El Quijote en la Sabana de los Dioses “El camino siempre es mejor que la posada”

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El   Quijote  en la Sabana de los Dioses

“El camino  siempre es mejor  que la posada”

 

Ramón Rivas Aguilar

 

 Miguel de Cervantes Saavedra, nació el  29 de septiembre   de 1547 y  murió un 19 de abril de 1616. Fue  en la Sabana de los Dioses,  Santa Rosa de Carvajal,  donde escuché  por vez  primera  una canción  sobre el Quijote  del célebre cantante  J. Manuel Serrat. Era el  año de 1971.  En  esa  geografía  entre bares  y Rokola,  las baladas que picoteaban el  entusiasmo por   nuestras musas. El poeta  León Serrat, 1971,   en su soledad radical,  iluminó   con   su inspiración   las andanzas del caballero de la mirada triste. Sorpresa  para un mortal   que cruzaba la edad de la utopía de los 20 años. Sobre el Quijote,  la gran novela de la literatura universal,  la obra  maestra del espíritu, el amigo inolvidable del poeta Borges, la aprendí de las   primeras  nociones  en el ánima  del  noble y   bondadoso  profesor de literatura que impartía la materia de literatura  en el  Liceo Rafael Rangel. Así, el profesor  Espinoza:   describía  con elegancia no narraba cómo Don Quijote, esa gigantesca figura que salió al mundo  como un noble caballero   andante luchaba en contra de la injusticia  de aquella  sociedad en manos  de la nobleza, de la iglesia  y de los mercaderes. Por esos   caminos,  Juan Canelón Cestari,  fundador del Instituto  privado Cecilio  Acosta (1953), en la  Sabana de los Dioses,   cada mañana  pronunciaba unas palabras breves y concisas  sobre el tema de la libertad y la justicia,  extraídas de las páginas del Quijote. En esos   tiempos,   se imponía  la espada y la bota militar  a lo largo y ancho  de Hispanoamérica. No obstante, el Quijote,  no vencido,   con su espada y su escudero simbolizaba la lucha de la fuerza del bien contra la fuerza del mal. Esa  imagen  literaria  y   alma libertaria, se reforzaba  los fines de  semana  con la célebre película   del Quijote,  cuyo protagonista  era   Cantinflas,  Mario Moreno. Esta película se proyectaba debajo de un   inmenso  árbol  de  mango. Entre risas, burlas e  ironías aún no comprendíamos que en esa película se desnudaba  un orden social  inmoral y corrupto.  Asimismo,  Edmidio Quintero,  noble amigo,   profesor   de castellano,  en el  Colegio Cecilio Acosta,  con esa calma que lo caracterizaba nos pronunciaba las palabras impregnada de cabalismo y esoterismo sobre el Quijote. Para él, el Quijote tenía una marcada  influencia del mundo  hebreo.  De igual modo, el Bachiller, un  campesino de la loma del medio nos contaba que su madre, una  gran lectora, leía largos pasajes del Quijote,  que estremeció   el alma de aquel hombre   que  percibía   la ciudad sin nombre  como si fuera la España de la  decadencia  en pleno  esplendor de la Edad de Oro. El Quijote un filósofo  que logró sintetizar al hombre entre el reino celestial y el reino  terrenal una lección que dejaba en cada uno de nosotros era hacernos comprender que  llevamos en  nuestro interior  un Quijote  y un Sancho Panza.  Como no  recordar a nuestro amigo,  Cañizales,  de raigambre  trujillana,  un cacique,  vivía   en el filo de Carvajal,  un  amante de la cultura,   un gran conocedor  de gallos que solía decir, en aquellas  tardes entre truenos, relámpagos  y colores  mestizos celestiales: el Quijote  de Cervantes es un patriarca de la libertad y la justicia. Cuando recorría  senderos y  atajos por esa sabana, la sabana de los dioses, se murmuraba  en un lugar que no quiero recordar  Hoyo Caliente: allá va el Quijote, Alonso Quijano,  el quijotismo de un  poeta sabanero, ofreciendo   la fórmula de la salvación  a  la humanidad: la tierra prometida. Más tarde,  en la ciudad sin nombre, dos amigos, nobles amigos,  Antonio Vale y