelión de las sotanas,  la crisis del socialismo  real.  La música hace inmortal   la vida y la historia  de los pueblos, de las naciones, de los imperios.   Lo sé.  La música   una vuelta infinita e inmortal de la magia, del misterio y la belleza  del oro negro, en aquellos días y noches del  resplandor  de los mechurrios,  en los campos petroleros. El tiempo recobrado.


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