Alexis Berrios,  en una bella tertulia  sobre  el falsificador   del Quijote, de Avellaneda. En esa faena,  el descubrimiento  del Quijote, en la ciudad de las nieves eternas, la cuidad de Mérida,  en el  espíritu   del poeta  Adelis  León  Guevara, el poeta de los vientos  del llano, un erudito   de la   edad de oro de la  España clásica,  con una sabiduría sobre la obra maestra de Cervantes. Sus conversaciones  sobre el Quijote,    fascinantes y cautivantes  para un efímero  mortal   con el fervor  libertario  en las gigantes  cordilleras de los Andes. De igual modo,    el   amigo   y colega Marcos Ramírez,  conocedor a fondo   de la literatura medieval,   un maestro   del  misticismo del siglo XVI.    En sus   clases de literatura,  desbordaba con pasión y entusiasmo   las páginas del Quijote.  Gracias a este amigo, tuve la oportunidad  de  leer  el  Quijote  de Don Tulio  Febres Cordero. Por cierto,   en la ciudad  sin  nombre, este poeta, el poeta  que le sigue  las huellas telúricas   a la  obra de Andrés Bello,  en el  Ateneo de Valera,  disertó sobre   el Quijote  de Cervantes. En silencio la mirada  de otro  explorador  del Quijote,  desde  una perspectiva de la filosofía  y la lengua: el maestro  José Manuel Briceño Guerrero.  En ese mismo recinto   de la cultura  trujillana,  el poeta-filosofo, el   filósofo –artista,   hizo del Quijote   la lengua   de la hispanidad. Sin el  Quijote,  aún,  en esas tierras americanas,  estaríamos en confusión  y  desconcierto como en   la torre de babel    Fue  de la  misma idea, el maestro   Don Horacio López Guedez.   La ciudad de Mérida, su  Universidad y su dos avenida,  con    el nombre  de Don Tulio  y la  Universidad,   a oscuras  sin la obra gigantesca  de  Don Horacio   que iluminó a esta bella geografía  con la magna obra del vasto imperio, con su  Quijote  y toda la literatura picaresca  que impartía con tanto entusiasmo en sus clases. Vuelta a la sabana de los dioses. En efecto.  En uno de sus capítulos del Quijote,   pronuncia una frase   significativa  para el hombre  como ser  existente:   vale más el camino que la posada.  El hombre es un destino vital  que despliega su ser en la temporalidad. Sí. Eso era Alonso Quijano, el Quijote. Un camino, un andar,  un ser en el tiempo,  una trayectoria  que no cesa   de existir  hasta   que su vida cesa. Allí,  La grandeza y   la miseria   del hombre. Así, aquella  tarde  en casa  de nuestro amigo,  de generación,  Reinaldo Castellano, nano,  escuché de nuevo  la canción   sobre el Quijote, en la voz del poeta J. Manuel  Serrat. Una grata sorpresa  en aquella tarde que se desvanecía en el ocaso,  el Quijote  en una partitura  hermosísima trazaba  las pinceladas  de aquel libertario  con la mente febril  puesta en su bella  Dulcinea de Toboso.


Una locura divina  contra un mundo   que    no le agradaba a  su espíritu. Una canción que perturbó la mente  de un revolucionario  que pretendía con el Quijote  y el maoísmo  conquistaría  el corazón  de la sabana de los dioses.  A pesar de estar   consciente   de  que regresaba  a casa   el quijote,   Alonso  Quijano,   cargado  de frustración, “vencidos” como  lo retrata la canción, aun  así,  dejó en el espíritu de la  humanidad,  que es más importante   el camino que la posada. El ser   humano,   en la obra del Quijote,  el hombre de carne y hueso,  su destino  vital y su amor por la libertad y la justicia.  Solo  cesa   esa fuerza vital  cuando la existencia  llega  a su  fin. Por lo que esa melodía  sobre el Quijote, en la voz  de Joan Manuel  Serrat,  revela  la grandeza y  el  heroísmo  de un mortal  que  en su imaginación desata  una lucha contra el mal  y   la defensa del bien, a pesar   de ser vencido  por   la  naturaleza de nuestra existencia  que es nuestra finitud y temporalidad: la muerte.

 


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